“Si este relato le ha
llegado al corazón, anímese, vaya a una tienda y adquiera un juguete, carrito o
no, y obséquieselo a un niño pobre que lo necesite. Usted comprobará que a
partir de entonces dormirá más feliz que nunca. Con la conciencia limpia,como la sonrisa evangélica de un niño sin
malicia”.
Santo Domingo-(Atanay.com)-Hace varios años,
nuestra familia tenía un colmado en la avenida principal deSanto Domingo Oeste, que tuvo la nada
excepcional particularidad de que quebró por su crecimiento. Suenaparadójico, pero su progreso determinó la
compra de nuevas neveras y congeladores, y ahí comenzaron los problemas. Hubo
un momento en que la facturación eléctrica subió a más de 20 mil pesos por mes,
hasta que personalmente decidí cerrar el negocio, hasta el sol de hoy. Ni mis
hijos, ni mi esposa, ni yo, íbamos a trabajar únicamente para beneficio de la
empresa eléctrica. Tampoco nos íbamos a robar la energía.
En mis tiempos libres, generalmente al caer la
tarde, me convertía en “dependiente” del colmado, al cual asistían personas de
variados tipos. En el “blanco del ojo”, como dicen en el Cibao, uno sabía
cuáles eran de confiar y cuáles no. Porque es bueno decir que los dueños o dependientes
de colmados se convierten en “sicólogos empíricos”, lo que les sirve de mucho
al bregar con los “tígueres”, sean o no del barrio.
La cuestión es que a ese colmado solía ir siempre
un niño de unos seis años. Era hijo de un “guachimán” que prestaba servicios en
la zona, quien generalmente lo enviaba a comprar refrescos y panes.Un buen día, el niño de la historia se
apareció con la vestimenta sucia, lleno de lodo, algo inusual. Entonces le
pregunté el motivo de esa suciedad.
–Es que estaba haciendo un carrito de lodo, pero
no camina, porque las rueditas se le despegaron.
Eran días próximos a la Navidad, como ahora, y
sentí profunda tristeza ante la historia del niño. Sin pensarlo dos veces, al
otro día fui a una tienda y compré un carrito de esos que simulan a los
patrulleros de la Policía. Si mal no recuerdo, costó unos 75 pesos, que para
entonces resultaban muchos comparados con los de hoy.
Cuando el niñovolvió al colmado, le sorprendí con el juguete. Me miró un poco
desconfiado, pero ante mi insistencia en que lo tomara, me dij
–¡Vaya, es un carrito de verdad! Gracias, señor.
No se apure, que cuando yo sea grande y
tenga mucho dinero le voy a regalar un carro grande, de los de verdad.
Confieso que se me aguaron los ojos ante la reacción
del chico.
El muchachito se marchó, y minutos después llegó su
madre casi vuelta una tromba, preguntándome si era cierto o no que yo le había
regalado ese juguete a su hijo. Tras decirle que sí, la señora comentó:
–Se lo pregunto porque no quiero que un hijo mío
salga ladrón. Pensé que era que mi hijo lo había cogido por ahí.
–Váyase
tranquila, señora, que ese fue un regalo de parte nuestra.
Jamás volví a
ver al niño del carrito de lodo. Años más tarde, sin embargo, se apareció a mi
casa un joven bien presentado, quien tras saludarme educadamente me preguntó si
yo era el dueño del colmado.
–Sí—le
dije–¿por qué lo pregunta?
–¿Usted no me
recuerda? Soy aquel a quien en unas Navidades usted le regaló un carrito de
juguete, porque lo que tenía era un carrito de lodo. Jamás en mi vida alguien me había hecho un
regalo semejante. Hoy vengo a decirle que no puedo regalarle un carro de
verdad, como le prometí. Pero tengo un taller de mecánica cerca de aquí, y
cuando usted me necesite, cuente que le serviré sin cobrarle nada.
Se despidió con
una sonrisa, tras haberme proporcionado la dirección de su taller. Nunca me vi
precisado a utilizar sus servicios, aparte de que sobre mi conciencia se
afianzaría la idea de que si lo hacía, estaría cobrándole el carrito que con
tanto amor le regalé al entonces niño que fabricaba carritos de lodo para su
entretenimiento.
Siempre que
llegan las Navidades recuerdo con nostalgia esta historia. Es por eso que por mala que sea la situación económica en que me
encuentre, en las Navidades busco la forma de sacar unos centavitos para regalar a un niño pobre “un carrito de
verdad”, que siempre reciben con alegría porque nunca tuvieron uno.
Si este relato
le ha llegado al corazón, anímese, vaya a una tienda y adquiera un juguete,
carrito o no, y obséquieselo a un niño pobre que lo necesite. Usted comprobará
que a partir de entonces dormirá más feliz que nunca. Con la conciencia
limpia,como la sonrisa evangélica de un
niño sin malicia.