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La criminología es una ciencia de los por qué. La razón del por qué la
delincuencia, en el nivel terrible en que la tenemos, es “lo eléctrico”, aunque
parezca una verdad inadecuada. Se ha predicado que la criminología es una
disciplina de observación del hombre, de la realidad, regido por el principio
de causalidad, tanto en los cambios, como en el proceso, que los científicos
sociales acostumbrar nombrar como “carrera vital”, y que los criminólogos lo
refieren como “carrera criminal”.</b>
En las ciencias sociales existe un objeto existente pensado por
nosotros, pero existe otro objeto independiente de toda causa externa; es por
eso que procede creer, que la criminalidad tiene una razón, que el delito tiene
algo de “ser”, así como el derecho penal cree que todo delito contiene
imágenes. Esta razón es la electricidad,
el área más estratégica de la democracia de la nación dominicana.
Un punto de partida de esta triple unidad de la sociedad, puede servir
u pensamiento de Jorge Luis Borges, cuando dice “la historia no es u frígido
museo, es la trampa secreta de lo que estamos hechos, el tiempo; en el hoy
están los ayeres”.
Con esta evocación filosófica, podemos afirmar que existen ciertamente
tres grades áreas estratégicas de nuestra democracia que por más de de medio
siglo están perturbadas, afectando la felicidad del pueblo dominicano. En
nombre de la educación –que en el sentido más amplio, constituye el medio de
continuidad de la vida social–, se erigen dos de los principales problemas de
la nación: la criminalidad estricta, y el caos eléctrico. El primero, se debe
interpretar como puntos numerosos sobre nuestro medio ambiente; y el segundo,
la tendencia negativa de nuestro proceso democrático.
La educación es un proceso por el cual el hombre llega a ser hombre, y
la historia debe contribuir a que el hombre se convierta en ciudadano.
Deberíamos utilizar historiadores antes de implementar, pues, acciones para
favorecer las soluciones a nuestro vinculado a la criminalidad, educación y al
correspondiente servicio eléctrico, que junto con la cultura y la instituciones
públicas, tienen hoy por hoy, difícil localización.
Cuando la educación no logra la eliminación de rasgos perjudiciales en
el medio ambiente que el Estado ha construido para sus ciudadanos, se refuerzan
conductas y hábitos mentales que luego cristalizan en la delincuencia; cuando
la democracia, una cualidad inherente del Estado, permite que la sociedad para
la que rige el gobierno se convierta en muchas otras sociedades mal
cohesionadas, sirve de asidero a divisiones económicas, aspiraciones y formas
de control social, que alteran el funcionamiento de Cuerpo social.
En estos tiempos modernos, la criminalidad no es un asunto de
geografía, sino todo lo contrario un asunto político, y tal como dijo John
Dewey, “las cuestiones políticas y morales están implícitas en los discursos
educativos”.
Sólo una decisión ejecutiva puede salvar la nación; el
Presidente Danilo Medina tiene que ponderar si ciertamente es la cuestión
eléctrica la razón principal de este multifactorial fenómeno que muchos lo
identifican como inseguridad ciudadana.
Lo eléctrico puede devolver muchas tradiciones
perdidas, y puede devolver a nuestro pueblo el sentido de responsabilidad, de
identidad y de orgullo nacional, al punto que puede dar el control de nuestro
propio cuerpo, como de nuestro tiempo, y a nuestras tradiciones.
Aunque otros hablan de causas,
a nosotros nos gusta hablar de condiciones para prevenir la delincuencia. Aunque otros digan
que la criminalidad es la causa de la inseguridad ciudadana (por lo que hay que
prevenirla), nosotros decimos lo contrario, es decir, que como consecuencia de
otras muchas inseguridades (falta de empleo, de un techo, electricidad
permanente y barata, salud pública, instrucción pública y privada, carestía de
la vida, falta de libertades, entre otras) surge la criminalidad. Atacar, pues,
estas inseguridades es lo que cuenta, y no tanto atacar la criminalidad
estricta. Y, en último lugar, la educación, de acuerdo a lo que las ciencias
criminales entienden, como instrucción pública, y no como interés de los
colegios privados o función estatal, en un país cuyo gobierno está de por sí,
desordenado y desorientado.