Cuando los bombardeos israelíes se apaciguan, los gazatíes aprovechan
para salir a la calle. A la carrera, y en apenas unos minutos, tratan de
hacer acopio de alimentos y medicinas. Saben que el desenlace final es cuestión de días, sino horas, y, ante la posibilidad de que la tregua no llegue, se preparan para lo peor: una invasión terrestre. Llevan cinco días rezando a Alá bajo las bombas.
Y cinco años malviviendo en uno de los territorios más superpoblados
del mundo, privados de las necesidades más básicas –agua, combustible y
electricidad- y sin libertad para salir de esos 360 kilómetros cuadrados
debido al bloqueo israelí impuesto en 2007 en represalia a la toma del
poder de Hamás en la franja.
Hasta ahora, el Ejército israelí ha bombardeado Gaza por mar y aire y
ha amenazado con lanzar una ofensiva terrestre si las milicias
palestinas no detienen el lanzamiento de misiles en el sur de Israel. En
2008, cuando el Estado judío lanzó la operación Plomo Fundido,
el Ejército tardó 8 días –desde el 27 de diciembre que comenzó el
asedio hasta el 3 de enero- en invadir Gaza por tierra. Pero entonces, la población estaba menos preparada para aguantar el asalto militar.
El ánimo de los gazatíes es que, mientras los Hermanos Musulmanes mantengan abierto el paso de Rafah, podrán resistir.
En 2008, el Egipto de Hosni Mubarak no lo permitió. Y, además, Israel
bombardeó desde el segundo día los túneles utilizados para comunicar
Gaza con Egipto.