<b>En los últimos años he
observado cómo la mano de obra dominicana se esfuma del mercado informal. Ese
fenómeno es notorio en áreas productivas, donde tradicionalmente el obrero
criollo se ganaba el sustento familiar.</b>
Es irrisoria la presencia
de los obreros nacionales en áreas de la construcción. Los trabajadores
haitianos se han encargado de desplazarlos.
La excusa de muchos
obreros dominicanos para justificar la ausencia en esos lugares de trabajo es
que los patronos les ofrecen pagos muy bajos por las extensas jornadas que
deben realizar. Obviamente, es preciso reconocer que en el juego de la oferta y
la demanda los patronos prefieren pagar menos e incumplir algunas prerrogativas
legales, contratando la mano de obra extranjera, que emplear a los trabajadores
dominicanos. Es difícil que un inmigrante ilegal someta a un empleador ante los
tribunales del país por violación al Código de Trabajo. Un dominicano sí lo
haría. Tal vez esa sea una causante de la ausencia de los obreros en el área de
la construcción y en otras actividades laborales.
Los haitianos trabajan
duro, exigen poco y laboran cuántas horas sean necesarias, todos los días, y se
alimentan con pan, pica-pollo y refrescos. Eso lo saben los empleadores
nacionales. Por eso los prefieren a los criollos.
Lo mismo está ocurriendo
en las labores agrícolas, donde los hacendados y dueños de fincas prefieren emplear
a esas manos de obra, en lugar de preferir a los dominicanos. Incluso, he visto
a pequeños agricultores contratar la mano de obra de los inmigrantes de Haití
para la limpieza de los conucos.
El fenómeno de la
extranjerización del trabajo local puede observarse con más rigor en áreas del
mercado informal. Por ejemplo, los haitianos han desplazado a los dominicanos
en trabajos rústicos, como son: vender frío-frío, coco de agua, ropas, mabí,
frutas, víveres, frituras, helados (por ejemplo, helados Skim-Ice y Bon), agua
en funditas, tarjetas de llamadas, etc. Además, trabajan como chóferes de carros
y guaguas públicas, como buhoneros, mecánicos, chineros, guachimanes, en
ferreterías y como profesores universitarios.
Hasta como pedigüeños,
los haitianos superan a los dominicanos. Las calles están llenas de mujeres
haitianas pidiendo en las esquinas (por supuesto, con niños alquilados) de las
principales avenidas del país. Una mafia organizada se encarga del esquema
operativo consistente en trasladar a niños y mujeres para ponerlos a pedir en
puntos específicos. Esa tarea, años anteriores, la realizaban mujeres
dominicanas.
Una mayoría de haitianos
que se gana la vida en el mercado informal reside en República Dominicana de
manera ilegal. También los hay ilegales de otras nacionalidades, pero ellos son
los que más presencia física tienen en nuestras calles, y las razones las
sabemos.
Hay otros grupos de
inmigrantes (legales o no) realizando trabajos incursionados por los obreros
dominicanos. Esos grupos están formados por los ecuatorianos, peruanos y otros
que se dedican a las tareas de artesanías; los cubanos, algunos de ellos
vendiendo picalongas, sándwiches y otras chucherías. Los chinos se ganan la
vida arreglando uñas, vendiendo comidas rápidas o pica-pollo, como relojeros y
administrando moteles. Otros asiáticos sobreviven aquí trabajando en las
hortalizas y en otros renglones productivos.
¿Están legales? No lo
sabemos.
Los italianos (pizzerías,
joyerías, restaurantes, etc.) son otros extranjeros que han sustituido la mano
de obra criolla en el mercado nacional y en otras actividades productivas. La
lista es larga. Inmigrantes de otras nacionalidades también sobreviven aquí en
el mercado formal e informal en calidad de residentes legales e ilegales.
¿Saben cuántas mujeres
extranjeras se ganan la vida bailando en los centros públicos de entretenimiento,
especialmente en bares localizados en áreas estratégicas de la ciudad? Por lo
menos (me cuentan los que visitan regularmente esos lugares), las hay
procedentes de Panamá, Colombia, Venezuela, Rusia, Uruguay, Argentina, Costa
Rica, El Salvador, Jamaica, España, de Viena, Japón, china, cuba, estados
Unidos, Italia, y otras. Todas ellas trabajan en el mercado informal ofreciendo
servicios especiales a los clientes.
Cuando nos referimos al
mercado informal queremos decir que no pagan impuestos, a pesar de que obtienen
buenos beneficios en las actividades que realizan, y no están sujetos a las
regulaciones extremas de parte de las autoridades encargadas de cobrar los
gravámenes a los negocios formales.
Un amigo mío considera
que el problema es consecuencia de la globalización de la producción. Es
posible que esa apreciación tenga sentido, pero creo necesario que se revise la
política migratoria del país para ajustar algunos tonos que están muy
desafinados.
Del obrero dominicano se
ha dicho que es haragán y que esa es la razón de que muchos trabajos están en
manos de obreros extranjeros. Se comete un acto de injusticia al hacer esa
aseveración. Lo cierto es que dentro del proceso de la globalización, el obrero
dominicano, al parecer, ha perdido espacio y no creo que sea por haraganería.
Otros fenómenos nuevos han incidido en esa conducta.
El surgimiento de nuevas
ofertas en el mercado laboral informal podría ser una causa de la indiferencia
del obrero criollo hacia las citadas áreas productivas. Nadie se quiere emplear
por salarios de hambre.
Se gana más trabajando
independiente en la calle, que haciendo horario en una empresa. Por eso, muchos
se meten a los negocios propios y abandonan las empresas. Algunos de esos
obreros nuestros han preferido servir de “mulas” y trabajar al servicio del
narcotráfico o meterse a atracador, a tener que trabajar en actividades poco
rentables. Son cosas que uno lamenta, pero son crudas realidades.