La clase media dominicana, la que se autotitula intelectual y la que peca de creer que hará la revoluciíon cada mañana, vive en un espejismo.
Le gusta tener los zápatos bien limpios, por lo que nunca pisa el fango, los charcos, la tierra firme, o sea, nunca pone los pies sobre la realidad de su entorno.
Está atenta a programas internacionales, los copia casi al dedillo, y con ellos espera llegar a la culminación de sus sueños fatuos, de grandeza, de poder y de ser líderes, sin tener a su lado masas.
Hará la revolución desde un BB, que vale 25 mil pesos,o 700 dólares, mientras que en Gualey la mayoría no cuenta con cien pesos para el plato del día en una fonda de mala muerte.
El fracaso de ese segmento pensante de la clase media, es que sus proyectos impactan por lo novedoso, por el oropel, por la presencia de medios de comunicación y figuras del espectáculo, pero sucumben ante la realidad de que no llegan al gran pueblo.
Ahora, sin buscar las razones que producen las protestas internacionales, esos copistas se inventan a los indignados dominicanos. Da risa y mueve a dolor.
Es la indignación de los indiferentes, de los que nunca han ido a la miseria dominicana, de los que nunca han luchado para llevar educación a los niños marginados, de los que nunca han ido a ver el dolor sin solución en un hospitlal público.
El movimiento que se tiñe de amarillo antes que de los indignados, debería de ser de los indiferentes. En ese movimiento hay sectores populares que son atraídos por la propaganda y las fuguras emblemàticas, pero los cabecillas, son dilectantes de grandezas efímeras.
Fueron los mismos que forjaron un movimiento del zapatazo, porque un periodista le lanzó en Irak un zápato a George Busch. Ellos que no tienen el valor de luchar por la miseria local y de pedir justa distribución del capital, quisieron emular el valor de un hombre que desafíó a una potencia interventora.
Creo en el derecho a la protesta, a la solidaridad, a la concertación, pero no a que buitres al acecho de movimientos internacionales, los copien al dedillo y quieran jugar a guerrilleros sin montañas ni rifles.
Detrás de estos indignados están los mismos capitalistas que propician el cuatro por ciento para la educación. No mayores recursos para mejorar la enseñanza, sino para vender más libros y ampliar el material para las pruebas nacionales.
La salida de la juventud dominicana no es ser punta de lanza de los mismos intereses económicos y sociales que mantienen a una mayoría en la total miseria.
Los organizadores de estos movimientos, reflujo de vientos internacionales, se han leido al Gatopardo, de hecho debe ser su obra de cabecera, donde todo tiene que cambiar para que todo siga igual.
Los cambios no llegaran a contrapelo de presentaciones artísticas, o de empresarios en lucha por ampliar sus negocios. Los verdaros indignados ante los males sociales y la falta de oportunidades, no tienen mil máscaras, ni son seguidores de Jano, el Dios romano de la dualidad.
Creo en la indignación, pero no en el lavado de rostro de fuerzas hegemonicas que luchan por presentar el espejismo del cambio, para poder seguir como ayer, hoy y talvez mañana.
¡Cambio!…¿Para dónde?
Manuel Hernández Villeta es periodista dominicano