Me gusta visitar el campo. Soy de los que disfruta
grandemente al sentarme debajo de una mata de mango o bañarme en las frescas
aguas de algún río de montaña, por lo que asiduamente visito diferentes
regiones rurales del país, en busca de ese solaz esparcimiento al amparo de la
madre naturaleza.
Las personas que viven en las ciudades se sientan todos
los días a la mesa, comen un sabroso arroz con habichuelas, un buen mangú,
vegetales, frutas de la época, aunque quizás no se detienen a pensar que todos
esos alimentos son posibles en sus hogares por el esfuerzo de gente trabajadora
y noble que viven en la zona rural. Sin esas personas, nosotros, los urbanos,
dependeríamos del extranjero, pasaríamos hambre o tendríamos graves
limitaciones alimenticias.
Tengo la costumbre de visitar la zona rural desde niño,
cuando visitaba semanalmente a mi abuela en la comunidad de Jaya en San
Francisco de Macorís. Crecí viajando al campo, conociendo su gente, sus
costumbres, por lo que aprendí a disfrutar de esa inocencia del campesino, que
no te deja ir sin algo en el estómago y con algunas viandas en tus manos.
Pero algo muy serio está ocurriendo en nuestros campos,
cada vez hay más casas vacías, abandonadas, es un fenómeno que se repite en
todas las comunidades, principalmente en las más apartadas y con graves
carencias de servicios públicos, aunque también está ocurriendo en comunidades
cercanas a las ciudades. Es un fenómeno que se está dando de manera silenciosa
pero constante: nuestros campos están siendo abandonados.
Y son abandonados porque en ellos el niño o la niña sólo
pueden estudiar hasta niveles de primaria, porque cuando alguien se enferma hay
que salir corriendo hacia una ciudad, porque no hay electricidad, porque sus
caminos son un desastre, en fin, porque nuestros campos tienen una serie de
carencias que contrastan grandemente con los avances que tienen las ciudades.
Entonces la gente huye de la discriminación para insertarse en algún cinturón
de la gran ciudad.
Cuando escucho al Presidente Medina, con un genuino
interés de propiciar una revolución en la agropecuaria, me pregunt ¿con
cuáles personas cuenta el Presidente para estas acciones?. El campesino está
migrando rápidamente a las ciudades y entiendo que las estadísticas de un
veinticuatro por ciento de población rural podrían reducirse aún más en los
próximos años.
¿De qué sirve destinar grandes recursos para el campo si
no hay quien trabaje?. Los grandes terratenientes están reclutando nacionales
haitianos para las tareas rutinarias pero aún con ellos, hay una gran escasez
de mano de obra y de gente que en verdad sepa trabajar la tierra.
Por lo tanto, creo que una tarea urgente es frenar ese
éxodo masivo del campo a la ciudad, propiciando una serie de incentivos para la
gente que se quede y cultive la tierra. Esos privilegios están presentes en
todas las naciones que inteligentemente ofrecen a sus agricultores los
incentivos necesarios para que la actividad agrícola sea atractiva y rentable.
Es necesario privilegiar al campo, si a alguien debe exonerársele
la energía eléctrica es al agricultor que cultiva la tierra y permite que
tengamos frutas y vegetales en nuestras mesas. Si a alguien hay que brindarle
servicio de salud gratuita y oportuna es a la gente del campo. Se hace
necesario brindar servicios de salud, comunicación, electricidad, educación y
recreación de calidad para el agricultor dominicano, al cual sólo se le exige
cumplir con números estadísticos, pero en cuya calidad de vida muy pocos piensan.
La situación es más grave de lo que cualquiera pudiera
pensar, ojalá se atienda este problema con la urgencia que amerita, de lo
contrario, el tema de la autosuficiencia alimentaria en nuestro país será un
mito o una meta inalcanzable.
Dignifiquemos y privilegiemos el campo, esa es una vía
para comenzar a frenar este éxodo masivo y continúo a las ciudades, además,
sería un acto de justicia con aquellos que nos alimentan cada día y que son los
que producen la verdadera y auténtica riqueza nacional.