Somos seres en permanente búsqueda, va con nosotros de la mano el deseo de indagar por mar, tierra y aire, es nuestra sombra y el asombro el que nos mueve con desvelo. Explorarnos nosotros, quizás sea lo más difícil, y explorar los alrededores que nos cobijan, tal vez sea un imposible, porque siempre nos quedarán territorios sin poder rastrear, pero sin duda esta aventura es la que nos hace más libres y también más grandes.
Estoy convencido de que muchos de los problemas que hoy atraviesa el mundo se ven de otra manera desde el espacio. A veces pienso que somos un pedazo del universo hecho corazón que no se merece el sufrimiento de la tierra. La verdad que cuesta entender la sublevación de culturas contra culturas, por nada, porque la vida es lo único que realmente vale la pena salvaguardar, al menos de la estupidez del vencedor y del rencor del vencido. Hay que seguir buscando. Siempre buscando. De entrada, apremia mudar de aires hacia los que lleven menos suspiros. Personalmente, a mi me atormentan los vientos que asesinan a los inocentes y, me deja sin palabras, ver la sangre de tantas almas vertidas por la flojedad de la especie. Tenemos que cambiar el planeta desde el corazón y no desde el poder. Un corazón abierto es un corazón radiante, puesto que únicamente necesita verse en el verso para ser feliz. No en vano, quién sabe de poesía todo lo sabe y, sabe que el dolor, es un invento humano para desgracia de sí mismo. Desde luego, pienso, que cuántas más personas se comprometan a no hacer oídos sordos a esta exploración innata al individuo, será mejor para todos, en la medida que avanzaremos mucho más en la comprensión estética que impera en el universo y que debe gobernar la tierra con urgencia. Dicho lo anterior, celebro que Naciones Unidas inste a la humanidad a reflexionar del 4 al 10 de octubre sobre el espacio que nos circunda, poniendo de relieve este año los cincuenta ciclos anuales de vuelos espaciales tripulados, subrayando, como es de justicia, la gran contribución de la ciencia y la tecnología espacial al mejoramiento de la condición humana. Ciertamente, el cielo siempre nos ha atraído y ha sido el sueño de todo mortal. Junto al deseo de abrazar la inmensidad del cosmos y el dinamismo que lo impregna, considero, además, que es bueno valorar lo que se tiene. Concurre a un deleite indescriptible observar que los satélites de comunicaciones nos ponen en contacto unas culturas con otras, para mejorar el conocimiento o prestar auxilio. Es, igualmente, un acontecimiento que también invita a recrearse como seres pensantes, advertir que gracias a los satélites de teleobservación se pueden predecir muchas situaciones, como proteger vidas y el medio ambiente; aparte de que ofrecen abundante información para tomar decisiones. Permítame el lector, citar como referencia algunos de los miles de beneficios de la utilización del espacio. Naciones Unidas, por situar algunos hechos concretos, suele recurrir a la tecnología espacial en infinidad de intervenciones: desde un simple medio para combatir la contaminación marina hasta la elaboración de mapas útiles para proteger la paz o, sencillamente, para detectar las zonas de cultivo de drogas ilícitas. Ante estas realidades, creo que nos conviene a toda la humanidad seguir utilizando este espacio ultraterrestre, sobre todo para mejorar las relaciones entre los civilizados y el desarrollo del diálogo, pero siempre con fines pacíficos y con objetivos globalizadores de ayuda. Como todo lo que explora el ser humano, y por aquello que es mejor prevenir que curar, la exploración espacial puede desempeñar una función vital en todos los aspectos de la vida cotidiana y ser la respuesta a los problemas actuales, pero también puede ser algo tremendo para la humanidad. Pienso, por ejemplo, en la utilización de satélites como armas o el emplazamiento de armas en el espacio ultraterrestre que es de todos. También reflexiono sobre esa gran afición por la astronomía; una ciencia de observación cada día más difícil de experimentar, por la interferencia de las manos del hombre, en parte debida a fuentes luminosas o desechos humanos. Por desgracia, vivimos tiempos de poca ética y de mucho bestia salvaje con poder en plaza, incapaz de preservar la armonía de la humanidad con el universo. No obstante, el que Naciones Unidas utilice cada vez más la ciencia y la tecnología del espacio en su amplia gama de actividades, contribuye a injertar sosiego y confianza en el planeta. Sirva, pues, esta semana mundial del espacio para seguir reflexionando sobre los principios que deben regir las actividades de los Estados en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre, y el de todos sus cuerpos celestes, sabedores de que la ciencia es la estética de la conciencia inteligente que el astro precisa. Las inmoralidades, tan propias del mundo actual, desdicen el espíritu científico y desorientan la búsqueda del bien. Que sepamos que nada vale el universo si deja de ser el verso que injerta vida como tampoco nada vale la exploración espacial si confundimos imaginación con ciencia. Evidentemente, el respeto por la búsqueda y el espacio que nos rodea, requiere, ahora más que nunca, una cuidadosa observación y un persistente juicio crítico más allá del ojo de la mente, sobre lo cual siempre cabe discusión.