Al principio pensé que se trataba de una simple discusión. Luego percibí que la cosa iba en serio y temí que ocurriera un desenlace faltal.
La tarde del viernes 14 de enero del 2012 avanzaba imponente mientras el sol hacía intentos por ocultarse. Desde el balcón de la casa donde vivo junto a mi familia observé a cuatro hombres a bordo de sendos motores. Dos de ellos discutían de manera acalorada, otro trataba de calmar los ánimos y un cuarto personaje esperaba sentado sobre la moto.
La circunstancia en que se desarrollaba la escena me dio las coordenadas para darme cuenta de inmediato que algo anormal pasaba. Efectivamente, se trataba de un atraco, pues uno de los protagonistas blandía una pistola contra dos de los sujetos y daba órdenes con autoridad, llamando la atención de los transeuntes.
“No te resista y obedece, dame lo que tienes”, decía el portador del arma de fuego. Se le veía muy nervioso y miraba a todos lados, dando pasos torpes. Su compañero de fechoría aceleraba constantemente la motocicleta y le instaba a darse rápido. Por esa zona acostumbran transitar policías.
En un momento pensé que iba a sonar disparos porque el asaltante colocó la pistola sobre el vientre de uno de los dos hombres. “No tengo nada, tú no entiendes”, se escuchó decir a la persona que estaba encañonada. Me imagino cómo se sentía.
Sin embargo, los propósitos del asaltante quedaron truncos cuando de repende notó la presencia de dos automóviles que se aproximaban y se montó a toda marcha en la motocicleta del compañero, profiriendo amenazas contra el aterrorizado hombre. “Nos volveremos a ver, te conozco”, fueron sus últimas advertencias.
Noté que el asaltante apuntaba su arma en todas direcciones para impedir la intervención de alguien. Esa actitud siempre la asumen cuando se producen episodios de este tipo.
Esa escena ya es común verla en el sector donde resido, no obstante la cantidad de vehículos y ciudadanos que circulan por el lugar. También es normal ver este espectáculo en las calles, a plena luz del día.
Los asaltantes siempre actúan rápido y utilizan el factor sorpresa. Cada día aparecen más. Son como las hormigas que mientras más las eliminas, más surgen.
Mi temor era que estos delincuentes manipularan la pistola e hirieran mortalmente a personas inocentes, como ha ocurrido tantas veces. Por suerte, la sangre no llegó al río. Al menos, no hubo nada qué lamentar. Es el plato amargo de cada día.