La escasez de alimentos y de agua amenaza la
existencia humana en todo el mundo. De nada han valido los llamados de los
organismos internacionales para que se preste atención a ese fenómeno que ha provocado
dificultades a muchos gobiernos de países en vía de desarrollo o
tercermundista, término descarado, discriminatorio y despreciable con que nos
han bautizado las naciones ricas.
El tema de la alimentación ha sido debatido en
numerosas cumbres por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), un
organismo inoperante que para lo único que sirve es de escenario a los
gobernantes del mundo para exponer muchas teorías que se quedan en los papeles.
Nadie le hace caso a la crisis alimentaria que se está
generando en el universo, pero sin embargo los países más poderosos gastan
millonadas en viajes intergalácticos, en la fabricación de armas de guerra
letales y en otros instrumentos de destrucción masiva, mientras millones de
humanos se mueren de hambre en África y en Latinoamérica.
Durante los años 2007 y 2008 se produjeron subidas de
los precios de los alimentos a nivel mundial, provocando una crisis alimentaria
en las regiones más pobres del mundo (destacando Malawi, Zambia y Zimbawe1 ),
además de inestabilidad política y disturbios sociales en varios países. Hoy,
el panorama se mantiene igual. No ha habido ningún cambio de mentalidad de
nuestros líderes mundiales y a diario perdemos momentos importantes de nuestras
vidas en chismes y debates políticos improductivos.
Otras causas del aumento de los precios de alimentos es
la creciente demanda por biocombustibles en países desarrollados y la creciente
demanda por la clase media, que está en crecimiento en poblaciones de Asia,
quienes han variado sus hábitos alimentarios, exigiendo mayor calidad y más
carne en sus dietas, provocando demanda mayor de recursos agrícolas.
Asimismo, el aumento continuo del precio del petróleo
ha elevado los costos de los fertilizantes y del transporte de los productos.
Estos factores, unidos a la caída de las reservas de alimentos en el mundo y la
inestabilidad producida por especulaciones del mercado de acciones, han
contribuido a aumentos a nivel mundial de los precios de la comida.
En los países desarrollados el incremento de precios
se convirtió en la principal preocupación de las clases populares y más
empobrecidas.
Según el presidente del Banco Mundial, Robert
Zoellick, unas 100 millones de personas pueden verse seriamente en riesgo por
la crisis de alimentos (de hecho, ya se está sintiendo esa realidad).
Lo pintoresco de todo esto es que existen millones de
tareas de tierras cultivables subutilizadas en manos de personas, que en vez de
ponerlas a parir productos para alimentar a la familia, prefieren sembrarlas de
árboles improductivos. Los japoneses, chinos y otros asiáticos dan buen uso a
la tierra porque cultivan hasta en los techos y balcones de las casas. Son la
excepción a la regla.
Con el agua pasa igual. Derrochamos ese importante
líquido lavando carros, abriendo los grifos en verano para combatir el calor y
lo mismo hacemos en el hogar cuando nos estamos duchando o fregando platos. La
falta de conciencia ha provocado escasez de agua. Cuando teníamos abundancia,
la malgastamos, y ahora la estamos necesitando. Sencillamente, los humanos
somos derrochadores en potencia con todo lo que está a nuestro alcance.
Por el camino que vamos, no nos sorprendamos si la
próxima guerra sea por la retención y el despojo del agua a los países que
todavía tienen el privilegio de disfrutar de ríos caudalosos. Estas son las
señales apocalípticas. Todavía tenemos tiempo de salvarnos.