<b>El día de las votaciones no se sintió mayor
reclamo que el formulado por Diane Rodríguez, transexual candidata a
asambleísta por Guayaquil, que desató un gran alboroto por la que consideró
como la mayor humillación padecida en toda su vida: haber sido sacada de la
fila de mujeres y obligada a votar como hombre, sexo con el que nació por error
de la naturaleza, porque desde pequeñita ha sentido y actuado como femenina.</b>
No significa que el proceso ecuatoriano no
evidenciara otras fallas, aunque a nadie le quepa la menor duda que los
resultados conocidos de inmediato por el sistema de conteo rápido instalado y
supervisado por la Junta Central Electoral Dominicana, fue un reflejo fiel de
la voluntad entusiasta y mayoritaria expresada en la urnas por los electores.
El servicio que esa colaboración ha
brindado a la imagen de la República Dominicana es incuantificable, el mundo ha
comprobado una vez más lo que dijeron los observadores de la OEA que estuvieron
en las presidenciales dominicanas, que el sistema electoral de nuestro país, es
de los más avanzados de América, aunque todavía no contamos con voto
electrónico.
Los opositores alegaron desigualdad y no
les faltaba razón, por ejemplo, la inversión en publicidad no puede exceder el
monto de 1.7 millones de dólares y la colocación tiene que hacerse a través del
Consejo Nacional Electoral, eso luce igual para todos los aspirantes, pero no
lo es porque el que aspira desde la presidencia de la República se beneficia de
la promoción institucional, que es la que difunde las acciones gubernamentales,
que no está prohibida.
“Se trata de un pleito de burros amarrados,
contra tigres sueltos”, decían opositores para graficar la desigualdad
expresada también en el hecho de que por ley no se les apodera de una copia del
patrón de electorales, de la que si tiene mecanismos institucionales para
disponer el partido de gobierno.
Pero la oposición no perdió por esas u
otras desigualdades, sino por su incapacidad para comprender que la coyuntura
que tenían por delante no era propicia para lograr el fin de la era de Rafael
Correa y la denominada “Revolución Ciudadana”,
sino para marcar el principio del fin, contrapesándola con una avance
significativo en la Asamblea Nacional, cosa para la que tenía chance y no lo
aprovechó.
En
víspera de las elecciones, las encuestas disponibles, pero no divulgables por
ley, marcaban a Correa con una ventaja insuperable entre un 57 y un 63 %, y su más cercano oponente se situaba entre un
19 y 23%, sin embargo para la Asamblea Nacional, la intención de votos de
emparejaba 50% para Alianza País, 50% en contra, pero tan disperso que los
expertos sabían que el 50% del oficialismo se podría transformar en por lo
menos un 70%.
La incapacidad de la oposición para
comprender que su meta estaba en la Asamblea Nacional y no en la presidencia, le regaló a Correa un
dominio cómodo del Poder Legislativo,
que puede tener consecuencias para un próximo proceso electoral, porque aunque
el presidente ha dicho que no la va a
usar para modificar la Constitución en su beneficio por otra parte ha planteado
que la “Revolución Ciudadana es imparable”.
La oposición priorizó en su propia batalla,
la de determinar quién la encabezaba, y la ha ganado Guillermo Lasso, que
superó ampliamente en las urnas a Lucio Gutiérrez y Álvaro Noboa, y que ha
quedado posicionado como el único contrapeso.