Nos proponemos construir una teoría psicológica del elector, es decir, del
votante. De sus deseos, de sus aspiraciones, y hasta de lo doloroso que resulta
a veces todo este proceso electoral. En esta ocasión nos ocuparemos de
construir un perfil del votante dominicano, lo cual no es difícil, y luego
diremos el por qué.
Esta cuestión de quién vota que debió ser ya estudiada
por el Colegio de Psicólogos de la República Dominicana, si la asumimos
nosotros, ahora, por su importancia, ya que lo fundamental de un proceso
electoral cualquiera, es para que los actores no se alejen de sus sagradas
funciones del sufragio y de sus principios.
Estos principios merecen una mención para edificar al
lector: Principio de la autenticidad del sufragio, de la autonomía (independencia
económica, para impedir la injerencia), de la legalidad (hacer cumplir la ley),
de certeza (que significa ser transparente y confiable), y el principio de la
objetividad (que equivale a la interpretación desapasionada del certamen, con
conocimiento de la ley), entre otros. El sufragio no puede continuar siendo una
horrenda cicatriz dando lugar a deformaciones en el carácter psicosocial de la
ciudadanía.
Para definir a nuestros votantes, es necesario
preguntarnos cuáles características psicológicas manifiestan nuestros
candidatos, pues existe una relación cercana, aunque a veces se puede observar
un divorcio entre la razón y el corazón de unos y de otros. Nuestro votante
depende, pues, del entorno político que crean los partidos políticos que
compiten a través de sus candidatos: clientelistas, corruptores de los
votantes, tránsfugas, y sobre todo convirtiendo a los electores en seres
emotivos, a quienes vemos elogiando o negando a los candidatos con ceguera,
imitando su verbo y sus slogans con frivolidad. Este tipo de votante prefiere
ser así hasta el último momento, y se muestra activo, incluso en los primeros
acontecimientos desde el primer boletín. El clásico votante emotivo es un
militante partidista: "Se muestra leal y agradecido en su fe
política".
Otro votante es el que permanece tranquilo realizando
un ejercicio que le parece muy sano. Además de evaluar al gobierno, también lo
hace a la oposición. Pero, “todo vale”. A veces se abstiene, en caso de no
poder votar por su partido. A veces obliga a su mujer, si está mal integrada o
es indiferente a las elecciones. Se concentran entre el partido de gobierno y
el mayor opositor. El votante dominicano, a medida que se acerca el día de la
votación, se aviva en prácticas partidistas que le enardecen los ánimos
(prebendas y bebidas alcohólicas en los bandereos) y además de no haber crecido
para el debate, tampoco tiene mitos, y el que vota por la extrema derecha,
mañana lo podemos ver en la centro-derecha. Algo que llama la atención es dar
su voto cuando se trata de partido de izquierda. Y es lamentable; lo que sucede
es que nuestro votante se decanta en conveniencias particulares, y no sabe de
elegir a personas idóneas, sino colores de partidos.
Signos como el optimismo, la competencia, expectativas
a veces decepcionantes, el descrédito de los opositores, acusaciones sobre
corrupción, es como se percibe a los seguidores políticos. ¿Cuál es la
consecuencia de votar bajo estas influencias equivocadas? Pues, hay que educar
más a los votantes, a quienes algunos se han referido por su incultura
política. La causa es claramente estructural, los votantes nuestros son en su
mayoría ignorantes, y también irracionales. Entre todas las democracias
latinoamericanas, es la nuestra, una de la que más vende su voto por dinero. No
se tiene una explicación de por qué comportarse así, pero al ponderar su exigua
cultura política, y su poca organización interna; esto ocurre como resultado de
haber vivido en los errores de una política de saqueo y de democracia
imperfecta.
El sistema electoral dominicano difícilmente pueda
llamarse democrático. Todo lo que observamos de los candidatos es hacer
discursos del progreso y contra de la corrupción, para que los favorezcan. Desde
un punto de vista interno, estas elecciones probaron ser ya altamente caras; en
el plano externo, nuestra democracia, tiene un considerable grado de
dependencia al poder gobernante. Claramente se usaron indiscriminadamente los
recursos del Estado. Una democracia tiene que saber elegir un Presidente, un
legislador o un concejal, y el ciudadano debe servir para algo más que
sufragar.
No hay castigos para los políticos, y sufrimientos que
le generamos a la población resultan insostenibles. La solución a esta
peligrosa situación que se nos viene encima en cada proceso electoral es
merecer que podemos ponernos de acuerdo; si es posible realizar dicho certamen
dentro de un pensamiento democrático, o si lo que queremos es aniquilar a toda
la nación.
El autor es Pte. De la Sociedad Dominicana de
Criminología