Estados Unidos está
expandiendo a marchas forzadas su red de bases de aviones no tripulados en todo
el mundo (drones), para controlar y atacar a enemigos en Asia, la península
Arábiga y, más recientemente, el cuerno de África.
La última adición al
programa secreto de drones norteamericano es una nueva base en Etiopía que,
según han confirmado fuentes del Pentágono en Washington, se halla en un
aeropuerto en la localidad sureña de Arba Minch. Desde allí se fletan aviones
no tripulados que espían a supuestos terroristas de Al Qaeda en el este de
África.
Esa base se une a la
que el Pentágono ha habilitado en las islas Seychelles, para albergar drones
del modelo Reaper. En uno de los cables del Departamento de Estado publicados
por Wikileaks el año pasado se mencionaba la existencia de esa base secreta.
Los primeros drones
(bautizados con el apodo de “cazadores asesinos” porque pueden ir cargados con
misiles Hellfire) llegaron a Seychelles en 2009, para ser operados por la
Marina y la Fuerza Aérea.
Otro punto desde el que
se vuelan drones es Camp Lemonnier, en Djibouti, donde hay apostados 3.000
soldados de EE UU. Desde esas tres bases, y las demás que el Pentágono y la CIA
mantienen todavía en secreto. Washington controla las operaciones de la filial
de Al Qaeda en Somalia, Al-Shabaab.
Esos equipos parten de
Etiopía lo hacen, según The Washington Post, en misiones de reconocimiento, con
la única misión de grabar los movimientos de los supuestos terroristas.
Esas armas asesinas
pueden hacer eso y mucho más. Son pequeñas computadoras con alas. Se las puede
programar para grabar vídeo, para espiar conversaciones y, por supuesto, para
lanzar misiles. Son ordenadores letales. En 10 años, Estados Unidos ha pasado
de tener 50 a 7.000, atesorando un 70% de las existencias mundiales.
En los últimos años, el
Pentágono ha reservado una partida anual de 5.000 millones de dólares para
comprar estas aeronaves.
Brasil, Alemania, y
otras naciones también han entrado a la moda de construir estas armas para
defender sus territorios. La tarea principal es espiar a las naciones y en
segundo término, evitar muertes de
soldados y pérdidas de equipos.
La industria de la
guerra ha propiciado mucha desgracia a la humanidad desde la Primera Guerra
Mundial a la fecha. A Estados Unidos le ha dado muy buenos resultados usar
aviones dirigidos por radar para destruir a los enemigos y obtener
informaciones importantes.
La idea es evitar la
masacre en los campos de batalla, donde miles de soldados mueren lejos de sus
hogares luchando por una causa que muchas veces ignoran. Sólo saben que van a
luchar contra enemigos escogidos como blanco principal por las élites de poder.
En Irak se estima que
murieron unos 30 mil soldados, entre norteamericanos e iraquíes, aparte de los
que se suicidaron y aquellos fallecidos por accidentes provocados por sus
propios compañeros.
Los drones continuarán
navegado sobre territorios de los contrincantes y existe la posibilidad de que en el futuro inmediato las súper
naciones desaten entre sí batallas campales utilizando esta tecnología de punta
y, por supuesto, menos soldados.
Vistas las cosas desde
esta óptica, comoquiera estarían en
peligro vidas inocentes pues los llamados “Perros de la Guerra”
mantendrán activas sus demoledoras maquinarias, sin importar los reclamos de
los que siempre han estado en contra del genocidio.