Uno de los reclamos más frecuentes que la sociedad consciente hace a los políticos en campaña es que le presenten al electorado nacional propuestas concretas de cómo piensan enfrentar los principales problemas del país en caso de ganar el Poder.
Ha sido un clamor generalizado que en pocas ocasiones han escuchado los candidatos, con las excepciones naturales.
Justo es decir que José Francisco Peña Gómez y Leonel Fernández fueron parte de esas excepciones, pues durante su confrontación electoral de 1996 hicieron énfasis en planteamientos programáticos que en parte conquistaron al electorado, aunque el resultado final no estuvo influido por esa temática.
En el debate actual con miras a las elecciones del próximo año, y como parte de un esfuerzo mediático por posesionar al principal candidato de la oposición, algunos analistas han llegado al extremo de sostener que el pueblo no vota por programas sino atraído por los encantos personales de un aspirante.
Que eso lo diga cualquier Juan de los Palotes es entendible. Pero que salga de analistas y comunicadores es sencillamente horroroso.
Lo que acontece aquí es que quienes sostienen tal despropósito lo hacen debido a que el candidato que quieren aupar no es capaz de presentar un programa de gobierno que contenga propuestas concretas, sencillamente porque nada de lo que diga le será creído.
Y es que su historial como un pésimo gobernante tiene un peso negativo demasiado grande en la población.
Frente a esa realidad prefieren irse por el argumento de que el pueblo no vota por un programa sino por la persona, recalcando un desaguisado que más bien lo que hace es insultar al electorado al tildarlo de ignorante.
El pueblo sí vota por programas cuando surgen de un candidato con credibilidad que además le dice al electorado la forma en que pretende hacer realidad lo que presenta en papeles.
En consecuencia, los diferentes sectores sociales que tienen alguna incidencia en el electorado están en el deber de edificarle en el sentido de exigir a los candidatos la presentación de propuestas para, por lo menos, empezar a resolver las necesidades vitales del pueblo.
Y que si no es posible llevar a los candidatos a debatir cara a cara porque de antemano sabemos que hay aspirantes que no pueden confrontar sobre nada, que por lo menos presenten sus ideas por escrito.
Pero no la salida fácil de decir a empresarios que se está de acuerdo con todo lo que ellos pidan, como hiciera Hipólito Mejía durante un reciente intercambio con hombres y mujeres de negocios, sino asuntos puntuales que requieren de ideas útiles para llevar al cabo las soluciones planteadas.