<p style="font-weight: bold;">En obvio que en la campaña electoral hay tres tipos de enfoques en el
contenido de la misma. Una es la campaña positiva, la segunda la campaña negativa, la tercera,
la campaña sucia y una cuarta que se deriva de esta última, la campaña de odio.
La positiva expone planes y pondera candidatos; lo negativa enfatiza en
las debilidades del contrario; la sucia inventa situaciones mediante el uso de
mentiras y manipulaciones y la de odio, trata de llevar en el ánimo del votante
un estado de animadversión hacia determinado candidato.
La dos últimas son fatales en el proceso democrático, porque producen
heridas que luego son difícil de cicatrizar. Por lo regular se encargan de ellas
a grupos sin escrúpulos dentro la campaña de los partidos, con poco que perder,
pues por lo regular se trata de gente
como escaso afecto popular, y por lo tanto, con precaria posibilidad de ser
opción de poder por sí mismo.
El objetivo de la campaña de odio se orienta a crear una animadversión
irracional del ciudadano hacia determinado candidato.
Como bien es sabido “el odio es un sentimiento de profunda antipatía,
rencor, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno,
así como el deseo de evitar, limitar o destruir el objeto odiado”.
En política se recurre a la campaña del odio cuando los argumentos se
acaban, cuando el adversario nota que su campaña positiva, negativa y sucia no
le funciona. Entonces recurre a su última arma, la de satanizar al contrario
con mensaje ya no solo subliminales, sino de forma expresa a través de todos
los medios disponibles.
¿Donde radica la gravedad de su uso en proceso democrático como son unas
elecciones? En que atenta contra la
posibilidad de diálogo y construcción común que debe producirse una vez concluyen
los comicios y uno de los candidatos resulta elegido presidente de la
República.
Eduardo García
Gaspar, escribe en Contrapeso.Infoen un artículo en el que trata de Odio y Política lo siguiente: “Cuando
se odia, no sólo se manifiesta el desacuerdo con el otro, sino que también se
implica que no hay otra posibilidad que la de usar la violencia para
aniquilarlo por la fuerza como primera opción, sin que la razón importe. De
allí que se justifique el uso de la violencia para impedir hablar al alguien, o
al menos los insultos personales”.
En el caso dominicano se trata de eso, de promover la campaña de odio como
un recurso eficaz si se toma en cuenta nuestro bajo nivel educativo y la escasa
inteligencia políticas de algunos estratos sociales, regularmente atrapados
entre quienes detentan el poder y aquellos que aspiran a conquistarlos, muy en
especial en aquellos indecisos.
Entiendo que al futuro inmediato de República Dominicana no le conviene
que en lo que resta de campaña se multipliquen los agravios entre las fuerzas
enfrentadas y los equipos de sus respectivos candidatos. Cualquiera que sea el
resultado electoral, el ganador necesitará del perdedor, y estaría forzado a
convocar a todos los sectores para pactar acciones que permitan encarar
eventuales crisis sociales, económicas y políticas.
Estoy convencidos que a los grupos que tienen en la campaña sucia su único
recurso de participación notoria en estas elecciones, poco les importa que del
proceso electoral que habrá de concluir el 20 de mayo los dominicanos salgamos
peor, pues de la división de los partidos democráticos es de donde han logrado
sacar sus tajadas. Y para ellos, si eso cambia, les cambiarían sus posibilidades
de seguir arrimados al poder.