La mayoría de las personas desea compartir su presente con alguien, que esa convivencia sea lo suficientemente buena como para seguir también en el futuro, y si es posible, llegar a la vejez.
La pregunta que se las trae es: ¿Y por qué cuesta tanto entenderse, armonizar, llevar a buen puerto la nave matrimonial? Intentemos descifrar algo de este dilema.
Demasiados matrimonios pierden brillantez, entusiasmo y fogosidad sexual cuando, entre las sábanas, no hay forma de llegar a acuerdos, hablar francamente, compartir gustos o disfrutar de un erotismo el cual crece lozano y se revitaliza con fantasías, y sobre todo, con el interés mutuo de que así sea.
Se transite por la edad que sea, todo eso es posible y más, si tenemos en cuenta cómo la sexualidad nunca se agota y hasta el final de nuestros días puede significar un manantial de dichas y goces.
Para esto hace falta que cada quien tenga claro lo que le gusta o no, y no valen las intromisiones ajenas; nadie debe decidir de cuál manera debemos disfrutarla más o bajo qué requisitos. Es solo una potestad nuestra y merece todo el respeto de la pareja.
Con demasiada frecuencia, mujeres y hombres actúan movidos por el hábito, las costumbres culturales, sociales y la educación sexual recibida, que en muchos casos suele ser nula, deficiente o permeada de mitos.
No fueron educados para hablar de sexo, y por tanto, en la juventud y la adultez no tienen palabras para referirse a estos temas.
Hablar, encontrar un lenguaje para expresar lo que no ha sido dicho, los sentimientos que están dentro, es una vía fundamental a fin de dar a conocer las percepciones personales sobre el sexo, y así poder llevar una conversación con la pareja sobre necesidades o insatisfacciones.
Esta toma de conciencia, el saber lo que se quiere hacer o se espera de la vida sexual, transforma de manera positiva a las personas, al mejorar su autoestima y aumentar el sentido de control sobre las propias capacidades en tal dirección. Y derechos y deberes, los cuales en esta esfera también existen.