<div class="art_body">Nunca en mi vida -que yo recuerde- he saludado o
estado próximo a la persona de la Primera Dama de la República, doña
Margarita Cedeño de Fernández.<div id="ArticleBody" style="margin-top:10px;">
Pero siempre supe de ella y de su
inclinación a servir de soporte espiritual y político al presidente de
la República Dominicana, doctor Leonel Fernández a quien le serví como
embajador en Haití, Colombia y Uruguay.
Pero nunca pensé -ni me
pasó por la mente, como dice el pueblo- que alguien se atrevería a
ofender a una persona de esas características.
Ella es una mujer
típica dominicana muy agraciada, y ese candor que irradia le atrajo el
respeto, el afecto y el cariño de una considerable cantidad de
dominicanos y dominicanas.
¿Cómo pensar entonces que esa
distinguida señora no es lo que todos creemos que es?, en posesión de un
espíritu solidario y transparente, o que en realidad sería otra cosa,
una persona afanada de lucro a todo dar sin importarle las
consecuencias.
Personalmente yo no creo en la mas mínima
posibilidad de que esta distinguida dama piense siquiera en apropiarse
de dinero que es del Estado y del pueblo dominicano. No le veo ningún
asidero que ese sea el propósito de personas que probadamente han
dedicado su vida pública para hacer feliz a los humildes en la medida de
sus posibilidades.
Me cuesta suponer que todo movimiento de
escuelas de Internet, de asistencia social y promover los valores
patrios y de la familia, pudiera ser personalmente una charada
mercantilista.
Eso no puede ser así.
Es posible que a usted
no le guste la desenvoltura de esa señora, y no tiene por qué gustarle a
todo el mundo su ejercicio político, pero sí todo el mundo está
obligado a respetarlo porque es un legítimo ejercicio público.
Esa
acusación del hombre de Santiago que tiene un programa en el canal 55
de esa ciudad, puede debilitar el temple de Margarita en su ejercicio
humanitario y político. Y ese sería el propósito y el gran éxito de la
estrambótica acusación.
No hay que ser un genio para comprender
que ningún industrial, profesional, político o especulador puede “poner a
dormir” la friolera de 76 millones de euros, unos 2,200 millones de
pesos dominicano, en un alejado banco en Copenhague, Dinamarca.
Especialmente
en momentos como estos en que organismos como Transparencia
Internacional y todos los organismo de lícito comercio en el mundo,
avalado por Naciones Unidas, andan tras las huellas sutiles de la
corrupción.
Sería un caso de arrogante indiferencia -sabiendo uno
que piensa Leonel Fernández sobre el particular- y de una torpeza que
lindaría en los niveles de la torpe petulancia. Pero se nos antoja que
ella no es así.
Y esas actitudes no se le pueden atribuir en
justicia a doña Margarita Cedeño de Fernández, por lo que esperamos que
las instancias judiciales tienen mucho qué decir sobre el particular
para que este caso sirva –por fin- como límite, como tope ante la
dolorosa e insoportable perversidad pública en el país.
Cuando
Margarita reivindique su nombre lo hará también en nombre de la mujer
dominicana; como homenaje a las victimas de la intolerancia de género y
en la política. Y para que se derrote de una vez por todas a quienes
piensan en el viejo aforismo de :”Difama, difama que algo queda”.
Este
caso, Margarita, es el punto de inflexión que separará la decencia
pública del dolo, la infamia y la manipulación matrera de la límpida
decencia pública, hecha por amor a las personas, a la sociedad y la
causa grande de la Patria.
Este apoyo a doña Margarita –que como
dije antes no conozco- es un apoyo a la esperanza legítima de la
sociedad; un criterio que la cuestión del servicio a la sociedad por la
sociedad misma.
En lugar de ver en cada esfuerzo honesto, una oportunidad para “ganar dinero”.
Este
momento amargo de Margarita Cedeño de Fernández se constituye en la
gran causa de la decencia en el país en los últimos tiempos. Pero si
“dolo y ardid” se impusieran… ¡Adios Patria!.
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