<p style="font-weight: bold;"> A mayor cantidad de población, es indudable
que se requieren cada vez más y más servicios esenciales. Es indiscutible que el
incremento habitacional en las ciudades atenta contra el medio ambiente, mucho
más si se descuida la atención que amerita.
Sin duda que constituye ese el principal
aliado para la saturación de los servicios de transporte, escasez de alimentos,
proliferación de basura, un cada vez menos efectivo servicio de salud, mayor
incentivo de construcciones marginales, complicaciones en los programas de
estudios, etc.
Y de todas estas situaciones, la delincuencia sale más que
fortalecida para ensanchar sus andanzas, que además no se circunscribe a
barrios marginales, sino que se ha aposentado hasta en exclusivos
residenciales.
Treinta o cuarenta años atrás, cuando la
población de la ciudad de Santo Domingo se estimaba en cerca de un millón de
personas, todavía en los barrios populosos de la parte alta de la ciudad la
gente se daba el lujo de andar por sus calles con un mínimo de riesgo.
Hoy día, cuando el Gran Santo Domingo ha
crecido hasta pasar de los 3 millones de almas, la situación se ha tornado
compleja y peligrosa. Y ni hablar de los malabares por los que tienen que pasar
residentes para subsistir en medio de al precariedad que imponen deficiencias
como en los servicios de electricidad, agua, transporte, basura y otros.
El crecimiento de las ciudades
contribuye a que haya menos bosques, menos fuentes de agua, y en algunas
regiones del mundo ello es un ingrediente efectivo para la expansión de áreas desérticas.
Uno de los mayores retos que tienen los
organismos de repercusión mundial, como las Naciones Unidas y sus respectivas
dependencias, tiene que ver con la saturación del número de pobladores en las
distintas regiones del mundo, en especial en las más importantes metrópolis.
Más de 200 millones de personas
viven en doce de las ciudades más pobladas del mund Tokio, Nueva York, Ciudad
de México, Seúl, Sao Paulo, Buenos Aires, Jakarta, Osaka, Nueva Delhi, Bombay,
Los Ángeles, Shanghai. Por más esfuerzos que se haga para satisfacer las
exigencias de servicios que requieren esos conglomerados, no siempre hay
garantía de que se cumpla a cabalidad.
El recurso agua es considerado el
más angustiante y que crea el mayor problema en una situación de explosión
demográfica de grandes proporciones. Como reza el dich el agua es vida. Es
una ley natural, sin agua, sencillamente los seres humanos, los animales y la
vegetación no pueden subsistir.
En la actualidad, se calcula que la población mundial es de aproximadamente 6,000 millones de personas. Estimaciones
recientes de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) indican que para el
año 2025 el mundo tendrá 8,500 millones. Y para el 2050, que serían 25 años
después, la propia ONU estima que el planeta Tierra albergará 8,900 millones de
seres humanos.
Una definición de las tantas que
aparecen en la web define la superpoblacióncomo
una condición en que la densidad de la población se amplía a un límite que
provoca un empeoramiento del entorno, una disminución en la calidad de vida o
un desplome de la población. Además, que generalmente el término se refiere a
la relación entre la población humana y el medio ambiente.
Las reservas de petróleo y el recurso
agua a nivel mundial cada vez tienen mayor exigencia de consumo. Las
actividades domésticas, la producción agrícola, la producción empresarial
exigen enormes cantidades de esos dos recursos, básicos para el avance de las
civilizaciones.
Sin agua no hay cultivos. Sin
petróleo el avance industrial prácticamente se detiene. Pero agua y petróleo
van indisolublemente unidos a los progresos que hasta ahora ha experimentado el
hombre sobre la Tierra. Es tan así que el drenaje del cuerpo humano necesita
agua, y en una buena proporción su estructura está compuesta precisamente por
agua.
La explosión demográfica, sin
importar en cual región del mundo se produzca, ha provocado graves daños al
medio ambiente. Solo hay que ver los ejemplos de África, continente que dispone
aún de enormes riquezas, pero con países que registran los más espantosos
niveles de pobreza e inseguridad. Asia, donde las desigualdades mantienen a
muchas economías al borde del abismo. Y ni hablar de América Latina, que
registra altos niveles de marginalidad en sus principales capitales, lo que va
estrechamente ligado a la falta de oportunidades, los niveles de inseguridad y
la incidencia de la criminalidad.