<b>Tras un
recorrido de 160 kilómetros, veinte de los cuales resultaron ser un obsequio de
la naturaleza a mis ojos, arribé a una mísera y maltrecha casucha enclavada en
una pendiente que casi se la traga. Era mi primera visita a Sábana Iglesia, un
curioso municipio de Santiago de los Caballeros que proporcionó a la diáspora
dominicana establecida en New York el primer grupo significativo de emigrantes
dominicanos hacia los Estados Unidos.</b>
Frente a la
casucha, debajo de un frondoso árbol, me
esperaba Darío Trujillo Tejada, un anciano de 82 años de edad, de pelo blanco,
ojos vencidos, escasa dentadura y
encovadura corporal incipiente. Al verme llegar, inadvirtiendo que se trataba
de nuestro primer encuentro, dejó la desvencijada silla que ocupaba y comenzó a
hablarme con la soltura, desinhibición y familiaridad de alguien que conoce a su interlocutor desde
hace mucho tiempo.
Su
adolescencia y parte de su juventud la consumieron dos academias militares y la
Universidad de Santo Domingo, centro académico donde cursó dos años de
Filosofía y Letras. Desde el ajusticiamiento del dictador Rafael Leonidas
Trujillo Molina hasta el presente ha sido, asegura él: exiliado en New York y
Miami, cónsul por breves temporadas en Miami, Montreal y México, custodia de
funcionarios de los gobiernos de Joaquín Balaguer y empleado de la Secretaría
de Estado de Obras Públicas.
Pero la etapa
más efervescente de su existencia es la comprendida entre sus 20 y 40 años de
edad. Durante ese decenio (1940-1960) estuvo alistado en la Marina de Guerra y
en el Ejército Nacional, fue Jefe de Inspectores de la Presidencia de la
República y aspirante a Síndico por Ciudad Trujillo (1960). Los dos primeros
puestos los perdió en la postrimería de la década de los 50, cuando su
Tío-Jefe, como llamaba él al dictador, lo canceló luego de sorprenderlo varias
veces exhibiendo la misma debilidad de su padre Virgilio Trujill ambición desmesurada
por el dinero.
En cuanto a
sus planes de convertirse en Síndico de Ciudad Trujillo, apoyado por la
Agrupación Política Juvenil, Trujillo se opuso radicalmente a que un mocoso
sobrino suyo alcanzara, desde la oposición política inventada por el propio
tirano, un puesto de semejante jerarquía. Consecuentemente Darío Trujillo
Tejada perdió la contienda electoral de Virgilio
Álvarez Pina, candidato del Partido Dominicano, por tan sólo 2,531 votos
Es ese también
el periodo de su vida que más rememora y evoca. Recuerda su casa paterna plantada
en el corazón de Gazcue, su casa personal de la calle Moca, su finca arrocera localizada
en Jima, La Vega, viajes al extranjero, carros lujosos, mujeres al granel, adulones
por doquier rindiéndole pleitesía y su excelente amistad (casi hermandad) con
Johnny Abbes García. –“Me tocó sacar junto con Luis Ruiz Trujillo,
mi primo, y varios calieses del Servicio
de Inteligencia Militar (SIM), el cadáver de tío Trujillo del baúl de carro de Juan
Tomás Díaz”, cuenta rebozado de orgullo. ‘Dentro del carro donde transportamos su
cadáver, enfatiza, le quité el anillo, el reloj, un revólver diminuto que
portaba en el bolsillo interior del saco y cerca de ocho mil pesos que llevaba
encima”. Pero no dice haberle entregado esas pertenencias a ningún hijo o hermano del ajusticiado dictador.
La encorvadura
de su cuerpo y su voz estropajosa son insuficientes para ocultar la malicia que
aún refleja su sonrisa socarrona. Y cuenta, con sobrado regocijo y complacencia,
muchas de las acciones perversas que protagonizó durante la tiranía trujillista. Dice haber
acompañado a Luis Ruiz Trujillo cuando Ramfis le ordenó a ambos, a principios
de junio de 1961, conducir a Pupo Román a su despacho de la Jefatura de Estado
Mayor, donde organizaron su asesinato. “Mi tío, admite sin pudor alguno, fue un
dictador muy cruel y despiadado, pero un dictador necesario y venerado por el
pueblo”. No acepta abiertamente haber matado a nadie, pero al ser abordado del
respecto esconde el rostro y susurra: “En esa época se mataba mucho, era una
dictadura”.
Abandonó la
República Dominicana a finales de 1961 y retornó ilegalmente a Santo Domingo
vía Haití en 1972, la travesía incluyó a Miami y a Jamaica. El entonces
presidente Joaquín Balaguer se ocupó de silenciar su presencia en el país y darle
empleo. En dos destartaladas mesas de su paupérrimo hogar tiene documentos de
propiedad de la casa que habitó en la calle Moca, de la finca de Jima y de otro
terreno rural. Dice asistirle el derecho a reclamar esas propiedades, pues
considera que la ley 5785 de expropiación de bienes a la familia Trujillo creada
por el Consejo de Estado en 1962, (que
lo incluye a él también), es inconstitucional y disparatosa.
Darío Trujillo
Tejada es, como otros miembros de su familia, un gran fabulador. “Perseguir
mujeres hasta conquistarlas, es un sello inherente de la familia Trujillo, por
eso me he casado 21 veces” sostiene tranquilamente. La última de sus esposas,
cuarenta años menor que él, le regaló hace tres lustros la soledad y parte de
la angustia espiritual que lo acompañan en este momento en ese apartado punto
de la geografía dominicana. “Se fue para New York, buscó otro hombre, y me
abandonó para siempre”, dice maldiciéndola.
Tampoco tiene constancia
oficial de que haya dirigido tres consulados (Miami, Montreal y México) ni de haber
ostentado el rango de Coronel del Ejército, como asevera. Del asesinato de las
hermanas Mirabal, repite la misma fábula contada por el resto de su familia. “Los
responsable son José Román Fernández (Pupo) y Luis
Amiama Tio. Ellos querían hacerle daño a mi tío”.
Haber ayudado
a cargar el cadáver de Trujillo y transportarlo desde la casa de Juan Tomas
Díaz hasta la tercera planta del palacio presidencial la noche del 30 de mayo
de 1961, es la hazaña de su vida que más lo enorgullece. Arrepentirse por los
daños físicos o emocionales que pudo causarle a algunos de sus contemporáneos,
no es parte de su proyecto personal inmediato, pese al más de medio siglo
transcurrido desde entonces.
Al
término de nuestra conversación, agenciada por los amigos Angel Ureña y Genaro
Ramírez, periodista y camarógrafo respectivamente, me entregó su tarjeta
personal (business card), cuyo deterioro y color amarillento sugieren haber
sido impresa tres o cuatro décadas atrás, con el siguiente texto, escrito en
inglés:
International lover / Amante
internacional
Worldwide traveler / Viajero mundial
Playboy /
Playboy
Last of the big spenders / El
último de los grandes gastadores
¿Con 82 años de edad, la salud bastante
deteriorada y una economía deplorable, cree usted realmente que esa tarjeta describe
a su persona?, le pregunté sembrado mis ojos en los suyos. La respuesta fue un
enrojecimiento agudo en su rostro, un par de suspiros refrenados y un silencio
prolongado. Concluido el mutismo, y con el ánimo desgajado, se levantó del
asiento que ocupaba y me acompañó hasta la puerta de salida.
En ese corto trayecto lo vi empujar
su bastón con la dificultad y torpeza de quien arrastra un pasado tormentoso
que no puede purgar. Yo, entre tanto, me preguntaba: ¿Estará la justicia divina pasándole factura por las
cuentas que la justicia humana no ha podido cobrarle todavía.