Penalizar a las personas que
no tienen hogar y viven en las calles, es un acto de injusticia tremendo. Por
desgracia, esto sucede en muchos países. No es literatura, es la realidad pura
y dura, fruto de una cultura que ha perdido el sentido de fraternidad.
Por
tanto, cada uno de nosotros seremos culpables de que estas situaciones ocurran
en la medida en que uno tome partido y haga lo que le corresponde. En todo
caso, aléjese de las mansiones y viva más en la calle, aquel que quiera ser
justo. La virtud y el poder no se fraternizan bien. El encuentro con el pobre
únicamente es posible cuando nos ponemos a la misma altura del que sufre para
poder abrir los ojos a sus necesidades.
Los
pobres son usados como arma política, en definitiva, como esclavos del poder.
Este abuso es otro acto más de injusticia y tampoco es un cuento. Las diversas
situaciones en las que malviven muchas personas suelen superar a la ficción. Se
malgastan recursos sobre todo en armamento, que bien podrían invertirse en
proyectos de desarrollo de las personas y de los pueblos más pobres. Las
guerras no son más que un invento de ricos para que se mueran los pobres. Sólo
la persona justa, el ser humano que ame el auténtico amor, puede entender la
necesidad de justicia preferencial por el pobre. Antes que generoso, uno tiene
que ser humanamente justo, para poder suscitar en el mundo la lógica del bien
común, que para nada existe y para nada se cultiva.
Padecemos
una especie de anestesia espiritual frente a la desesperación de nuestros
semejantes. Nos hemos vuelto más inhumanos, más injustos, y más feroces unos
contra otros. Es importante recuperar el pensamiento del justo en un mundo
global. Frente a las injusticias no se puede callar. Pienso en la actitud de
muchas personas que, por simple comodidad o por querer quedar bien, se acomodan
a una mentalidad perversa, en lugar de alzar su voz, por los que ya no tienen
ni voz. En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario otra
cultura, más poética que política, capaz de redescubrir la importancia de una
mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca los derechos del pobre, que
sepa discerniry, al mismo tiempo,
caminar con espíritu de mansedumbre.
Nadie
puede entender los derechos del pobre si tiene un corazón de piedra. Se utiliza
la pobreza para tantos juegos sucios de ricos, que urge limpiar atmósferas
corruptas y avivar todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro,
de verso en alma, para que espigue el bien. El ser humano justo se distingue
por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su buen hacer con el prójimo.
De estos ciudadanos de bien, el mundo anda escaso. Abundan los que han multiplicado
los deseos con la consiguiente disminución de la riqueza de sus semejantes. En
consecuencia, los derechos del pobre sólo existen en el papel y no en el
corazón de las personas, que es donde realmente habita la esencia de lo que en
verdad es justo y lo que es injusto.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
15 de febrero de
2012