El lunes pasado fue el Día de la Patria, fecha en que todos los dominicanos recordamos las luchas para fundar y consolidar la Independencia Nacional.
Es la fecha en que el jefe de Estado de turno entrega las memorias de las dependencias del gabinete a revisión del Congreso Nacional. Claro que esa es una formalidad porque no recuerdo que jamás se haya investigado nada de lo que se deposita.
Por tanto, probablemente para no perder la ocasión, el presidente de turno revisa ante el país lo que se considera su obra de gobierno. Lo que ha hecho la administración para mejorar los objetivos de progreso de los habitantes del país.
El lunes pasado el presidente de la República, doctor Leonel Fernández, ofreció un discurso que muchos de los presentes aplaudieron, pero no tanto quienes desde sus hogares, era día de asueto, y sin dudas las palabras del presidente fueron escuchadas por una enorme audiencia.
El presidente de la República -que termina una gestión de ocho años al frente del gobierno- aprovechó la ocasión para establecer parámetros entre su obra de Gobierno y la del ex presidente de la República Hipólito Mejía que cumplió el período de 2000-2004.
Es cierto que Hipólito dejo el poder inmerso el país en un gran inflación, ¿pero hasta qué punto se le puede imputar sólo a él la responsabilidad de que se llegara a pagar hasta 55 pesos por un dólar?.
La quiebra de los tres bancos es una responsabilidad de sus directores, e Hipólito asumió lo único que se podía hacer para evitar un colapso horroroso del sistema financiero dominicano. Aunque yo creo que nunca debió devolvérsele sus depósitos a todo el mundo por encima de lo que establece la Ley Monetaria.
Hipólito y sus voceros entre los que está Fernando Alvarez Bogaert, que fue ministro de Finanzas, alegan que las autoridades norteamericanas (Bush-Obama) hizo lo mismo cuando se presentó la crisis financiera en ese país a partir del 2008.
Todo el mundo percibió que el recurso de comparación con la administración hipoliitista iba directo a desmantelar algún tipo de reconocimiento público a ese gobierno.
Pero usted no puede comparar una administración de ocho años con una administración anterior -de solo 4 años- porque no hay concatenación adecuada entre los dos casos. Fue un recurso orientado a advertir lo que pudiera pasar en el país si la oposición ganara las elecciones.
Leonel es un brillante expositor y lo hizo con suma eficiencia el lunes pasado, pero a muchos no gustó el recurso para desacreditar a la oposición.
El mismo ha sido detractado injustamente por sus oponentes que han recurrido hasta a la diatriba para despreciar su obra de gobierno. Pero detracta quien puede y no quien quiera. Eso no va con Leonel, pero debe preservarse por encima de sus propios impulsos.
Si casi todos lo articulistas independientes y analistas de la radio y la televisión del país han disentido de la estrategia del discurso, se debe comprender que el recurso contra Hipólito no resultó como se lo esperaba.
Hay muchas maneras elegantes de detractar al opositor, sin recurrir a lo que se pudiera ser repugnante para la opinión publica. Otros son los que deben hacer eso.
¿Imagínese una comparación con los 12 años del doctor Balaguer?. El fallecido estadista quedaría demolido en estos tiempos en que el respeto a la vida es un valor mucho mas apreciado y la represión ya es una rémora odiosa e inaceptable en estos días.
La esperanza es que los responsables de la campaña política actual no provoquen una balcanización de temas puestos ante la consideración de los electores.
Mucho ganaremos como país si mejor asumimos el debate amplio como una fórmula para elevar el ejer cicio político nacional.
En su discurso del lunes el presidente Fernández reivindicó su aspiración del Nueva York chiquitito y para ratificarlos salió del recinto del Congreso a inaugurar la segunda línea del tren metropolitano. Eso está muy bien.
Pero creemos que mucho falta aún para que Giulliani venga y nos santifique como el Nueva York chiquito. No perdamos la esperanza.