No sé cuántas veces el Gobierno negó la última
reforma fiscal, que a final se impuso, incluso con el aval del sector
empresarial, con el pretexto de arribar a un acuerdo con el Fondo
Monetario Internacional (FMI).
Ahora que los vientos de reforma han
vuelto a soplar, el presidente Leonel Fernández no ha vacilado en
negarlo y el senador Tommy Galán, que filtró el proyecto, ha tenido que
retractarse. En medio de un proceso electoral en que el Gobierno está
decidido a revertir, a como dé lugar, la percepción de la población,
poner sobre la mesa la discusión en torno a más impuestos, es lo mismo
que afilar cuchillo para su garganta. No sólo había que negarlo, sino
también sacar el tema de debate.
Pero hasta el ligero déficit fiscal de
un 1.6% superior a lo estimado con que según el ministro de Economía
cerró 2011 confirma que la subida de impuestos es irreversible después
de las elecciones. A menos que el Gobierno se aboque a sanear el gasto
público, lo cual es impensable porque sería reducir al mínimo el
clientelismo y la propaganda en que ha sustentado su monopolio del
poder. La petición del sector empresarial de una reforma integral y la
Estrategia Nacional de dDesarrollo serían, como declaró el senador de
San Cristóbal, el pretexto para una reforma con la que, en realidad, se
buscaría cubrir el déficit que se arrastra y que proyecta incrementarse a
causa tano de las elecciones como del alza de los precios del petróleo.
El Gobierno podrá desmentirlo todas las veces que quiera, como ha hecho
en otras ocasiones e incluso hasta con más solemnidad, pero la
encrucijada en que está la economía, con todos y sus números
rimbombantes, no le deja otra salida. No sé si el descuadre en 2011 fue
de 60 mil millones de pesos como afirman economistas de la oposición o
si la reforma que se plantea será integral. Lo que sí advierto es que
los vientos tributarios no son mera imaginación, sino una realidad.