En nuestros tiempos, los que habitamos nuestra nación al igual que de los demás países que conforman la población mundial, tenemos conceptos bastantes definidos en torno a la definición de la delincuencia,al considerarla como el fenómeno de delinquir o de cometer actos fuera de las reglas y normas conductuales que impone y requiere toda sociedad para asegurarse una existencia fecunda y luminosa.
Sin embargo, es poco lo que conocemos sobre las verdaderas causas por las que un joven pueda quedar atrapado en un modo de vivir que le sumerge perjudicialmente en un estado delincuencial. Las causas pueden ser orgánicas, fisiológicas, patológicas, o sociales debido a las influencias externas como el medio en el que se desarrollan los primeros años de su vida, la carencia de afectos y atención por parte de los padres o simplemente por una mala orientación.
Las actividades ilegales que desarrollan jóvenes, cuyas conductas no discurren por las normas sociales aceptadas, ni siguen las mismas pautas de integración que la mayoría, no surgen repentinamente, sino que forman parte de un proceso gradual de socialización desviada que poco a poco se va agravando. Este proceso se manifiesta más agudamente en la adolescencia, cuando el joven está más capacitado para realizar acciones por cuenta propia.
Entre adolescentes no se puede considerar la existencia de un solo tipo de delincuente, ya que se observan entre ellos diferentes modos de comportamiento y actos de distinta gravedad. En algunos jóvenes la delincuencia es transitoria, utilizándola para llamar la atención, mientras que para otros se convierte en una norma de vida.
Cuanto más joven sea el delincuente, más probabilidades habrá de que reincida, y los reincidentes a su vez son quienes tienen más probabilidades de convertirse en delincuentes adultos.
Los niños colocados en un medio muy pobre o que viven en condiciones difíciles están fuertemente tentados a descifrar su existencia por el robo o por la búsqueda de consolaciones dudosas, ya que el medio en que se han formado ejerce en ellos una influencia disolvente golpeadora de la vida moral.
Hoy en día los medios y familias más afortunadas en cuanto a riquezas materiales cultivos para la formación de delincuentes, debido a los tristes dramas y los vacíos espirituales y familiares que padecen, en estas familias los niños disponen de mucho más dinero y comodidades que otras clases, lo que dá por resultado que la sociedad haga nacer nuevas y grandes necesidades que sólo pueden ser satisfechas por actos reprensibles y delictuales.
Estos actos nos llevan naturalmente a denunciar los errores de la educación como causa esencial de la delincuencia juvenil, comenzando con la severidad excesiva, que tiene por resultados que cuando los padres son muy
exigentes o estropean al niño a fuerza de quererlo hacer perfecto,hacen nacer la rebeldía en vez de favorecer la honradez y la delincuencia. Y así vemos a estas víctimas de la disciplina fría o brutal aprovechando la primera ocasión favorable para liberarse de toda tutela y hacer lo que les dá la gana.
Asimismo, podemos afirmar que muchos padres se convierten en actores de la formación de los delincuentes por olvidar inculcar a sus hijos los valores morales, la integridad moral y la dignidad que todo hombre y mujer debe tener; además, por su falta de inteligencia para dar soporte a sus hijos engendrados en familias disociadas o en las que priman la falta del entendimiento y diálogo entre sus dos principales cabezas: El Padre y la Madre.
En tal sentido debemos señalar, que los niños que ven a sus padres disputarse entre sí, juzgan a la sociedad en su conjunto sobre el mismo modelo, y llegan a creer que ellos también deben defender violentamente su
punto de vista si no quieren ser aplastados.
Nos debe llevar a preocupación, que una gran proporción de los padres en nuestra sociedad descuidan
la vigilancia sobre sus hijos, obnubilados en el espejismo y la falsa creencia de tener una familia que está unida, lo que lleva a cometer el grave error de dejarlos solos y con una libertad que les hace perder la
vergüenza a tal extremo que se hunden en el libertinaje.
Para enfrentar con eficacia la delincuencia y evitar que nuestros hijos caigan en ella, estamos obligados a formar padres y madres responsables, también debemos construir una nueva sociedad que edifique mejores familias y por medio de ellas a ciudadanos que tengan por norte la práctica permanente de los valores morales, del amor al prójimo y de la vocación de bien, como instrumentos esenciales de la justicia y la paz social,para así lograr la fe, la
templaza y la solidez que urgimos para solucionar los males que nos abaten, estancan y agobian