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Hay pequeñas charlas que son un hallazgo, una breve muestra del pulso del destino al que uno ha llegado. En algún punto de Puerto Plata, alorte de República Dominicana
, el chofer Manuel se entretiene mirando a una tortuga en un estanque. A
sus espaldas, un mar perfecto asoma con su superficie azul oscura. </span>
¿Usted sabe cuántos años vive una tortuga? me pregunta, sin
quitarle los ojos de encima al bicho. Más de cien años, ¿no? ¿Sabe
por qué? Porque anda tranquila. No molesta a nadie y nadie la molesta.
El espíritu de muchos dominicanos es así, como el de Manuel, relajado
como la tortuga, de respuestas simples, sin tantas vueltas.
República Dominicana es mucho más que playas de postal. Sí, tiene todos
los elementos icónicos de lo que muchos consideran el paraíso caribeñ
palmeras, brisa suave, agua tibia y planchada. Pero este es también uno
de los lugares elegidos por los indígenas taínos, quienes a lo largo de
los siglos fueron poblando las islas del arco antillano; es la tierra a
la que llegó Colón, luego de ser rechazado en Cuba y Bahamas; y es
también el sitio en el que el dictador Rafael Leónidas Trujillo sembró
el terror.
Durante varias décadas, el cabo de Punta Cana
situado al sudeste de la isla fue el lugar por excelencia para los
visitantes que llegaban a Dominicana y el punto donde se concentra la
mayor cantidad de hoteles resort de 5 estrellas (ver Imperdible ). Pero el país ofrece tam- bién otras decenas de playas para descubrir. Hacia allí rumbeamos.
Luego de la llegada a Santo Domingo
, la capital, el viaje se inicia hacia el extremo norte para hacer base
en Puerto Plata, la provincia más importante de esa costa.
Las dos ciudades están a 223 kilómetros, pero evite hacer cálculos sobre
la distancia y el tiempo de llegada. En buena parte del país, el estado
de las rutas es algo precario y los embotellamientos son frecuentes.
Mientras la combi intenta salir de la ciudad, el guía Carlitos dice que
está "para servirlo" y comienza a contar historias. Muchas historias.
Como si fuese una película, su voz en off se mezcla con las escenas que
se ven desde la ventanilla de la combi.
El cobrador de un
minibús se cuelga del paragolpe, agita los billetes y vocea los destinos
y Carlitos dirá que en la isla son 10 millones de habitantes y que una
tercera parte vive en la capital. Vemos la zona alta de los barrios
populares, y el guía contará con orgullo que son los principales
exportadores de cacao del continente. En un rato hará también una lista
de las mejores marcas de ron pone sus votos por el Brugal y dirá que
acá a las naranjas las llaman chinas. "Porque esa fruta proviene de
China", explica, con la misma naturalidad con la que Manuel contesta lo
de las tortugas. Una lógica que no admite repreguntas.
El reino del all inclusive - En Puerto Plata
así como en los principales destinos de playa de la isla, la oferta
hotelera va desde las pensiones de quince dólares hasta los complejos de
cinco estrellas.
Muchos de los turistas optan por los que
ofrecen servicio all inclusive (todo incluido). Los hay de tres a cinco
estrellas; el precio de la noche incluye barra libre, las cuatro comidas
buffet y la posibilidad de optar por restaurantes a la carta dentro del
complejo, sin cargo adicional. Todos tienen playa privada, grandes
piletas y un equipo de empleados encargado de la organización de juegos,
competencias deportivas y otras actividades. En algunos, ofrecen
servicio de snack las 24 horas, boliches bailables dentro del predio y
otros servicios adicionales como club de niños, spa, masajes y gimnasio.
Desde
este lugar, que vive del turismo y de la agricultura, se puede ir a una
decena de playas sin recorrer grandes distancias. A sólo 20
kilómetros, por ejemplo, está la pequeña y encantadora bahía de Sosúa,
un pueblo fundado a finales de los 30, luego de la llegada de 500
colonos judíos. A raíz de esa herencia, en el lugar se puede visitar una
de las primeras sinagogas del país, donde también funciona un museo
judío.
En la bajada a la playa, encontrará una calle repleta
de talleres de arte de pintores de la zona, que cultivan el estilo naïf
caribeño. A la hora del almuerzo, podrá ir a uno de los pequeños
restaurantes con comida criolla y especialidades en mariscos. El agua en
la bahía es calma y tibia; se puede practicar buceo y se organizan
excursiones en barco.
El Encuentro, otra de las playas
cercanas a Sosúa, nació como un reducto de surfistas y aún guarda ese
espíritu bohemio. Allí funciona una escuela de surf y se celebra en
abril un torneo internacional.
El lugar conserva un estilo rústico, con apenas algunos bancos de madera con vista al mar bravío.
Cabarete es, quizá, la playa más visitada de la zona. Emulando a la
pecadora Las Vegas, los dominicanos dicen que "lo que pasa en Cabarete
queda en Cabarete". Es, claro, destino de jóvenes, de noche, de
boliches, de fin de semana. Los bares y discos están al borde de la
playa. Uno de los boliches más conocidos es El Bambú Bar, con su caño en
el centro de la pista, como en el programa de Tinelli. En la larga
playa, iluminada con velas, se confunden los dominicanos con los
turistas de camisa a cuadros, bermudas y mocasines. Pero en ese momento,
la diferencia no está dada por la vestimenta sino por el baile. De un
lado hay gente que baila naturalmente, como si fuese un hecho orgánico. Y
del otro estamos los incapaces de sintonizar la música con los actos.
Pero a nadie le importa. El merengue, la bachata y la salsa suenan para
todos en una atmósfera de calor sofocante.
En Puerto Plata hay
otro tesoro escondido, que no son las playas ni el ron ni el tabaco. La
propuesta tiene, en cambio, el sabor de la aventura, del vértigo, de la
adrenalina.
Hasta mediados de los 90, los "27 Charcos de Damajagua" eran un lugar desconocido. El río Damajagua,
proveniente de la Cordillera Septentrional, tiene una sección de
saltos de hasta 13 metros de altura que forman, a su vez, cortinas de
agua y piletas naturales en el medio del bosque. Los guías locales
coordinan el ascenso por las rocas y el salto desde los distintos
charcos, que van aumentando el grado de dificultad (para hacerlo se
necesita cierta destreza física). Los toboganes naturales, los clavados y
los gritos cargados de adrenalina valen la travesía.
Un pez espada
– Después de varios días de olas sonoras y espumosas, de sol que
enciende palmeras y de aguas claras, uno puede caer en la tentación de
pensar que todas las playas se parecen. Puede pensar que éstas del
Atlántico son iguales a las caribeñas del sur. Sí, uno puede pensar todo
eso hasta que llega a Cayo Paraíso. Es un atolón (isla coralina oceánica) frente a las costas de Punta Rusia y La Ensenada en Puerto Plata, a una hora en barco.
Antes de llegar a destino, cuando el verde y el turquesa del agua se
confunden, algunos no resisten la tentación y saltan desde el barco para
llegar nadando al islote, que tiene apenas cien metros de extensión.
Alguien se acerca con un snorkel y patas de rana. El movimiento del mar
es suave, el sol fuerte y la satisfacción, intensa.
Ahora se ve un
pez espada; en un rato los corales; luego un caballito de mar. Y más
tarde otras especies que dan ganas de memorizar para buscar en los
libros.
En Santo Domingo - Dejamos el azul turquesa del mar por el de los azulejos pintados en las calles de Santo Domingo,
antes llamada Ciudad Trujillo. La ciudad fue destruida por un huracán a
inicios del siglo XVI; el entonces gobernador Nicolás de Ovando la hizo
reconstruir por completo.
El primer paso de un city tour y gran joya de la ciudad es, justamente, la Ciudad Ovando, zona colonial bordeada por el río Ozama y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Caminar por esas calles adoquinadas es encontrarse con casas
palaciegas, con la primera catedral de América y con la casa de Ovando,
que hoy alberga a un precioso hotel con portón de estilo
gótico-isabelino. Para los que prefieran un paseo guiado, un pequeño
tren recorre toda la ciudad en unos 45 minutos, con salidas todos los
días.
Si tras deambular por las calles de la capital aún le
quedan fuerzas, suba las escaleras caracol de la torre de la fortaleza
para tener una vista privilegiada de la ciudad. Y para ver ese momento,
ese lugar en el que el río se confunde con el mar.
El punto final del recorrido es el Faro a Colón,
donde descansan los restos del navegante, en la zona oriental de la
ciudad. El monumento fue construido en 1992, cuando se cumplieron 500
años de la llegada de los españoles.
Aunque el arquitecto que
lo diseñó era escocés, es imposible no pensar en los edificios
soviéticos al mirar esas grandes masas de hormigón y mármol. Visto desde
el aire, se erige como una gran cruz, y de noche ofrece un espectáculo
de 157 luminarias que se ven desde varios kilómetros a la redonda.
Cuando es tiempo de hacer valijas, chequear horarios del avión de
vuelta y otras tareas, aparecen imágenes rápidas, como quien ve paisajes
a través de la ventana de un tren. Está Manuel explicando por qué las
tortugas viven tanto.
Aparece esa atmósfera cálida de voces
caribeñas. Se escuchan las radios a todo volumen expulsando su chillería
de las casas, de los bares populares. Y a un locutor diciendo "esto es
pa’ gozar", antes de poner una bachata. Se siente el sol radiante,
alguna lluvia y el calor. El silencio perfecto que rodea al buzo entre
corales y peces de colores. Y la brisa, suave y deliciosa, del mar
infinito.
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