<p style="font-weight: bold;">Santo
Domingo.- Este 25 de noviembre se cumplen 17 años de la muerte de ese Gran
Maestro del Periodismo que se llamó Rafael Herrera Cabral, banilejo de pura
cepa, a quien algunos tratan en vano de imitar su estilo y, sin ser familia, se
creen ser herederos de su figura patriarcal, inútil pretensión que se cobija
bajo la sombra de un protagonismo del que legítimamente carecen.
Si
estuviera vivo, hoy sería un indignado ante tantas barbaridades que suceden en
el país, que nos han curado de espanto. Pero también seguiría siendo “el gran
componedor”, mediando en conflictos para que el nuestro fuera un país mejor.
Tal
como lo recuerdo, cuando le conocí en
1962 era un hombre alto, fortachón, de cejas arqueadas y pobladas, pelo suave y
plateado, nariz larga pero ordinaria, casi protuberante, con signos visibles de
lo que parecían ser huellas de viruela. Sus ojos eran grises yvivaces, aunque el izquierdo a menudo lucia
más pequeño que el derecho.
Herrera, un hombre de una inteligencia
extraordinaria, estaba dotado de una personalidad atrayente aunque informal, a
través de la cual dejaba traslucir un espíritu rebelde y al propio tiempo una
bondad sin límites, que demostró en más de una ocasión, al proteger y salvar
vidas de perseguidos políticos durante uno de los tantos gobiernos del doctor
Joaquín Balaguer.
Como acertadamente dijo el periodista Juan
José Ayuso en un artículo después de su muerte “fue un buen componedor, un gran
mediador.Evitó muchas tragedias que
hubieran pesado en la conciencia del país y agraviado una carga de
resentimiento de todo tipo” (1).
Herrera, a pesarde que sirvió a Trujillo como traductor y
diplomático, especialmente en las Naciones Unidas, anhelaba una sociedad
democrática, bien informada, en la que cada dominicano estuviera consciente de
sus derechos y deberes “con caridad para todos, sin malicia para nadie”.
Guarionex Rosa, otro periodista que le conoció
y trabajó bajo su mando, dijo que “durante el largo periodo de los doce años
(de Balaguer) se enfrentó a los muchos desafueros que caracterizaron esa Era y
a pesar de su amistad con quien dirigía la cosa pública, intercedió por los
perseguidos y amparó, a veces bajo responsabilidad personal, a los
contestatarios del régimen en momentos en que hubo un desentendimiento (sic)
por la magnitud de la represión, atribuyéndose oficialmente a las fuerzas
incontrolables” (2).
Un primo suyo, el poeta Héctor Incháustegui
Cabral (25 de julio 1912-5 de septiembre 1979) en una ocasión lo definió como
“corazón grande en manos de un olvidadizo, escritor serio y magnifico, manejado
por un alma reflexiva y paciente a cuya puerta me parece que nunca ha llamado
la ambición literaria, a quien el vano aplauso de los amigos jamás tuvo los
atractivos de esa sirena que a los demás nos hizo embarrancar en playas que
creímos solitarias y en donde recibimos muchísimas pedradas” (3).
Monseñor
Agripino Núñez Collado, obispo católico con quien le unió una gran amistad,
dijo en una ocasión que “este singular autodidacta que fue don Rafael, ya
traducía al español desde temprana edad, del inglés y del francés, llegando a
convertirse en el mejor traductor de esa época por la amplitud del vocabulario
y el admirable conocimiento de la lengua que empezó a adquirir leyendo una
Biblia detrás de un mostrador” (4).
El amor de Herrera por los libros era como un
fanatismo. En el país, siempre iba a las librerías a comprar alguna obra. Si
viajaba al extranjero, regresaba con muchísimos libros, especialmente sobre
economía, cuyas variadas teoríasmemorizaba y le daban la base necesaria para discutir pública o
privadamente con cualquier economista de Harvard o de Oxford. Herrera no se
limitaba, como algunos, a comprar libros para adornar una biblioteca, sino que realmente
los leía, pues aprendió un método de lectura rápida que le permitía
asimilar una página con solo darle un vistazo. En su despacho, cuando le
entregaba el texto de alguna noticia o reportaje, lo miraba rápidamente y,
devolviendo las páginas, me hacía alguna que otra observación para que
sustituyera tal o cual palabra. En más de una ocasión llegué a pensar que me
hacía utilizar palabras equivalentes para dejar su impronta en mi artículo,
como quien dice: “No solo es obra de Estrella Veloz, pues yo lo corregí”. Era
una forma del maestro enseñar a su alumno, petulancia aparte.
Había algunas cosas que molestaban sobremanera
a Herrera,como por ejemplo cuando un
redactor, al describir el acto inaugural de una carretera o edificio, decía que
“el Presidente cortó la cinta simbólica”. “¿Simbólica de qué?”, se irritaba
Herrera. “Cortó la cinta”,es lo que
debió haber escrito”, corregía Herrera.
Era enemigo de que los redactores utilizaran
el grupo disyuntivo y/o, que según el académico Fernando Lázaro Carreter es
“una coordinación de coordinadores, posible en inglés pero no en castellano,
porque el valor semántico de y es combinatorio; el de o, alternativo o disyuntivo”, aunque
aparentemente se excluyen.
Ese afán de Herrera por el manejo del idioma
fue quizás lo que le llevó a reclutar como correctores de estilo a intelectuales
de la talla de J. Agustín Concepción, Marcio Veloz Maggiolo, César A. Herrera, Ramón Emilio Reyes, Pablo Rosa, Ciriaco
Landolfi y Carlos Esteban Deive, entre otros, pues quería que el periódico
fuese un ejemplo de buen manejo del idioma. En tal sentido, como afirma el
mismo Carreter, Herrera entendía que “el lenguaje del periodismo no ha de ser
monótono, su melodía no puede producirse tañendo una misma campana; pero la
polifonía necesaria no debe resultar de disonancias y de notas erradas o
fallidas. La variedad polifónica resulta de manejar inteligentemente el
repertorio general de posibilidades que la lengua ofrece a todos, de tal modo
que el mensaje en nada extrañe a los receptores cualquiera que sea su cultura.
No suele tenerse en cuenta que el idioma bien empleado es bien entendido y
apreciado por las personas poco instruidas, mientras que las rarezas y las
extravagancias, aunque no sean percibidas por esas personas, estremecen a quien
sí posee alguna instrucción” (5 ).
En la misma forma en que Herrera concedía
vital importancia al buen uso del idioma, hacía lo propio con el desarrollo de
la agricultura, que estimulaba con sus editoriales, y con los libros. En
algunasNavidades proclamaba en un
editorial: “Regale un litro, pero también regale un libro”.
Herrera
llegó a conformar una biblioteca con más de 7.000 volúmenes de caracteres
económicos, políticos, educativos, religiosos, artísticos, filosóficos,
sociológicos y literarios, que se complementaron con obras dedicadas por
diversas personalidades. Esa biblioteca fue donada en el 2003 por doña Rosa y
Héctor Herrera a la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, centro
académico con el que colaboró desde sus inicios en 1962, tanto como periodista
como miembro de su Junta de Directores.
“No hay un libro malo donde no se encuentre
algo bueno”, decía Herrera. “Por lo mismo, todo libro nos permite esperar que
en sus páginas haya una frase, que nos sirva para acrecentar nuestro
conocimiento. O para encausar nuestras posibilidades hacia un mejoramiento de
nuestro íntimo ser”.
Las inquietudes intelectuales de Herrera, su
amor a la lectura y su pasión por ensanchar sus horizontes culturales, le
convirtieron en uno de los dominicanos de más prestigio del siglo XX.
Rafael Herrera Cabral nació en Baní el 7 de
julio de 1912, hijo de Fabio Florentino Herrera y Echevarria y Ana María Cabral
Billini, su cuñada, pues con anterioridad había muerto su esposa Águeda.
Los
demás hijos de ese matrimonio fueron Fabio, Pablo Melchor, Ana María, Ramón
Antonio, Fernando e Isabel.Entonces
Baní era prácticamente una aldea, muy laboriosa, una sucesión de fachadas de
tablas de palmeras, mal pintadas de almagre, con empalizadas con coralillos y
calles rectas que se perdían luego entre matorrales y mangos, en hatos donde
era frecuente ver pastar las vacas y caminos donde los perros, flacos, iban
detrás de las monturascon recipientes
llenos de leche que se vendía en el pueblo.
La vena periodística de Rafael Herrera fue
heredada de su padre, un verdadero mentor de actividades sociales, políticas y
culturales, promotor del progreso banilejo y quien estuvo durante más de medio
siglo al servicio de su comunidad, donde llegó a ocupar los cargos de regidor
yPresidente del Ayuntamiento, además de
miembro de la
Sociedad Amantes del Progreso.
Fabio
Florentino era un escritor y periodista de estilo literario elegante, correcto
y de elevado sentido humanista, propietario de Ecos del Valle, periódico
que bajo su rectoría y orientación siempre se mantuvo a la vanguardia de todas
las actividades propulsoras del bienestar de la colectividad banileja.
Rafael Herrera apenas llegó al cuarto curso de
la escuela primaria, pues era tímido, retraído y modesto, lector voraz de todos
los libros existentes en el comercio de su padre. “Tenia miedo a las muchachas,
así que leía mucho para consolarme”, dijo en una ocasión como justificándose.
Siempre
distraído, a menudo cogía un pan mientras leía un libro, le daba un mordisco al
pany lo dejaba en cualquier sitio, para
luego buscar otro y hacer lo mismo, hasta que al poco rato se encontraba con
los dos pedazos. En el cuarto curso, un día que le llamaron la atención, saltó
por una ventana y jamás volvió. Como siempre usaba una melena, en ocasiones era
objeto de burlas, hasta que decidió raparse la cabeza, sentándose en el parque,
para ver si alguien se atrevía a decirle algo. Nadie lo hizo, pues pocos de su
edad estaban dispuestos a provocarle, dada su gran fortaleza física,
probablemente dispuesto a usarla en caso de ser ridiculizado.
Herrera
era uno de esos hombres que no tuvieron nunca una enseñanza universitaria y
para quienes el ejercicio de la cultura no era una necesidad profesional. Sin
embargo, vivía preocupado por la cultura, en el entendido de que ignorar las
bases sobre las cuales se ha podido levantar el admirable espíritu del hombre,
es permanecer al margen de la vida, con una renuncia voluntaria a quizás lo
único que puede ampliar nuestra mente hacia el pasado para ponerla en
condiciones de enfrentar mejor el porvenir. Tengo la impresión de que Rafael
Herrera siempre consideró que la verdadera Universidad de hoy son los libros, a
pesar del gran desarrollo que tienen hoy las instituciones docentes, con
sofisticadas computadoras conectadas a la red de Internet, donde si bien los
educadores son guías y orientadores, se fundamentan en los libros como fuente
permanente de conocimiento.
Herrera
llegó a Santo Domingo en 1941, como traductor del Listín Diario, que
finalmente dirigiría. Más tarde sería redactor de La Nación, Jefe de
Redacción del mismo periódico, Jefe de Redacción de El Caribe (1948) y
ayudante del director del diario El Imparcial de Puerto Rico
(1949-1955). Entre 1956 y 1960 fue Director de El Caribe y en 1961
Secretario de la
Presidencia, y delegado de la República Dominicana
a numerosas conferencias internacionales, especialmente ante reuniones de la UNESCO, para discutir la política
de comunicaciones de ese organismo mundial. Fue galardonado con premios
nacionales e internacionales por su labor periodística, aparte de que recibió
condecoraciones del Gobierno Dominicano, de España y Francia.
Entre
los premios periodísticos recibidos figura el María Moors Cabot, que concede
anualmente la Universidad de Columbia en Nueva York a quienes se distinguen por
su actuación en el periodismo de las Américas, preciado galardón altamente
ambicionado por muchos periodistas. A Herrera se le concedió en 1985 no
solamente como un acto de justicia a su figura, sino un nuevo honor que rindió
al periodismo dominicano el comité que escoge anualmente los galardones, pues
con anterioridad lo había recibido Germán Ornes por su constante lucha a favor
de la libertad de prensa.
Sin
embargo, no todofue color de rosa en el
ejercicio periodístico de Herrera, pues aparte de que se vio forzado, como casi
todos los intelectuales dominicanos de su generación, a colaborar con Trujillo
y su régimen despótico, en más de una oportunidad se le amenazó, se le intentó
asesinar e incluso fue llevado ante los tribunales acusado de difamación e
injuria, un espectáculo judicial de mal gusto montado por funcionarios
allegados al entonces Presidente Joaquín Balaguer que no toleraban la
independencia del periodista.
Hoy día,
cuando a menudo a algunos periodistas se les acosa o se les trata de sobornar,
es aleccionador recordar la firmeza de un amigo y colega que se llamó Rafael
Herrera Cabral.
—
1)- Juan
José Ayuso, El Nacional, 8 de diciembre de 1994.
2)
Última Hora, 6 de diciembre de 1994.
3.-El
Pozo muerto, Universidad Católica Madre y Maestra. Imprenta Amigo del Hogar.
Santo Domingo, 1980. Es una reedición, pues la versión original fue escrita en
1957.
4.-Semblanza
de Rafael Herrera. Biblioteca de la PUCM.
5.-Fernando
Lázaro Carreter. El dardo en la palabra. Círculo de Lectores, S. A. Galería
Gubemberg, 1997.