Si bien es cierto que las actuales generaciones de jóvenes lucen como si estuvieran perdidas y a la deriva, no deja de ser una verdad contundente que es poco lo que pueden esperar en cuanto a las transformaciones sociales que reclaman. No se trata de una visión pesimista sobre el futuro, sino de realidades avaladas por la práctica.
La ausencia de líderes creíbles y con arraigo en las masas es uno de los grandes obstáculos que se interponen en el camino de esas necesarias transformaciones. Pero también por la ausencia de programas de Gobierno de los partidos políticos, fundamentados en las aspiraciones de las grandes mayorías de la población, que reclaman participación directa en la toma de decisiones que de alguna manera les interesan o afectan.
La historia nos enseña que el decenio de 1980 y los primeros años del de 1990, el mundo capitalista comenzó a tambalearse otra vez abrumado por los mismos problemas del período de entreguerras que la llamada edad de oro, entre 1947 y 1973, parecía haber superad el desempleo masivo, graves depresiones cíclicas y el enfrentamiento cada vez más encarnizado entre las personas sin hogar y las clases acomodadas, entre lo sin ingresos limitados del Estado y un gasto público sin límites.
Es lo mismo que está ocurriendo ahora, cuando los jóvenes y hasta viejos de todo el planeta, “indignados” ante la ceguera de los gobernantes y la voracidad de las grandes corporaciones capitalistas, protestan en plazas y parques de todo el mundo contra el desempleo, el deterioro del medio ambiente atribuido al incumplimiento de las naciones ricas a los convenios y protocolos firmados para evitar la contaminación del planeta, usar mejor los recursos perecederos, y contra los ingresos desmesurados de los Estados por la proliferación de impuestos, sin controles en un gasto público a todas luces desacertado.
Esa situación, pues, ha incrementado la ancestral lucha entre pobres y ricos, que existe desde el nacimiento de la Humanidad. Sus protagonistas no dan su brazo a torcer, porque cada uno de ellos cree tener la verdad absoluta. Los pobres miran hacia un proyecto de izquierda que supuestamente los liberaría, legitimando así los gobiernos populistas que tanto rechazo producen actualmente. Una verdadera vuelta al atraso.
Los ricos, por su parte, no ceden en sus ambiciones porque piensan que si lo hacen se acabaría su imperio, vale decir, su poder hegemónico sobre los demás, olvidándose de que la caída de los imperios ha sido una constante histórica.
Los capitalistas “inteligentes” han toreado los reclamos populares con concesiones que les han dado resultados, como por ejemplo lo que hizo Henry Ford en los Estados Unidos, cuando era dueño absoluto de la Ford Motors Company: elevó los salarios de los trabajadores por encima de lo normal, asegurándose así de tener una plantilla satisfecha y nada conflictiva.
Los trabajadores de la Ford entraron, gracias a los altos salarios que recibían, en el umbral de las clases medias, convirtiéndose en consumidores potenciales de productos como los automóviles que Ford vendía; toda una transformación social se iba a operar en EE. UU con la adopción de estos métodos empresariales.
(En la República Dominicana hay varios empresarios que han hecho algo parecido, otorgando buenos salarios a sus trabajadores, construyéndoles clubes sociales y escuelas, firmando con ellos contratos colectivos de trabajo, otorgándoles becas a sus hijos y bonificaciones económicas de fin de año, etc.) A eso se le llama ahora “Responsabilidad Social Corporativa”
En consecuencia, los sindicatos nada tienen que ir a buscar allí, porque esos empleados y trabajadores no están descontentos y se les permite organizarse libremente. No forman parte del proletariado urbano que, según algunos teóricos, son la fuerza motriz de la revolución.
Las protestas de hoy son similares a las emprendidas en el pasado por los grupos que se consideraban afectados por las políticas económicas de los gobiernos, solo que ahora logran mayor repercusión gracias a los avances de las tecnologías, que hacen posible convocatorias colectivas a escala planetaria. Exceptuando esto último, es una repetición de la Historia.
¿Se rendirán los “indignados” por el cansancio, ahora que no hay tantas represiones abusivas como las que empleaban antes los gobiernos autoritarios? ¿Se rendirán los consorcios especulativos que forman parte del llamado “capitalismo salvaje”, aunque haya salvajes que son capitalistas?
Solo la Historia dirá la última palabra.
*El autor es periodista y escritor