El Rey Henry Christophe, amo absoluto, figura odiosa que asumió para su despótico ejercicio de poder las arbitrariedades de los colonizadores, construye en el tiempo presente de la narrativa, el Palacio de Sans Soucí, con miles de esclavos vigilados por húsares negros. Toda una parafernalia de la vanidad humana elevada a sus niveles más contrastantes, arcos, jardines, pérgolas y laberintos.
Los vientos históricos de la gloriosa revolución francesa cesaban de soplar, cuando el encumbramiento del tirano requería mano de obra esclava, para sustentar en la ridiculez visual del encantamiento, los designios de la grandeza material que encadena como sortilegio la devoción de todos los elegidos por la providencia.
Haciéndose un espacio junto a emperadores y monarcas de todas las edades, el Rey impone un decorado falso, reproduce el contexto europeo y silba la música de los grandes conciertos de la civilización blanca en un vano intento de alcanzar sus decibeles y tonalidades, a costa del desconocimiento de su propia cultura, raíces y de un mimetismo vergonzante, indigno de la epopeya de su propia liberación. Juan Isidro Jimenes Grullón en su obra, “República Dominicana, una ficción” explica el proceso disfuncional de nuestras estructuras coloniales en virtud de la reproducción de las instituciones y valores de la Metrópolis en el contexto del recién creado Estado dominicano.
Un narrador encantador, el cubano Alejo Carpentier, con una formación universal, descubre “lo real maravillo” en la literatura a través de su experiencia con las prácticas animistas y el vudú en Cuba, dejando atrás su pasión por el barroco y el surrealismo. Deslumbrado, visita Haití y en su recorrido por la herencia histórica escribe su novela, “El reino del este mundo”, donde en una intensa descripción de hechos y fuerzas materiales y espirituales vuelca la fuerza de la rebelión contras las injusticias y contra todo lo que representó el rey Henri Christophe; lo hace con destreza incorporando las creencias y los rituales, los mitos y las ansias de libertad.
El personaje central es Ti Noel, negro esclavo que sigue a Mackandal, líder de la revuelta, a quien conoce y quien lo lleva donde una mujer con poderes mágicos. Mackandal es herido y posteriormente capturado, pero en el momento en que va a ser quemado se convierte en una mariposa, símbolo de la libertad, con lo cual cambia de figura, se transforma en otro ser, propio de las creencias animísticas.
Mackandal pasa a ser el guía mágico de la rebelión, creándose una fuerza infinitamente superior e invencible, que constituirá la fuente de la resistencia al poder opresor. Ti Noel es llevado a trabajar para el rey Henri Christophe en la construcción de una impresionante fortaleza, “La Citadelle”, alzada en la cima del “Gorro del Obispo”, “florecida de hongos encarnados, mole de ladrillos tostados, levantada más arriba de las nubes, con tales proporciones que las perspectivas desafiaban los hábitos de la mirada”.
Muchos años después, otro tirano y genocida, Adolfo Hitler, impresionado por su visita triunfal a París, conminó a su arquitecto favorito, Albert Speer, que diseñara y construyera un nuevo Berlín, una ciudad que superara la belleza de París. En ese diseño, igual que “La Citadelle” de Henri Christophe, la nueva ciudad alemana tendría una tribuna gigantesca que alcanzaría las nubes, desde donde Hitler se dirigiría al pueblo, iluminado con poderosos reflectores.
Un día los tambores de los esclavos tocaron el manducumán, que anunció el fin de la monarquía. En la noche “truenan los tambores radás, los tambores congós, los tambores de Bouckman, los tambores de los Grandes Pactos, los tambores todos del Vudú, en vasta percusión que avanzaba sobre Christophe, apretando el cerco”. El rey se suicida pero la ansiada libertad pregonada una y otra vez vuelve a postergarse, Ti Noel presencia la toma del poder de los nuevos amos en las llanuras del Norte, los Mulatos Republicanos, quienes declaran obligatorias las tareas agrícolas y reclutan otra vez a los esclavos. La piñata de los libertadores.
Ante ese cuadro terrible que recuerda el mito de Sísifo recreado por Camus, el ahora anciano esclavo, Ti Noel, reflexiona con estas palabras hermosas que consagran la lucha incesante del hombre que, “padece, espera y trabaja para gentes que nunca conocerá y que a su vez padecerán, esperarán y trabajarán para otros, que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas.
En el reino de los cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo”.