Los
nuevos chivos expiatorios de los políticos en campaña y gente que anda dando
bandazos mediáticos son los diarios digitales. Sustituyen en parte al
tradicional culpable: “La prensa, que es chismosa”, “a los periodistas que
distorsionan”.
No
importa que lo publicado tenga un remitente, un declarante o sea de un hecho
consumado. Eso no importa, la culpa es de los diarios digitales.
Al
coro de políticos se suman periodistas tradicionales, comunicadores y medios
que han visto peligrar su hegemonía informativa con el nacimiento de los medios
digitales, gracia a la red.
La
publicación de un hecho es un acontecimiento casi instantáneo, gracia esa la
tecnología. La web ha democratizado los procesos informativos. Dar a conocer un
suceso no es un asunto hoy de un privilegiado. El ciudadano común, con su
celular inteligente a manos puede hacerlo, y desatar una cadena viral de la que
no pueden sustraerse ni los medios y comunicadores tradicionales.
La
posibilidad de engavetar una noticia se ha reducido al mínimo. Ofrecer la
versión acomodada de un hecho sin ninguna consecuencia ya es imposible. La
complicidad informativa queda al desnudo fácilmente porque el ciudadano hoy
tiene la posibilidad de usar todo el arsenal comunicacional a manos para
indagar más allá de lo publicado y cuestionar al medio.
Esa
posibilidad informativa del ciudadano, y del periodista que ha logrado
liberarse de su condición de asalariado, o que simplemente tiene el medio para
no quedar borrado como profesional del periodismo, molesta y enfada a quienes
se resisten a los irreversibles cambios en la comunicación.
Por
eso sonrío cuando escucho acusar a los diarios digitales de ser responsables,
no de que los hechos ocurran, sino de que sean publicados. “Son los diarios
digitales, algo hay que hacer, deben cerrarlos” he escuchado decir a
comentaristas, obviamente, que lo dicen cuando lo informado contraviene los
intereses defendidos por ellos.
2 de marzo 2012