La
eternidad es una de las raras virtudes de los eslóganes. El lema del día
mundial de la ciencia para la paz y el desarrollo, "en el camino hacia
sociedades verdes", formará parte, sin duda, de esa permanencia; porque el
verde, aparte de ser un color injertado en la vida natural, en las sábanas de
la naturaleza, contiene un sabor poético que inspira la más profunda pasión.
Verde que te quiero verde, dijo el poeta, visionando el círculo cromático del
verde viento y de las verdes ramas. Esas por las que hoy suspiramos para
reconstruir una cultura global de sostenibilidad.
La ecuación matemática es
bien sencilla, se basa en la suma armónica de economías verdes. Por ello, todo
lo que sea degradar el medio ambiente es como degradarnos a nosotros mismos. Causa espanto saber, que tanto en tiempo de
paz como en tiempo de guerra, la explotación del medio ambiente sea la gran víctima
olvidada. Cultivos quemados, aguas contaminadas, bosques talados, suelos
envenados, animales sacrificados…; nadie se libra a las atrocidades del ser
humano.
El
caminar hacia sociedades verdes, que el verde en el corazón significa amor, es
lo que debe conmovernos y movernos. Hace falta que se produzca la gran
revolución y evolución hacia el verde de la naturaleza y de las energías
renovables. El uso y abuso irracional e irresponsable de nuestro propio hábitat
nos aniquila totalmente como seres humanos Parece un contrasentido que, en un
mundo en el que cada día se acrecientan los grupos ecológicos, sigan creciendo
los atropellos al entorno. No tenemos perdón. Somos un peligro andante, movidos
por una economía inhumana, que nos domina a su antojo. El gran libro de la
naturaleza nadie lo lee, ni tampoco se considera como se merece una obra de
arte. El arte verde es la vida que nos sostiene, mal que nos pese. Por otra
parte, ¡qué esperar de un mundo de necios, donde lo que abunda es gente de mal
gusto!
Los
costes ambientales de una economía destructiva con el medio son demoledores. El
mayor montante sigue siendo costeado, no por parte de los que generan la
destrucción, (¡injusticia grande!), sino de los pobres, que son los verdaderos
sufridores del efecto del calentamiento del planeta. El cambio climático pienso
que es un ultimátum a otras formas de vida. Es importante que seamos
conscientes del gran problema. La economía verde se caracteriza por las bajas
emisiones de dióxido de carbono y la eficiencia energética. O hacemos
sociedades verdes o la cuestión de supervivencia penderá de un hilo cada día
más frágil. Reconozcamos que el recalentamiento climático ha sido generado por
la industrialización de la civilización occidental y el modo de caminar de las
sociedades desarrolladas. Por consiguiente, son estas colectividades las que tienen
que pagar la mayor cuota de responsabilidad.
Ahora
bien, hemos de considerar la necesidad de trabajar todos unidos. El asunto de
la ecología es general para todo el planeta. En el camino hacia sociedades
verdes, más que una exigencia estética, que también, es una exigencia moral,
puesto que la naturaleza abraza a toda la humanidad. La exclusión no es
posible. Tenemos que pasar de una sociedad del despilfarro, irrespetuosa con su
ecosistema, a una sociedad respetada por todos y respetable con sus recursos
vitales. Mi convicción es que debemos aprovechar todas las capacidades,
científicas y humanas, para reconquistar el verde de la vida en un mundo
caótico y sin referentes de cambio global.
Ninguna
población, por adelantada que se encuentre, puede sentar por sí misma la hora
del cambio de ruta. El desarrollo
sostenible será ecológico globalmente, y será por todos y para todos, o no
será. Desde luego, la importancia del papel de la ciencia y los científicos en
la creación de sociedades verdes es fundamental. La cultura actual se mueve en
el terreno de la ciencia. Esto puede ser un peligro. El mundo científico no lo
puede abarcar todo. Esta mentalidad cientificista puede plantearnos serias
contrariedades, porque es la unión de todos los saberes, los que acrecientan
las reflexiones más puras. Sin duda, será necesario aprovechar los logros
científicos y tecnológicos para acelerar el progreso socioeconómico, pero
también habrá que valerse de otros conocimientos, porque como bien dijo el
escritor francés François Rabelais, "ciencia sin conciencia no es más que
ruina del alma".
Evidentemente
el camino hacia sociedades verdes reclama algo más que un mero reciclaje, es sustancial
un gran esfuerzo educativo en todas las culturas continentales, con el fin de promover
una mudanza efectiva de concepción existencial, estableciendo distintos e
innovadores modos de concebir el progreso. Ha llegado el momento, pues, de
establecer un patrón de crecimiento a nivel de continentes, capaz de conciliar el
desarrollo de una economía productiva y competitiva con el uso racional de los
recursos naturales. De lo contrario, las generaciones futuras no nos la van a
perdonar. Lo peor que nos puede pasar es entrar en guerra con la naturaleza, lo
que exige que la civilización deba aprender a dominarse mucho más a sí mismo.
6 de
noviembre de 2011