Los
organizadores de las protestas públicas tienen la magnífica oportunidad de
constituirse en un partido político. Es un derecho constitucional que nadie
cuestiona y es una forma de obtener un espacio para echar hacia adelante sus
inquietudes.
Sin embargo,
no creo que lo hagan porque entonces perderían un poco de brillo en el
escenario social, se esfumaría la brecha del figureo mediático y desaparecería
la morbosidad de los medios de comunicación por conseguir noticias
ensangrentadas.
El Falpo y
todos esos grupos fácticos que han hecho de las huelgas y movimientos
anárquicos una profesión, con el apoyo económico de ciertas instituciones de
las que se hacen llamar sociedad civil, sindicatos, partidos políticos y otras,
tendrían abiertas las posibilidades de combatir más de frente a los gobiernos
que tanto adversan y odian.
Pero no lo
harán porque nadie les apoyaría, a excepción de aquellos que se divierten
haciendo desórdenes. Esos grupos se masturban socialmente quemando gomas,
disparando tiros y piedras contra personas inocentes, destruyendo la propiedad
privada y sembrando el terror en la ciudadanía. Sus integrantes son políticos trasnochados,
cobardes e irresponsables.
Cuando declaran
paralizar el país, esas organizaciones imponen sus demandas a base de chantaje,
amenazando a los comerciantes para que cierren los negocios, so pena de atentar
contra ellos si no obedecen. En esas condiciones, los comerciantes obtemperan,
acción que resulta beneficiosa para los huelguistas, quienes luego dirán que
“fue un éxito” el movimiento. Así, cualquiera tiene éxito.
Esas recientes
protestas se están extinguiendo poco a poco. Son escenas protagonizadas por
unas minorías sin prestigio que en su momento lograron llamar la atención del
mundo, usando como instrumento las redes sociales. Sin duda, esas reclamaciones
están debilitadas y la gente ha perdido interés.
Por ejemplo,
los promotores de la protesta por el 4% para la educación ya fueron desarmados
al satisfacer el gobierno esa demanda. Ya no veremos las sombrillas amarillas
ni escucharemos los discursos cansados de los reclamantes. Ahora, la prédica es
amenazar con darles seguimiento a las autoridades para que se cumpla con esa
disposición gubernamental. Ganas de joder.
Los reclamos
para que enjuicien a todos los corruptos tendrán la misma receta. Hay que
reconocer que son demandas razonables y tuvieran más aceptación si sus
proponentes no le dieran un matiz político.
Algunas
personas que participan en esos movimientos no debieran estar, pues no tienen
moral para acusar a nadie de corrupto porque en el pasado tuvieron en el poder
y no creo que fueron unos santos. Por eso muchos de ellos no dan la cara, se
filtran en esos grupos fácticos y dejan a los jóvenes ignorantes llevar la voz
cantante. Están envenenando las mentes de esa prometedora juventud.
Otros asumen
la postura del camaleón y son tan descarados que acuden a los programas de
radio y televisión para hablar de corrupción, olvidando que este pueblo tiene
buena memoria y que sabe distinguir entre el serio y el sinvergüenza. Son unos
canallas.