Una cosa la
reforma protestante, que tiene como punto de partida la colocación de las 95
tesis de Lutero sobre la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg,
el 31 de octubre de 1517, otra el inicio
del protestantismo, que data de los primeros siglos del cristianismo y que
tiene como primer exponente a
Tertuliano, un censurador de
herejes que terminó imputado de herejía porque se opuso a que la Iglesia y sus servidores se arrogaran
poderes para redimir pecados
En principio unos de los pilares en el que
sustentó la Iglesia y el contrapeso teológico de otro gran doctrinario llamado
Marción, el más aventajado de los
discípulos del apóstol Pablo, que elaboró un canon que hizo pipián la mayoría
de los evangelios que se difundían hasta entonces, aceptando como válidos fragmentos de los escritos de Lucas y siete
cartas entre las decenas que se atribuían a Pablo.
Marción
rechazaba el Antiguo Testamento porque hablaba de un Dios muy distinto al del mensaje amoroso de Jesús, uno ser vengativo, creador
del mal e inspirador de personajes nefastos, pero además tenía esencia
judaizante y era partidario de despojar
al cristianismo de cualquier influencia judía.
Tertuliano
no discriminaba entre el Dios del Antiguo Testamento y el pregonado por Jesús, era la
representación de la ortodoxia en la Iglesia a la que concebía como una élite
de creyentes que había que defenderla de la contaminación, viniera de donde
viniese, creía que el Demonio andaba en
recorrido permanente por la tierra buscando a quién corromper.
Se mofó de los intentos racionalistas de teólogos como Marción que
pretendían reconciliar la enseñanza cristiana con la filosofía griega: “¿Qué
tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué tiene que ver la academia con la
Iglesia? ¿Qué tienen que ver los herejes con los cristianos?, eran preguntas en
las que basaba su conceptualización.
Entendía que los cristianos de verdad debían limitar sus contactos
con el Estado, no los quería ni en el ejército, ni en la burocracia estatal y
haciendo negocios en los que se ganaran la vida ofertando mercancías paganas,
era un puritano en toda la regla.
“La sangre de los mártires es la simiente de la Iglesia”, “la unidad
de los herejes es el cisma”, dos de sus grandes sentencias, creía que el
cristiano después de recibir el sacramento del bautismo no podía cometer
grandes pecados y si los cometía era porque el bautismo no había sido real,
sino una pose que no le tocó el alma, y para los pecados no había perdón en la
tierra.
Pero desde una época muy temprana ciertos obispos de Roma y jerarca
de otros lares pensaron que el poder que Dios concedió a Pedro para suscribir
contratos en la tierra que eran refrendados en el cielo, le daban licencia a la
Iglesia para redimir pecados, y a Tertuliano esa idea no le cabía por ninguna
parte.
No creía que habían hombres en la tierra con poderes especiales para
perdonar, e incluso murió pensando que entre un laico y un sacerdote podía
haber una diferencia administrativa, irreal ante Dios y que para haber Iglesia,
solo se requería la presencia de tres personas que creyeran en Dios, “donde hay
un banco de clérigos, uno mismo ofrenda y bautiza y es su propio y único
sacerdote… uno tiene los derechos de un sacerdote en su propia persona cuando
se manifiesta la necesidad”.
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