Los robos de contadores,
tapas de filtrantes, alambres pertenecientes a las compañías del Cable, las
bombillas del alumbrado en las avenidas, las verjas y utilidades de
sostenimiento de los puentes, así como las barandas de las carreteras se
mantienen continuamente en todo el país.
Es una práctica cotidiana
que ya apesta, y a la vez sorprende a la sociedad, por la impunidad con que
actúan los autores de esos hechos.
Esos robos se cometen a la
luz del día, ante la mirada de la población. Y nada pasa, a excepción del
apresamiento de algún pobre diablo que trata de ganarse el sustento familiar
depredando esos objetos colocados por las empresas constructoras para ofrecer
servicios y protección a la ciudadanía.
La sustracción de
contadores y alambres eléctricos son obras de personas experimentadas en el
manejo de esas cosas, preferiblemente ex empleados de las compañías
instaladoras.
Lo mismo ocurre con las
bombillas de las importantes avenidas y los alambres del Cable. En dado caso,
los responsables actúan en combinación con técnicos remunerados que todavía
están dentro de las empresas.
Ejemplo, ¿cómo es posible
que se roben las bombillas de los postes de luz que están instalados en las avenidas
que conectan con el Faro a Colón? La única manera de hacerlo es que los
ladrones se vistan de uniformes de empresas inexistentes y usen escaleras y
otras herramientas dedicadas a esas faenas.
Esas lámparas son
sustraídas posiblemente en horas del día, por donde transitan y se ejercitan
muchas personas, además de la existencia permanente en esos lugares de los
lavadores de carros. ¿Entonces, nadie los ve? Y si los ven, ¿por qué no los
denuncian? Tan irresponsables son los ladrones como los ciudadanos que callan.
Es una complicidad inconcebible.
En cuanto a las tapas de
los filtrantes, ocurre lo más increíble, pues se las llevan y las venden en
lugares comerciales conocidos, pero los ladrones y los compradores no son
apresados. Todos sabemos a dónde van a parar esas herramientas, menos las
autoridades. Lomismo sucede con los
tapa-bocinas de los carros y los vehículos “picados” cuyas piezas son compradas
por los propietarios de las tiendas de repuestos.
Lo de las barandas ya no
tiene nombre. Se las apropian sin miramientos para utilizarlas en fincas y
otras propiedades privadas. Otra pregunta tonta: ¿Quiénes mandan a robar esas
utilidades?
Pero tal vez lo más
repudiable, y hasta criminal, es el robo de tornillos y otras herramientas de
sostenimiento de los puentes. Un puente que conecta a la capital con San
Cristóbal hoy se encuentra fuera de servicio porque desconocidos quitaron los
tornillos de amarres de las vías, quebrando la fuerza de esa estructura. Dos
personas fueron detenidas y liberadas horas después por falta de pruebas. Acciones
parecidas son denunciadas en distintos puntos del país y todo sigue normal.
Aquí entra de nuevo a la escena el famoso Código Procesal Penal, una
normativa jurídica creada tal vez con la buena fe de los legisladores, pero
para favorecer a los delincuentes. Los hacedores de ese código hoy debieran
estar arrepentidos por dejarse imponer este modelo típico de la sociedad
norteamericana.