<b>Hay noticias que, por su fugaz
importancia, no son consideradas dignas de ser comentadas editorialmente por
nuestros medios de comunicación. Sin embargo, no dejan de tener gran importancia por la
forma en que se produjeron y los resultados que arrojaron.</b>
Entre ellas hay tres que
considero deben ser mencionadas: la muerte de dos menores que se ahogaron en una
piscina olímpica de un complejo deportivo de La Romana; un niño que cayó desde la
tercera planta de una escuela de San Cristóbal mientras volaba una
chichigua, y otros dos menores que
perecieron carbonizados en una comunidad de Villa Altagracia al incendiarse su
humilde vivienda.
En el primer caso, es bochornoso
e inadmisible que en una piscina de un centro deportivo construido por el
Estado no haya ningún tipo de vigilancia, como tampoco se explica que estuviera
llena de aguas negras y basura.
Si no hay competencias
deportivas, ¿cómo se justifica que una piscina que nadie usa esté con agua,
pero además llena de desperdicios? ¿Es que en La Romana no hay autoridades
deportivas que deberían ser las responsables de lo que ocurre en un
polideportivo?
Sucede algo parecido con el caso
del niño que subió a la tercera planta de una escuela para divertirse con una
chichigua. ¿Es que no hay restricciones que impidan que niños suban a la
tercera planta de un plantel escolar a realizar cualquier travesura o a jugar
sin vigilancia alguna? ¿Quién o quienes son los responsables de que esto
ocurra?
El caso de Villa Altagracia
llama también la atención porque otras veces ha ocurrido en diversos lugares
del país: padres o abuelos que dejan encendidas velas sobre una mesita de madera, con los
consiguientes incendios que destruyen y dejan muertes lamentables.
Cualquiera diría que uno no
tiene otros temas para escribir sobre
estos asuntos que aparentan triviales, pero no tanto porque siempre dejan llanto y dolor entre humildes
familias dominicanas.
Hay muchos casos de padres que
se descuidan en la vigilancia de sus hijos, dejándolos como quien dice “al
garete”, deambulando por aquí y por allá, preocupándose de ellos solo cuando
les dan la terrible noticia de que algo grave les ha pasado.
En el caso de los padres y
abuelos que dejan velas encendidas por la noche, sea porque sus precarias viviendas
carezcan de energía eléctrica o porque ha habido un apagón, se trata de algo
que tiene mucho que ver con la pobreza y la ignorancia.
La pobreza, que los mantiene
excluidos de lo que llamamos “modernidad”, convirtiéndoles en personas sin
futuro.
La ignorancia, porque hyay niños
que son criados diciéndoles constantemente que “el cuco se los llevará” si no
hacen esto o aquello, infundiéndoles tal miedo que solo se aplaca si se duermen
a la luz de la llama de una vela.
Los tres casos obligan a exigir
más vigilancia por parte de autoridades y padres en los lugares públicos, pero
además que avancen los programas de desarrollo y de educación para sacar a muchos pobres de la
marginalidad y la ignorancia, de la cual no tienen nada de culpa, sino que es
atribuible a un sistema injusto que hay que erradicar.
Santiago Estrella
Veloz/DiarioDigitalRD
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