<b>La pobre niña,
hija de nadie, está muy pequeña para su edad; se ve desnutrida, los ojos
le
brotan, las mejillas le brillan; apenas camina cuando debería correr por
todas partesrompiendo cosas como todos los de su edad. La
niña no hace más que llorar. Apena puede balbucearpalabras que parecen
ruidos muertos de esos
que nadie quiere escuchar. Probablemente morirá antes de cumplir los
cinco
años.
</b>
La niña
desconsolada llora de hambre.
Su madre,
soltera, no tiene nada que darle.
¿Cómo
decirle a una niña de dos años que no puede comer porque no hay comida? ¿Cómo consolarla
para que no siga gritando?
El agua de
arroz no es una opción, ni el agua de azúcar parda.
La pobre niña,
hija de nadie, está muy pequeña para su edad; se ve desnutrida, los ojos le
brotan, las mejillas le brillan; apenas camina cuando debería correr por todas partesrompiendo cosas como todos los de su edad. La
niña no hace más que llorar. Apena puede balbucearpalabras que parecen ruidos muertos de esos
que nadie quiere escuchar. Probablemente morirá antes de cumplir los cinco
años.
La madre no
estudió. No pudo, no tuvo esa opción. No trabaja ni deama de casa, lavando, planchando y cocinando
en casa ajena.
Es el drama
de miles de madres de un país cuya economía crece más de 5% anualmente, pero
inexplicablemente tiene más de cinco millones de pobres y más de un millón 500
por debajo del nivel de pobreza. (“Los Nadies”, como los llama Eduardo Galeano)
La madre ve
su hija languidecer. Siente que se le va, que un día morirá en sus brazos, como
el hijo o la hija de la vecina, como algunos de sus hermanos, quizás. No se
resigna, sale en busca de trabajo, no encuentra. Busca quién le preste algo de
dinero, ya nadie lo hace. No tiene con qué pagar. Acude a los vecinos. Están
tan mal como ella. Mientras tanto, la niña llora y muere. La madre llora en silencio.
También muere de hambre y de dolor. Para calmar el llanto y el hambre, roba una
lata de leche para su hija. No roba para ella.
En la acción
es apresa. Esposada va a la cárcel por varios días sin que a las autoridades le
importara la suerte de la niña que dejó llorando muriéndose de hambre.
La ex
primera dama y actual vicepresidenta de la República, la muy ilustre Margarita
Cedeño de Fernández, la condena con una dureza inhumana.
“¡Robar es
robar y no puede tener justificación! ¡La hubiese pedido! ¡ Además la fiscal
dijo que era reincidente”! Escribió en su cuenta de Twitter @margaritacdf.
Mientras la
vicepresidente de la Republica la condenaba, la pobre madre gritaba que lo hizo
porque no tenía con qué alimentar a su hija de dos años, que la desesperación y
la angustia la llevó el extremo.
Cuando la
señora Cedeño de Fernández habló de robar, refiriéndose a una madre al borde
del abismo emocional por falta de recursos para alimentar a su hija, debió
pensar en los funcionarios de los gobiernos de su marido y de ella,
considerados los más corruptos de toda la historia del país, y uno de los más
corruptos del mundo. Debió pensar en los cien mil millones de pesos al año,
unos 800 mil millones en los ochos años de su marido y suyo que se llevaron la
corrupción. Con ese dinero, esa madre, ni ninguna otra madre dominicana, habría
tenido que “robarse” una lata de leche para alimentar a sus vástagos.
(La doña
nunca condenó el robo de los 130 millones de dólares de la Sun Land desde el
Palacio Nacional, ni a los mafiosos de las importaciones que arruinaban a los productores, ni a los señalados por el
pueblo en los 152 casos de corrupción durante los 8 años de gobierno suyo y de
su marido)
Estoy más
que seguro que con los 17 millones de pesos que Cedeño de Fernández gastó
(cerrando tiendas en España y otros lugares) en sombreros de mal gusto, zapatos
y otras porquerías, esa y otras madres no habrían tenido necesidad “de robar” y
mucho menos de ser “reincidentes”.
En este país
el que se roba un peso es un ladrón, pero el que se robamil millones, como ocurrió durante los
gobiernos de Leonel y Margarita, les llaman Don. (Incluso “doña”)