<b>Con el paso de los últimos veinte años, desde que fue desaparecido el profesor universitario Narciso González (Narcisazo), se ha impuesto en el país el respeto por la vida de los disidentes políticos, y esa es un muy grata noticia.</b>
Esa antigua práctica -que comienza en los albores de la Independencia Nacional- ha desencajado lo que podríamos definir cono “respeto absoluto de los derechos humanos”.
Nadie debe ser privado de su libertad o de su vida por razones políticas. No existe en el país la pena de muerte, y la tolerancia ideológica ya ni siquiera se discute ni en público ni en privado. Ya no es tema.
Fueron escasos los regímenes que desde el 1844 respetaron la vida de sus opositores y entre los peores violadores de los derechos humanos la gente recuerda con desprecio sibilino a Pedro Santana, Ulises Hereaux y a Rafael Leonidas Trujillo Molina.
La última víctima de la intolerancia política lo fue Narcisazo, desaparecido el 24 de mayo de 1994, después de asistir a un acto en el paraninfo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Su cuerpo nunca apareció, ni vivo ni muerto. Y las versiones puestas a circular nunca han sido definitivamente aceptadas. Esa muerte se le atribuye al gobierno del doctor Joaquín Balaguer definido como el último déspota ilustrado que ha sufrido el país.
La etapa balagueriana se divide en dos períodos: El primero de doce años surgido como resultado de la invasión norteamericana de 1965 tras el estallido de la Revolución de Abril, y la segunda, de diez años iniciada tras la derrota del PRD y Jacobo Majluta en el 1996.
Como resultado de los llamados “odios de Abril” entre los dos grupos enfrentados en el año citado, los militares quedaron motivados para eliminar cuanto izquierdista apareciera en sus proximidades.
Entre los incontables asesinatos se debe recordar como el principio de la represión (o Era del Terror), la desaparición del abogado izquierdista Guido Gil, militante del MPD y asesor del Sindicato Unido del Central Romana, dirigido para entonces por Teobaldo Rosell, un exiliado cubano ligado a la represión.
El atentado contra Rafael Casimiro Castro con una bomba de fósforo blanco realmente conmovió al país porque se consideró “un abuso extremo” contra un legislador que no constituía -en ningún sentido- un peligro para nadie.
A esos hechos de crueldad que en su momento el presidente Balaguer atribuyó a “los odios de la guerra” de los sectores enfrentados, la opinión pública los consideró como intolerancia política del régimen.
Pese a las denuncias se continuó cobrando la vida de gente de la oposición, especialmente de izquierda, como el caso de Homero Hernández, que fue sacado de su vehículo en el que viajaba con su esposa embarazada y fue asesinado sin piedad en medio de la calle, irónicamente frente al local principal del PRSC.
O el caso de ingeniero Amín Abel Hasbun, un excelente ex dirigente que también militaba en el MPD, un 24 de septiembre en que fue a visitar a su familia en la avenida San Martín, y su esposa debió soportar como un agente secreto de la Policía le quitaba la vida en su presencia.
La prensa dominicana no quedó exenta de la represión del régimen del “despotismo ilustrado” pues Gregorio García Castro, jefe de redacción del vespertino Ultima Hora pagó con su vida sus columnas críticas al régimen y a funcionarios del balaguerismo.
Lo mismo ocurrió con el columnista de El Nacional Orlando Martínez, quien también era el director de la revista ¡Ahora!.
Los hechos que le dieron mayor carácter a la impiedad o escasa tolerancia política del régimen de Balaguer, han sido el caso de Francisco Alberto Caamaño y la muerte de grupo denominado Los Palmeros, dirigido por Amaury Germán, quien estaba vinculado al proyecto del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.
Tanto en un caso como en el otro (asesinato de Caamaño) el doctor Balaguer mostró la parte más siniestra de sus sentimientos políticos.
En un caso como en el otro, pudo preservar la vida tanto del Grupo de Los Palmeros como del coronel Caamaño…y en ambos casos fue inclemente, miró para otro lado y permitió que le “apretaran la roca”
Amaury y sus amigos refugiados en una cueva en el kilómetro 17 de la autopista de Las Américas, no tenían hacia donde escapar y Caamaño ya herido y apresado no constituía ningún peligro para el gobierno de Balaguer.
Balaguer utilizó en el caso del 12 de enero al fallecido general Neit Nivar Seijas, entonces jefe de la Policía, y en el caso de Caamaño le echó la cuaba a los jefes militares de la época encabezados por el contralmirante Ramón Emilio Jiménes.
Ahora una ley del Congreso consagra como héroes a las víctimas del kilómetro 17 de la autopista de Las Américas, pero no se consagró ningún recuerdo para las víctimas policiales del encontronazo.
Buen tema de reflexión, sin dudas, dentro de la revisión histórica reciente y antigua del país.
El impiadoso Balaguer, sin embargo, reposa en el más allá regocijado con un título que le dio el PRD: “Padre de la democracia dominicana”…¡Cuánto cinismo!. Al menos desde allá debe ver impotente que hace 20 años en este país se puede hablar y escribir lo que cada quien quiera y cómo se quiera y nadie es muerto en represalia.
¡Preservemos esta invaluable conquista!.
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