<p style="font-weight: bold;">SANTO DOMINGO.— Se
describe la prudencia como una virtud de la razón, no especulativa, ni
práctica. Dicen que permite abrir las puertas para la realización de
otras virtudes y las encamina hacia el fin del ser humano, hacia su
progreso interior.
La decencia, por su
lado, es “el valor que nos recuerda la importancia de vivir y
comportarse dignamente en todo momento y lugar. Decente es el hombre o
la mujer que gusta tratar a otros con dignidad y respeto y que existe
que le traten de igual manera”.
La dignidad es una
cualidad humana que depende de la racionalidad. La diferencia entre los
seres humanos y los animales es que solo los primeros están
capacitados para mejorar sus vidas a partir del libre albedrío y el
ejercicio de la libertad individual. Los animales, en cambio, actúan
por instinto.
Desde hace unas semanas
inicié con el título “Prudencia, decencia y dignidad” lo que habría de
ser mi próxima entrega, siempre bajo el contenido de una situación en
el campo beisbolero. Tras algunas situaciones de índole moral y
relativas a la honestidad, he preferido dar un giro al trabajo,
inculcando en mis lectores una de las cualidades de la calidad humana
que Sócrates dedicó mayor esfuerzo al análisis de su significado.
Con el tiempo, el
concepto quedó incluido en la búsqueda de principios éticos generales
que justificasen el comportamiento moral.
El filósofo Alemán Kant
creó lo que llegó a titular el “Imperativo Categórico”, que en una de
sus tres formulaciones dice: “Obra de tal modo que uses la humanidad,
tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y
nunca solo como un medio”.
La honestidad consiste
en comprometerse y expresarse con coherencia y autenticidad, decir la
verdad, de acuerdo con los valores de verdad y justicia. También
implica la relación entre el sujeto y los demás, y del sujeto consigo
mismo. No siempre somos conscientes del grado de honestidad o
deshonestidad de nuestros actos. El autoengaño hace que perdamos la
perspectiva con respecto a la honestidad de los propios actos, obviando
todas aquellas visiones que pudieran alterar nuestra decisión.
La sinceridad como
valor nos permite ser dignos de confianza. Para ser sincero se requiere
de mucho tacto y de gran valor. Decir siempre la verdad con palabras
es una parte de la sinceridad, pero también hay que actuar acorde con
la verdad.
Muchas veces se hace
difícil variar un comentario sobre lo que tanto nos alegra y llena de
felicidad. Romper con la temática cotidiana que domina nuestro mundo
deportivo para envolver al lector en un oasis de conceptos ligados a la
personalidad no es común ni permite más adeptos, pero sí deja en el
pensamiento humano una frase enriquecedora: la responsabilidad es el
gesto de un alma tranquila.
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