Durante esta primera quincena de marzo, con su
cúspide de celebridades del día ocho (día internacional de la mujer), se proclamarán una vez más las atrocidades que
sufren seres humanos indefensos, principalmente niñas y mujeres. Los diversos
gobiernos del mundo, y hasta la mismísima comunidad internacional, volverán a
comprometerse en más de lo mismo de siempre. Pura literatura.
Las agresiones
sexuales a niñas menores de dieciséis años siguen creciendo. Multitud de
mujeres, y también algunos hombres, temen volver a sus casas, porque son un
verdadero infierno de violencia doméstica. Hasta el 70% de las mujeres de todo
el mundo, -según Naciones Unidas-, aseguran haber sufrido una experiencia
física o sexual violenta en algún momento de su vida. Escalofriante el porcentaje
de gente que sufre. ¿Qué hacemos, pues, por estos seres indefensos?. El dato es
inadmisible y, desde luego, debe interpelarnos.
Si en conciencia no aceptásemos la
violencia, como parte de nuestra actitud ante la vida, esto debería cambiar. Lo
que sucede realmente es bien distinto. Los seres humanos cada día estamos más
desprotegidos. Las personas débiles se les discrimina y, apenas se les presta
atención, para que puedan traspasar la barrera del miedo en la que viven. No se
trata de fomentar la rivalidad entre los sexos, más bien creo que debemos
avivar el encuentro y poner a salvo a esas personas que son víctimas de abusos
y violencias. En ocasiones, pienso que todavía estamos anclados en la ley del
más fuerte, en una concepción patriarcal del mundo, y no en una concepción
humana, o lo que es lo mismo, seguimos alimentados (o sea educados) por una
cultura esencialmente machista, que sigue menospreciando al más desvalido. Por
ello, quizás convendría modificar esta fiesta que no ha hecho mermar los abusos
contra la mujer, por otra que cultivase más la unidad de los dos, desde el
respeto y la consideración de caminar unidos.
La pedagogía de alianza entre las
mujeres y los hombres merece la pena, tanto reafirmarla como reforzarla, para
mejorar así la convivencia en el mundo. Al fin y al cabo, todos estamos hechos
unos para otros, y todos para uno mismo, el ser humano. No tiene sentido, en
consecuencia, las leyes y prácticas discriminatorias que no sólo perjudican a
las mujeres, también a pueblos y naciones enteras. Por eso, a mi manera de ver
es fundamental reconocer y amparar la misma dignidad mujer-hombre; ambos son
ciudadanos, con derechos y obligaciones. Los dos estamos llamados a trabajar hacia
un mismo objetivo, el bien común. Hemos de reconocer que al hombre siempre se
le ha dado un protagonismo desmedido en relación a la mujer. La historia habla
casi exclusivamente de las conquistas masculinas, obviando el talento femenino.
Es hora de adentrarse en otros aires que conlleven actitudes más igualitarias,
puesto que el drama de las personas más débiles, lejos de aminorarse, aumenta.
Sería bueno que, coincidiendo con la
festividad del día internacional de la mujer, ambos géneros luchasen por una justicia
reparadora de los derechos humanos y la inclusión social. Se sabe que la
igualdad de derechos y oportunidades conforma la base de las economías y las
sociedades saludables. Sin embargo, este aporte para una perspectiva más humana
no se considera tema fundamental. Nuestras sociedades tienen que abrirse a
otros valores menos competitivos, más solidarios y menos excluyentes. La violencia continua
contra las mujeres en las formas más indignas, porque hasta la misma comunidad
mira hacia otro lado. Sin duda, la impunidad de los abusos hacia ellas perpetúa
el problema. Ante estas realidades, el compromiso, tanto de mujeres como de
hombres, ha de movernos hacia una cultura que cuide de las personas, y más de
las personas indefensas. Hay lugares en los que la mujer es discriminada por el solo hecho de ser mujer, y en otros
ámbitos forma parte de la industria del consumo y del divertimento, cuestiones
que deben ponernos en movimiento, a la humanidad al completo, para que cese
este tipo de explotación y maltrato.
Mujeres y hombres deben continuar un
camino en común para que se dignifique la dignidad humana, dejando a un lado
todo tipo de condicionamientos históricos. Ha llegado el momento de abandonar
las retóricas y de propagar otras mentalidades y otras costumbres más
respetuosas con la especie humana. Mal que nos pese, aún necesitamos imágenes
positivas que engrandezcan a los seres humanos en los medios de comunicación.
También precisamos juicios justos en el que no queden inmunes los causantes de
la violencia. Asimismo, es menester actuar en sintonía las personas para el
reparto equitativo de responsabilidades. Se requiere elaborar respuestas
políticas más eficaces, más contundentes, con miras a alcanzar la igualdad
entre géneros, más allá de los papeles. No hace mucho la directora ejecutiva de
ONU-Mujeres expresó su profunda preocupación por el aumento de los casos de
violencia de género en Egipto. Ese mismo aumento se da de forma alarmante en
toda América latina y el Caribe. Así podríamos seguir con multitud de países. El
fracaso de los procesos judiciales contra la explotación sexual es otro de los
graves problemas. Mientras las autoridades buscan fórmulas para luchar contra
estos delitos, las mujeres relatan historias de terror y soledad, que superan
con creces cualquier guión cinematográfico.
Por consiguiente, sea el día de la
mujer o no lo sea, tampoco es cuestión de permanecer inactivos ante este tipo
de episodios horrendos que se producen sobre todo con mujeres y niñas. Los
hechos son gravísimos. Mujeres y hombres deben emprender una revolución
pacifista contra estos violadores de los derechos humanos. Cuanto antes hemos
de llevar a estos infractores ante la justicia y que sea el pueblo, todo él
unido, el que termine con esta cultura del abuso y la explotación. Hay que
decir ¡basta! a la violencia , porque sus simientes son de odio, y a ningún
sitio bueno conducen. El ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego es un mal
presagio para todos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
3 de marzo de 2013.-