<b>MIAMI, 5 nov (IPS) – La alternativa entre la reelección de Barack Obama o la llegada a la
Casa Blanca de Mitt Romney es más que una diferencia en el conteo de
votos: se trata de una visión contrastante de lo que Estados Unidos ha
sido, es, y será.</b>
Obama ha sido acusado de ser un tanto distante, reservado y demasiado
profesional en su campaña. En contraste, Romney se ha presentado como una
opción basada en la efectividad de sus negocios y la primacía que se debe
prestar a la iniciativa privada, frente a la desconfianza del gobierno
desmesurado, costoso y huérfano de soluciones.
Sin embargo, no son esas las diferencias entre los dos candidatos ni tampoco
la base del triunfo de uno u otro. El contraste verdadero está en sus
radicalmente diferentes concepciones de Estados Unidos, la realidad que han
heredado y que en cierta manera han contribuido a generar desde sus
diferentes orígenes.
Obama es consciente de su desventaja histórica, catapultado a la Casa Blanca
como excepción racial, objeto de noticia pura. Un ciudadano que en otras
latitudes sería calificado como mulato de incierta raíz, sobreviviente de
una familia abofeteada por la dureza de la vida, a fuerza de ayuda y trabajo
capturó todos los escalones necesarios para llegar al Despacho Oval.
Romney es el fiel retrato del triunfo del capitalismo más ortodoxo, hijo de
gobernador, practicante de una rama religiosa que se precia de ser
genuinamente americana.
De estas dos raíces diferentes proviene una diferente concepción de Estados
Unidos. Romney ofrece el renacimiento de un país que en realidad nunca
existió, idealizado por una historia manipulada, edulcorada por Hollywood,
que millones de estadounidenses han adoptado como mito fundamental,
irrenunciable, y que, paradójicamente, les ha proporcionado su formidable
seguridad mental.
Ese Estados Unidos es la esencia pura de la nación de opción, forjada sobre
la firme convicción de una herencia blanca, iniciada por varones
propietarios, creyentes en la viabilidad de un proyecto impelido por la
excepcionalidad y la superioridad sobre los demás experimentos políticos y
económicos.
Pero esa nación, como idea, más que como Estado, no se plasmó por la
primacía del capital puesto a funcionar sobre las praderas abiertas en busca
del oro californiano, sino por el esfuerzo de millones de inmigrantes, de
todas razas y colores, que arribaron a este territorio simplemente en busca
de una segunda oportunidad (como la que ahora Obama solicita).
Otros lo hicieron obligados, enlatados en las bodegas de los buques
negreros, destinados a librarlos a una existencia sin esperanza, de la que
los rescató Abraham Lincoln, al precio de la guerra más costosa de la
historia del país. Mientras la América del origen mitificado ha
desaparecido, el país mestizo apuntalado por decenas de herencias es el que
se erige a competir en un globo que también ha cambiado.
Si el mundo dominante durante la Guerra Fría garantizaba la sensación de
relativa seguridad y de superioridad de Estados Unidos, paradójicamente el
colapso de la Unión Soviética dio paso a un planeta sembrado de mayores
riesgos y nuevas amenazas.
Los intereses detrás de Romney todavía creen que la decisión unilateral y la
adopción de medidas de fuerza garantizan la supervivencia del mito de la
superioridad en el exterior que respaldaría la confortabilidad en el
interior.
Obama, más prudente y consciente de las realidades del planeta, sabe que
Estados Unidos potencialmente puede intervenir en cualquier rincón del
planeta, pero para ser eficaz necesita alianzas sólidas con sus socios, y
obtenerlas no es fácil.
Resulta significativo que la sociedad que puede mayoritariamente votar a Obama (minorías, mujeres,
asalariados, académicos y numerosos sectores acomodados) es hoy más prudente
y recelosa de las aventuras del último presidente republicano y no desea
concederle una oportunidad a su candidato.
Delante tienen al otro bando que aun si resulta derrotado no se dará por
vencido y consolidará las posiciones de confrontación hacia el cambio en
dimensiones socializantes y basadas en mayor protección y vigilancia del
gobierno.
De ser vencedor, Obama sabe que solamente ha sido aupado por un tercio del
electorado potencial. Otro tercio se ha mostrado indiferente y se ha quedado
en casa. El último tercio que habrá elegido a Romney en gran parte lo ha
hecho, como antes con John McCain, en contra. Le seguirá negando el pan y la
sal y obstaculizará los programas de progreso socialdemócrata que ha
intentado en su primer mandato.
Las trincheras abiertas en esta elección permanecerán abiertas, con unas
fuerzas férreamente insertadas en sus suelos enfangados. Si no se remedia
(sea por el esfuerzo de Obama o de Romney), el heredero de la Casa Blanca en
2016 recibirá semejante divorcio entre un país real y uno virtual.
* Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión
Europea de la Universidad de Miami ([email protected]). Excluida la publicación
en España y Estados Unidos. (FIN/2012)