Manny Ramírez
sigue siendo Manny. Impredecible, temperamental, capaz de sorprendernos
a cada paso, aunque no necesariamente por el lado positivo.
De hecho, hace mucho que no nos regala una buena sorpresa, un jonrón
decisivo en el final del noveno inning, una carrera impulsada a la hora
cero.
Desde hace años, en la medida que su innegable talento fue en descenso,
el dominicano se esforzó por reafirmarse en su papel del tipo malo en el
béisbol.
Ahora, se baja con un chiste de mal gusto, al decir que va a ser un
modelo de conducta si algún equipo le concede el favor de contratarlo.
Capturado dos veces en el consumo de sustancias prohibidas para mejorar
el rendimiento, Ramírez cumplió 50 juegos de castigo en el 2009, cuando
jugaba para los Dodgers de Los Angeles.
Apenas iniciada la campaña del 2011 con los Rays de Tampa Bay, reincidió
en la trampa, pero prefirió retirarse antes de enfrentar una suspensión
por 100 partidos.
Pero hace unas semanas pidió perdón públicamente y solicitó el permiso
de las Grandes Ligas para poder regresar, aunque antes debería cumplir
una sentencia acortada de 50 juegos.
Para quienes defienden el juego limpio, la competencia leal, donde todos
entren al terreno en igualdad de condiciones y sólo triunfe aquel capaz
de usar a su mejor beneficio su talento y habilidades, reinstaurar al
polémico quisqueyano es, cuando menos, una burla.
Bueno, una burla en sí misma es la actual política de sanciones que
tiene las Grandes Ligas en materia de dopaje, que para muchos no es más
que seguir mirando a otro lado, como hicieron en la década de los 90,
cuando era un secreto a voces el consumo de esteroides y otras
sustancias por los peloteros.
Entonces, necesitaban de un McGwire y de un Sosa para que salvaran al
béisbol tras la devastadora huelga de 1994 y convenía hacerse de la
vista gorda.
A veces pienso que ni el comisionado Bud Selig, ni otros directivos de
las Mayores, tenían muchos deseos de implementar una política antidopaje
y sólo lo hicieron cuando las circunstancias los obligaron.
Pero sigue habiendo mucha ambigüedad e hipocresía. La famosa lista de
103 peloteros que dieron positivos en un control antidopaje se ha ido
filtrando a cuentagotas y los pocos nombres que se saben hasta ahora
parecen haber sido sacados a la luz intencionalmente.
¿Por qué no se publica de una buena vez la dichosa relación y se hace borrón y cuenta nueva?
Quizás ahí aparezca y no convenga revelar un nombre que constituye uno
de los jugadores más emblemáticos de la actualidad y que entonces apenas
comenzaba su carrera en el 2003, año en que se tomó aquella prueba.
Eso significaría un golpe demoledor a la credibilidad de la organización.
Pero por otro lado, la emprenden con aquellos que en su momento fueron
aupados por directivos y periodistas y que ahora, ya retirados, viven
casi en la sombra por haber jugado en la era de las jeringuillas.
Con ello se está condenando por sospechas a toda una generación de peloteros.
Para completar esa ambigüedad, ahora Manny podría regresar. Y pueden
apostar a que si vuelve, lo hará en medio de una atronadora salva de
aplausos, como un guerrero que llega triunfante de una contienda bélica.
Olvídense de José Canseco, de Barry Bonds, Sosa o Rafael Palmeiro.
A esta altura, ya nadie podrá disputarle a Manny el dudoso honor de ser el principal emblema de la era de los esteroides.
Si permiten su regreso, burlándose de los fanáticos, saltándose la mitad
de la ridícula sanción que le corresponde, las Grandes Ligas estarán
demostrando que aún aman esa etapa donde el dopaje era rampante y que su
voluntad para cambiar las cosas es tan risible como creer que Manny
Ramírez pueda llegar a ser alguna vez un modelo de conducta.
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