Por Santiago Estrella Veloz
Como de costumbre, Fito y sus
amigos se reunieron en el parque del Almirante para analizar y resolver los
problemas del país a pura cháchara. Estaban presentes Pepe El Gordo, Trinquete
el mecánico, quien todo lo asocia a su oficio; Seis Siete Octavos y Beodito, siempre con su
chatica de romo en el bolsillo. Fina, la esposa de Fito, nunca participa en
esas reuniones, porque generalmente está “en el departamento de grasa”, preparando
la comida de Fito y sus camaradas.
La conversación giró en torno a
las medidas de austeridad anunciadas por el presidente Medina y la crítica
situación económica que encontró al asumir la presidencia.
–Tengo algunas ideas para
mejorar la economía—dijo Fito, haciéndose el interesante.
–¿Cuáles ideas?—preguntaron a
coro sus amigos.
–Comenzaré por decir que el
presidente Medina puede conseguir unos billetes largos, en dólares, si pone en
venta el Palacio Nacional. Un inversionista con visión de futuro podría
convertirlo en un gran hotel.
–Tú tienes que estar loco. Ese
es el símbolo del Poder—dijo Seis Siete Octavos, dándose un petacazo directo al
hígado.
–¿Cuál sería entonces la oficina
del presidente?—preguntó Pepe El Gordo, ajustándose los lentes con vidrios de
fondo de botellas.
–El verdadero Poder reside en la
Iglesia. Si se habla con el Cardenal, el presidente podría conseguir una
oficina en la Catedral.
–Tus ideas son como las de un
carro al que le falta aceite, le falla el carburador y tiene los frenos
malos—dijo Trinquete, quien todo lo que dice lo asocia a la mecánica.
–El presidente—continuó
Fito—conseguiría mucho dinero si vende los lujosos apartamentos para
funcionarios de alto copete que construyó Leonel Fernández en la avenida
Luperón.
–No estoy seguro, pero creo que
ya hay muchos que están ocupados por ex funcionarios—planteó Seis Siete
Octavos.
–Eso es lo de menos: el
presidente puede hablar con Vincho Castillo y apuesto en que en menos de lo que
mea una camiguama están todos de patitas en la calle.
–Supongamos que el presidente
haga todas esas cosas—dijo Pepe El Gordo—el dinero que consiguiría no sería
mucho para cubrir todas las necesidades del país.
–Es posible—respondió Fito—pero
a esto podría sumársele el agua de los ríos.
–¿…?
–¿No entienden? Pues lo voy a
explicar: en vista de que los ríos están desbordados a causa de la tormenta
Isaac, sería una magnífica oportunidad para envasar agua en barriles para
vendérsela a aquellos países que sufren de sequía para mojar sus predios, a
Estados Unidos, por ejemplo, donde las plantaciones de maíz se han secado por
falta de agua. Ese sería nuestro petróleo.
–Fito, tú que tienes tantas
ideas, ¿qué crees que debe hacerse para enfrentar el problema de la crisis
eléctrica?
–Ja, eso si es fácil. El
presidente lo único que tiene que hacer es que disponer que los generadores
privados de electricidad generen energía a partir de un pedaleo en bicicleta.
Al que dure más horas pedaleando, se le premiaría pagándole cien dólares de los
millones que les adeuda el Gobierno.
–Pero eso no sería suficiente
para dar luz a todo el país—dijo Beodito, pegándose otro cascarazo.
–Eso no importa. Hasta el
Palacio Nacional luce apagado de noche, cuando lo mejor sería iluminarlo con
velas, lo que crearía cientos de empleos entre los fabricantes de velas. En
caso contrario, capturar cocuyos y embotellarlos para iluminar la sede del
Poder Ejecutivo. Eso también crearía empleos en el campo, donde hay millones de
cocuyos.
–Eres genial, Fito. No sé cómo
no has aspirado a algún cargo, donde puedas trabajar como el motor nuevo de un
Mercedes Benz.
–No creas, Trinquete, que estoy
a la espera de que el presidente me nombre
Asesor de Ideas Múltiples, pero eso sí: a
condición de que me asigne una yipeta de lujo de las que dejaron los anteriores
funcionarios, pero además que me permita usar la tarjeta de crédito con cargo a los
fondos del Estado. ¡Qué bueno es así, ¿no?
La reunión se disolvió justo
cuando la radio transmitió la información de que el gobierno decidió remodelar
el manicomio.