<b>Muchas personas viven lamentándose, cuando no logran
alcanzar sus deseos. Se sienten ser desafortunadas; entristecen con facilidad
por esa situación; se deprimen, y lloran a
menudo; elevan plegarias sentidas al Altísimo; y, cuando creen no
recibir ningún tipo de respuesta divina, comienzan a perder la fe en el Dios a
que recurren, y hasta le reclaman, por no concederles lo que han pedido.</b>
Es obvio que, por lo regular se olvida, o se desconoce,
que en el marco de la propia esencia humana – espiritual -, aplica muy bien la
máxima aquella que reza: “todo obra para bien”. No se tiene presente por demás
que: “nada es casual, sino que todo es causal”; que la totalidad de cuanto
ocurre a la gente, siempre está estrechamente ligado con la evolución en el
plano terrenal, a cargo de la divina entidad espiritual que se encarna.
Además, que cada corriente de vida que discurre en el
ámbito físico, sin importar raza o clase social a la cual se pertenezca, ha
sido diseñada y programada de antemano, por quienes corresponde hacerlo, desde
otro nivel de conciencia divina espiritual muy superior al de los seres humanos,
con sus características particulares en cada caso, entre las cuales se
encuentran las carencias y satisfacciones de que se deberá ser objeto durante
el tránsito sobre el planeta. Y que, por consiguiente, ¡no todo lo que se
quiere alcanzar, sólo por deseos humanos, podrá ser obtenido!
Primero, porque no se corresponde, según el plan
establecido, y previamente aceptado, fase inicial del denominado libre albedrío
de que tanto se habla, en términos religiosos convencionales. La etapa
siguiente (2da.) de esa relativa libertad de acción, pertenece ya a lo
existencial en sí.
Y segundo, debido a que, no todo lo que se aspira conseguir
se reportará como conveniente, cuando se obtiene, no sólo en el sentido de lo
humano propiamente, sino también espiritual. A veces, la negativa de concesión
de parte del Universo, desde donde todo proviene en su oportunidad, resulta
mucho más beneficiosa que la obtención.
Así se puede ver que,
algunos logros, cuando se fuerzan, o se presionan las cosas, procurando
ir por encima de la Suprema Voluntad Divina, conducen de manera inexorable a
fracasos que luego se lamentan, e inducen a profundas reflexiones retrospectivas,
originándose arrepentimientos tardíos. Pero, ¡ya es tarde para remediar!
En ocasiones, lo deseado llega cuando menos se espera,
luego de que se decide dejarlo todo a la Voluntad del Creador. ¡Ocurre en su momento!, cuando más conviene.
Por tanto, como los deseos en su mayoría son
condicionamientos mentales, por razones de identificación con ese sentido de la
gente, y con el cuerpo físico, provenientes del ego inferior, o personalidad
humana, influenciado por los entornos en que se comparte, lo que más procede es
tratar de acallarlo, y dejar que las cosas lleguen ¡cuando tengan que llegar!;
que no sean forzadas por voluntad expresa de los hombres, hablándose de la
especie en sentido general.
También, tener siempre bien presente que, la mayoría
de los deseos provocan necesidades que se cree tener; el sentir carencias de
ordinario artificiales, que impulsan a la satisfacción de las mismas; que la
consecución o no de los anhelado, siempre habrá de terminar en un sufrir.
Si no se logran las cosas como se quiere, o nada de
ellas, el estado de sufrimiento se presentará de inmediato. En el caso
contrario, se verificará primero el placer, como es obvio, que no es más que
una creación mental; y que por igual, habrá de acarrear después el mismo efecto
– dolor -, por su condición de finito. ¡Se pierde, aparece seguidamente el sufrir!
En el tenor de lo que se trata, valdría la pena
transcribir aquí para fines de reflexión, lo expuesto por uno de los más
connotados maestros de la filosofía yoga, Paramahansa Yogananda: “Aquello que
llamamos placer es una creación de la mente; es una engañadora “conciencia de
excitación”, basada tanto en la satisfacción de una previa sensación de
necesidad, como en la presente “conciencia de contrate”.
En el mismo sentido expresa: “si deseamos realmente
acabar con el dolor, deberemos procurar liberar gradualmente nuestra mente de
todo deseo y de toda conciencia de necesidad”. (Obra: “La Ciencia de la
Religión”).
Luego de todo lo expresado, se puede asimilar que, amén
de la génesis condicionada a que está sujeta toda corriente de vida humana, no
sujeta a violación por parte de la especie, y sus aprestos egotistas, los
deseos creados siempre conducirán finalmente a un sufrir.
Entonces, distinguidos lectores, cualquiera se
preguntaría, ¿por qué querer además, que
a la fuerza, aquellos se conviertan en realidad?