El Cairo (PL) La presidencia de Egipto en manos del islamista Mohamed Morsy constituyó un hecho histórico sin precedentes, aunque apenas marcó el cierre de la primera fase de una transición sumamente traumática y todavía tutelada por los militares.
A decir de muchos en las calles egipcias, el país más poblado del mundo árabe seguirá teñido de verde, con la diferencia de que el verde olivo del Ejército se alterna a partir de ahora con el color que identifica al Islam, particularmente a la Hermandad Musulmana (HM).
Metáforas o sarcasmo, lo cierto es que Morsy simboliza la llegada a la meta de la omnipotente cofradía islamista tras una marcha de 84 años con dura confrontación confesional, censura, ilegalización, métodos extremistas y un amasijo ideológico de filantropía y fundamentalismo.
El flamante jefe de Estado, autodefinido islamista moderado, es el primer civil que ocupa ese puesto, pues Gamal Abdel Nasser, Anwar El-Sadat y Hosni Mubarak procedían de las Fuerzas Armadas y gobernaron otorgándole a éstas vastas prerrogativas, palmarias todavía.
A diferencia de sus antecesores, Morsy ha tenido que lanzar mensajes tranquilizadores de que "seré el presidente de todos", "defenderé un renacimiento islámico moderado" o "no propiciaré la islamización de Egipto", poseedor de una de las sociedades árabes más cosmopolitas.
No obstante, a nadie escapa que su ascenso a la presidencia se lo debe a la HM y a su brazo político, el Partido Libertad y Justicia (PLJ), aunque para mostrarse menos atado adoptó la táctica de renunciar formalmente a ambas organizaciones cuando fue declarado vencedor.
Pero a juzgar por el incierto y complejo escenario político de Egipto, el profesor universitario e ingeniero, de 60 años, tiene preocupaciones más inmediatas, como honrar su ambicioso plan de gobierno en los primeros 100 días y formar su Ejecutivo.
En materia económica, el gobernante impulsará una reestructuración del sistema financiero, posiblemente aceptando un préstamo de 3,2 mil millones de dólares del Fondo Monetario Internacional, y desea atajar asuntos cotidianos como el pan, gas doméstico, seguridad y salud.
Varias de las prioridades serán reactivar el turismo, fuente de empleo del 10 por ciento de la población golpeada por las revueltas de 2011, cuando también se elevó el déficit presupuestario, que pudiera llegar a 38 mil millones de dólares en el año fiscal junio 2012-2013.
Después de un crecimiento del 5,1 por ciento en el 2010, el producto interno bruto de Egipto apenas alcanzó el 1,8 por ciento en el año de la llamada Primavera Árabe, período en el que se acentuaron la pobreza y el desempleo, dos de los detonantes de los alzamientos populares.
El reto es difícil toda vez que tras el resultado de la primera vuelta electoral, en la que quedó finalista con el exmilitar y exprimer ministro de Mubarak Ahmed Shafiq, ganó el respaldo de sectores laicos, liberales y revolucionarios renuentes a una vuelta del viejo régimen.
Fue así como Morsy y la HM volvieron a insuflar aires reivindicativos a la plaza Tahrir, y allí hizo el juramento simbólico el 29 de junio, un día antes de verse forzado a rendir pleitesía ante magistrados de una Corte Suprema Constitucional ligada a la era del depuesto Mubarak.
Con la nada fácil misión de contentar a su principal base islamista, en la que también hay salafistas, y a un amplio sector juvenil y laico ávido de democracia y justicia social, el mandatario pretende lograr el equilibrio, nombrando vicepresidentes a una mujer y a un cristiano.
Además, su plan es designar primer ministro a un independiente capaz de zurcir un tejido social políticamente atomizado, electoralmente partido a la mitad y religiosamente muy sensible.
No obstante, El Cairo resume bien la innegable polarización de Egipto, con una parte henchida de fe islámica y desafiante con el viejo régimen, todavía atrincherada en la emblemática plaza Tahrir, y otra -fuera de ella- nostálgica del ahora convaleciente y condenado Mubarak.
Quienes votaron por Morsy -unos por convicción y lealtad religiosa, y otros sólo por castigar al "fulul" (remanente del anterior gobierno) Shafiq- exigen que el nuevo mandatario asuma con todos los poderes propios de su investidura y sin la interferencia de la Junta Militar.
Con la ayuda de un fallo de la misma corte ante la que juró Morsy, el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) disolvió el parlamento en vísperas de las elecciones y se adjudicó el poder legislativo que hasta entonces dominaban partidos islamistas, con el PLJ a la cabeza.
El argumento de que un tercio de los escaños de la cámara baja se eligió de manera inconstitucional, se vislumbró como una sentencia con altas dosis de política dirigida a torpedear a los islamistas para que no monopolizaran todo el poder.
La Hermandad fundada en 1928 sigue siendo inquietante para los militares que en distintos momentos ayudaron a Nasser, Sadat y Mubarak a perseguir y marginar a los islamistas, aunque no lograron minar su labor religiosa y social en comunidades pobres y marginadas.
Por ello, la jerarquía castrense evitó a toda costa que Parlamento, presidencia y Gobierno quedaran en manos de quienes profesan el Islam político y propugnan la Sharía (ley islámica), aunque juren moderación.
Más allá del esgrimido temor a una islamización de Egipto, los generales del CSFA aprovecharon su rol político en la conducción de los primeros 16 meses de la transición para anclar con vastas garantías jurídicas su emporio empresarial desarrollado en la era Mubarak.
Tal panorama avivó protestas de los islamistas, contrariados porque la larga espera para elegir un presidente civil no necesariamente ha significado -al menos hasta ahora- interrumpir más de seis décadas de mandato de militares en la primera magistratura del país.
El jefe del CSFA, mariscal de campo Mohamed Hussein Tantawi, se sentó en primera fila el 30 de junio en la Universidad de El Cairo para escuchar el primer discurso a la nación del flamante jefe de Estado, y le tributó saludo militar en un desfile posterior del Ejército.
Sin embargo, con la enmienda a la Constitución provisional por la que se rige el país desde marzo de 2011, los generales se atribuyeron la facultad de decidir la formación del panel que redactará la nueva Carta Magna y de definir los presupuestos del Estado.
Por decisión de los militares, Tantawi seguirá ocupando el cargo de ministro de Defensa que desempeñó durante más de 20 años con Mubarak y, también por disposición de la cúpula castrense, Morsy no tendrá el rango de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
Así, el mandatario requerirá del visto bueno del Ejército para declarar la guerra, y la Junta Militar dirá la última palabra acerca del presupuesto, sobre todo el de la institución castrense que recibe de Estados Unidos 1,3 mil millones de dólares anuales.
Con poder legislativo hasta las elecciones previstas para finales de año y un marco constitucional fabricado a su medida, el CSFA no dejó a la Hermandad Musulmana más alternativa que aceptar las reglas de un juego ya conocido, pero de apuestas eventualmente letales.
Al explicar a Prensa Latina la estrategia a seguir, los islamistas ponen de ejemplo a Turquía, donde el partido ahora gobernante logró erosionar lentamente la resistencia del Ejército a los políticos.
En otro orden, el Egipto presidido por un islamista ratifica su respaldo a los palestinos, se solidariza con las protestas populares en otros países árabes y tranquiliza a Estados Unidos e Israel prometiendo respetar todos los tratados internacionales, léase Camp David (1979).
Sin embargo, la HM -que tampoco escapa a fisuras generacionales- tiene claro que a lo interno deberá cooperar con el CSFA y todos sus tentáculos, al margen de los discursos, unas veces desafiantes y otras conciliatorios, pronunciados por Morsy en Tahrir y en su investidura.
Morsy abogó porque expertos de todas las tendencias integren la Asamblea Constituyente para que la Carta Magna defina un "Estado democrático, constitucional e instaure las libertades públicas, además de garantizar la independencia judicial".
Además, habló de la libertad de pensamiento y de creación "que lleve a Egipto a un Estado moderno" y vaticinó que "las instituciones elegidas recuperarán sus responsabilidades cuando el glorioso Ejército retome su misión de defender la seguridad y fronteras de la nación".
Y no por casualidad encomió al CSFA por haber "cumplido su promesa de no ser un sustituto de la voluntad del pueblo" y elogió a las fuerzas armadas como "el escudo y la espada del país", que contribuyeron a consolidar la naciente "segunda república".
Incluso, fue más allá. "Prometo ante Dios garantizar que la institución, soldados y comandantes, aumenten su prestigio y apoyarlos con todos los poderes de que dispongo para que se fortalezca", dijo.
La misión del nuevo presidente es enorme y todo indica que los obstáculos, aún mayores, sobre todo para resucitar al Estado de derecho que, según varios analistas, círculos de poder afín a Mubarak, en particular los militares, se empeñan en seguir administrando.
Pero si en las elecciones las mezquitas ganaron al Ejército, en esta fase transitoria se presagia una peliaguda disputa por el poder en la cima, sin descartar que impaciencia y decepciones en la base hagan resurgir lo que algunos llaman en tono amenazante "segunda revolución".
*Corresponsal de Prensa Latina