Madrid.- Los balcones de la vida están cerrados para muchos ciudadanos. Viven enterrados en la miseria y, lo que es peor, sin esperanzas de poder salir. Las preguntas se me amontonan ante esta triste realidad. ¿Acaso puedo decir que soy feliz si mi semejante se halla encadenado a la pobreza y soy incapaz de liberarlo del suplicio? ¿Acaso puedo vivir tranquilo ante el dolor de un niño y mirar hacia otro lado? ¿Acaso puedo sentirme humano sin cultivar la mano tendida?. Probablemente, los pobres no existirían si nosotros fuésemos lo que debiéramos ser, personas de corazón, sin otro dominio que la de ser sembradores de ternura. La frialdad del mundo es lo que hoy impera como un obcecado mal sin remedio.
Todo parece anestesiado, a pesar del banco de lágrimas que nos atizamos unos contra otros. Se queman los instantes más inocentes. Indiferentes al río de lamentos proseguimos la vida. Se siembran imágenes que cimentan el odio y la venganza. Impasibles al mar de sinrazones continuamos la marcha. A los pobres no se les permite tener voz. Es lo mismo. Nada importa. Que hablen los que tienen podio y los demás a aplaudir. El día que los pobres se decidan a romper cadenas, verán cómo el mundo cambia. De momento, viven en prisión en un mundo en el que no se les permite realizarse como personas. Son muchas las personas que se levantan sin saber qué hacer, dónde ir, y sin nada que llevarse a la boca. Esto es inhumanidad.
El día que los desheredados descubran el engaño de los poderosos, y decidan no bajar más la cabeza y cerrar los ojos, empezaremos a salir de la deshumanización, que es la más cruel de las crisis. Por cierto, sería bueno para el mundo, que coincidiendo con el día Internacional para la erradicación de la pobreza (17 de octubre), se activase la lucha por liberar a las personas que no conocen otros días que las noches. No se puede vivir sepultado en vida. Nos merecemos todos la oportunidad de saborear la aurora, con sus ocasos, y luego poder decidir el camino a tomar.
Ya predijo Sartre, en el siglo pasado, que cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren. Lo mismo sucede en el momento actual, en pleno siglo XXI, cuando los ricos forjan o se inventan la crisis, siempre son los pobres los que pagan la factura del absurdo divertimento. ¡Qué hablen los pobres!, por favor. ¡Qué puedan hablar los pobres!, sin ser perseguidos. Los que se mueren en las cárceles de la injusticia. El mundo tiene riqueza suficiente para toda la humanidad. Es cuestión de hacer reparto equitativo. ¡Qué encarcelen a los asesinos de la compasión!. Y por contra, ¡qué gobiernen los que se toman lo suyo y aún reparten de lo suyo! Al universo de los civilizados le faltan virtuosos de la justicia y le sobran arrogantes con poder en plaza.