<p style="font-weight: bold;">Bajan el
telón y se repite la misma vaina. Se llevan todo, cada quien para su casa, y no
pasará nada. El robo de
filtrantes, barandas y alcantarillas en los túneles, carreteras y puentes
parece un capítulo interminable de una novela.
Entrar a un
túnel para sustraer las parrillas o filtrantes constituye una misión muy
arriesgada para la gente común, no para los ladrones.
Sólo a un
loco se le ocurre hacer esas cosas en una vía cerrada, diseñada para el
desplazamiento rápido de los vehículos.
En los
túneles existen márgenes estrechos que imposibilitan a los transeúntes caminar,
corriendo el riesgo de ser atropellado por los automovilistas.
Sin embargo,
los ladrones frecuentan esas vías para hacer de las suyas. Incluso, he visto a
algunas personas caminar por esa tura. Recientemente fueron sorprendidos dos
hombres robando las alcantarillas del túnel de Las Américas. Esa es una
práctica que se ha repetido en numerosas ocasiones.
En el común
de los casos, los autores de esas acciones son personas de escasos recursos
económicos que reinciden en estos operativos. Alguien podría alegar que son
“padres de familia”, que no tienen empleo y buscan la manera de obtener
recursos para mantenerse. De ser así, no sería un buen ejemplo para los hijos
el que los padres tengan que robar para alimentarlos. Esa es una mala excusa.
Eso de
“padres de familia” es un chantaje. Con el ladrón no se tiene piedad, y hay que
salir de él de cualquier forma. La ejecución en el acto es la mejor medicina,
no importa que el ladrón sea un pobre diablo, aunque se opongan los moralistas
y el Comité Dominicano de los Derechos Humanos.
Estas ratas
humanas se han llevado de los puentes filtrantes y barandas, y nunca aparecen los
responsables. Lo que ocurre es que nadie asume la responsabilidad ciudadana de
denunciar a los ladrones, aunque sean testigos presenciales de la consumación
de los hechos.
Y no me
refiero sólo a los ladroncitos de gallinas, un repollo o cosas menores (robo
famélico, como lo conceptúan nuestros códigos). También incluyo en este reclamo
a los ladrones de cuello blanco que sustraen los recursos del Estado o cometen
robos de la electricidad y el agua potable.
Por ejemplo,
en las inmediaciones del Faro a Colón quedan pocas lámparas de los postes del
tendido eléctrico. Se las han llevado todas, a pesar de que están colocadas en
una altura considerable y a que en el Parque del Este opera un cuartel de la
Policía.
Peor, aún. En
esa zona circulan muchas personas y trabajan lavadores de carros y se mantienen
permanentes servicios de taxi.
¿Quiénes se
las roban? Los únicos que podrían cometer esas acciones delictivas son técnicos
de electricidad o personas entrenadas en ese oficio. Si se expropian esas
lámparas es porque alguien las utiliza en algo o las vende y si las vende,
entonces, los compradores son buenas pistas para atrapar a los vendedores.
Extraña que
nunca apresen a los responsables. ¿Cómo es posible que nadie vea nada de esas
fechorías?
Es posible
que los ladrones se presenten en vehículos identificados con símbolos de
empresas falsas o reales del sector energético para cortar alambres y llevarse
las lámparas. De ser así, es más fácil confundir al público.
El otro
capítulo de esta odiosa novela es que están robando cables de las torres
eléctricas instaladas hace poco para darle formal constitución a la autopista
eléctrica que conecta a la capital con el Cibao. ¿Quiénes pueden llegar hasta
dónde están esas torres, si son lugares prácticamente inaccesibles por
encontrarse cerca de las montañas?.
Esto es
cuestión de lógica. Creo que los únicos que tienen posibilidad de llegar allí
son los mismos técnicos o allegados que hicieron las instalaciones.
La
destrucción de esas torres, sin lugar a dudas, forma parte de un plan criminal
con matices políticos para crear problema al país, más que al gobierno. ¿Es tal
difícil aclarar esos casos?