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Con la percepción de riesgo e
inseguridad social, se están perdiendo prácticas de cortesía y algunas
costumbres de relacionamiento; culturalmente aceptadas y valoradas
positivamente en la sociedad dominicana. Tal parece que, la impresión de
inseguridad está determinando el pensamiento y acción de las personas.</b>
Este
sentimiento de riesgo y peligro se acentúa en fechas en que se supone hay mayor
circulación de dinero, como lo fue el periodo navideño y propicia que sean tomadas medidas de seguridad extra.
En las redes sociales y las propias familias está siempre presente consejos, llamado
de atención y alerta de seguridad.
En perspectiva, la población
percibe que el sentimiento de
inseguridad no solo es un fenómeno preocupante en la actualidad, sino
que también se vislumbra pudiera sentirse como un fenómeno de mayor dimensión a futuro.
En lo inmediato, aunque las
autoridades hacen esfuerzos para enfrentar a los ciudadanos en conflicto con la
ley, los dominicanos estamos manejando el sentimiento de inseguridad de manera
personal, practicando nuestras propias medidas de seguridad; básicamente de
auto-conservación, restringiéndonos de pasar por lugares considerados
peligrosos, coartándonos salidas nocturnas y tomando medidas de precaución.
En adición, mientras caminamos
por las calles o esperamos el cambio de luz bajo un semáforo, nos espantamos si
se nos acerca alguien para preguntarnos algo o vendernos algún producto. En
estas circunstancias, ponemos en práctica algunas medidas preventivas
personales, que han ido deteriorando las costumbres y normas de cortesía en
nuestra interacción cotidiana. Los saludos fraternos ya no se brindan por temor
a recrear un ambiente de socialización amigable con alguien que se presume delincuente.
La inseguridad ha ido permeado tanto nuestro imaginario, que nos ha llevado a tener activa una alerta sospechosa respecto a quien esta ante
nosotros por primera vez en un ambiente abierto o público, por presumirle un delincuente.
Lo lamentable de esta situación
es que estamos perdiendo el civismo y humanidad cuando no solo no damos el
saludo cordial en nuestra vida cotidiana, sino que también negamos alguna ayuda
o manifestación de solidaridad, ante situaciones o circunstancia que la contingencia
del caso así lo requiera. De esta forma,
la desconfianza y el estado de alerta de autodefensa marcan el paso de
prácticas de indiferencia ante el prójimo en situación delicada, o que requiera
de ayuda o atención, en un ambiente de inseguridad real o mental.
Otro elemento de cortesía lamentablemente en peligro de
extinción es dar información u orientación al transeúnte que lo requiera. El
temor de entablar diálogos con personas desconocidas imposibilita la recreación
de espacio y tiempo para dar y recibir información de orientación sobre algún
lugar o dirección especifica, e invalida las respuestas solidarias ante un llamado de socorro; perdiéndose así
la práctica cotidiana de convivencia solidaria, de humanidad y urbanidad.
Los países desarrollados no están
exentos de esta des-solidaridad social y comunitaria. Los países donde los
niveles de institucionalidad son altos, también se escatima la solidaridad en
la cotidianidad, porque se entiende que se pierde tiempo en trámites
institucionales y oficiales, o porque se
piensa que la expresión de solidaridad puesta en práctica podría comprometer legalmente a quien la
brinda, además de la pérdida de tiempo en los tramites institucionales que el
caso requiera.
Tal parece que en la sociedad contemporánea,
la inseguridad va trazando pautas de cambio en la interacción de los individuos
y en las costumbres mismas. Pudiera considerarse también que mientras mayor sea
el grado de institucionalización logrado,
mayor seria el estado de
individualización, por encima de la demanda de conductas y costumbres solidarias, fundamentadas en los
valores humanos.
@GiseldaLiberato