El pueblo haitiano “parece destinado por la
providencia” a pagar con creces su origen africano y su decisión de
enfrentar a los blancos, franceses, españoles, británicos y
norteamericanos.
En Haití se hizo, como dijera Juan Bosch en su obra
Composición Social Dominicana, y Piero Gleijeses, en La Esperanza
Desgarrada, “una guerra social, de esclavos contra amos; una guerra
racial, de negros contra blancos y una guerra de liberación nacional”.
Fue en Haití donde Napoleón, nos recuerda el historiador italiano
Gleijeses, sufrió su primera derrota.
El 12 de enero del 2010 un sismo de 7 grados en la escala de Richter
devastó el país dejando más de 300 mil muertos, 350 mil heridos y un
millón 500 mil sin hogar. No fue el primer terremoto. El 18 de octubre
de 1751 se produjo el primero, luego el 3 de julio de 1770 de 7.5
grados, que no produjo daños tan demoledores porque eran otros tiempos,
sin grandes concentraciones humanas.
Dictadores depredadores y asesinos han hecho daño también. Con el
terremoto del 12 de enero, la ciudad de Puerto Príncipe quedó destruida.
El panorama era dantesco.
El gobierno de República Dominicana fue el primero en acudir. Los
reconocimientos no se hicieron esperar. Por un momento me sentí
orgulloso del presidente Leonel Fernández y de sus funcionarios, así
como de empresarios que sin pedir autorización corrieron a extender la
mano amiga.
Pensé que la condición humana había prevalecido. Sin embargo, todo
indica que, en realidad, muchos vieron en la tragedia haitiana una
posibilidad de hacer grandes negocios. ¡Y lo hicieron! ¡Pregúntele a
Félix Bautista que lamenta que no le hayan dado “Haití completo para
reconstruirlo”!
En el sector Alameda, en Santo Domingo, reside un ex funcionario
haitiano en una casa espectacular, de dos piscinas, que le regaló el
gobierno como pago por sus servicios de cabildeo y tráfico de
influencia.
El pueblo dominicano no le regaló ninguna universidad al haitiano.
Esa obra formó parte de los negocios de gente ligada al gobierno.
Si después del sismo del 12 de enero del 2010 me sentí orgulloso por
la solidaridad que mostró el gobierno ante la tragedia haitiana, ahora
me siento avergonzando y triste, porque Haití, tras el terremoto, no
debió ser un negocio para los dominicanos, Haití debió ser una estaca
clavada en el corazón de los dominicanos.
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