Al llegar al poder en agosto del año pasado el actual
gobierno del PLD le informó al país que el pasado incumbente peledeísta había
generado un agujero injustificado de alrededor del 8% del PIB. Raudo y veloz el
presidente Danilo Medina y su equipo económico diseñaron un nuevo paquete
impositivo para que fuesen las empresas locales y los asalariados (de manera
directa o vía el consumo) que subsanaran la resaca poselectoral y la secuela de
las inauguraciones inconclusas de Leonel Fernández antes del 16 de agosto.
Era evidente que un nuevo aumento de los impuestos si no
venía acompañado de medidas de estímulo, sobre todo del tipo monetario
(reducción de las tasas de interés, acceso a nuevas fuentes de financiamiento
privado, etc.) solo ahuyentarían la inversión privada y estrangularían el
consumo interno reduciendo la demanda agregada y con ella la actividad
económica.
Las señales son aún más confusas si tomamos en cuenta que al
mismo tiempo que el gobierno prometió un régimen de austeridad y reducción del
gasto (para poner la casa en orden) se ha empeñado en continuar y hasta
expandir los programas de asistencialismo masivo y la política de subsidios
improductivos (eléctrico, transporte, etc.).
La ambivalencia y falta de coordinación no concluye aquí ya
que en esta semana recibimos el anuncio de que en el primer trimestre la
política de austeridad generó ahorros que redujeron el déficit proyectado de un
0.7% del PIB en dicho período a tan solo un 0.1%, pero que te-nemos que
rápidamente buscar cómo gastar estos fondos para dinamizar la economía que se
ha estancado de manera importante como resultado de la propia caída del gasto
público y los ma-yores niveles de impuestos.
Por fin, ¿qué es lo que se persigue? Si es reducir la deuda
en el mediano y largo plazo y tenemos las riendas firmes sobre el gasto
público, entonces la reciente emisión de deuda soberana se debió utilizar para
desmontar deuda más cara y no para “fortalecer” las reservas internacionales
del BC que están actualmente en niveles históricamente singulares. Si íbamos a
tener que acelerar el paso comoquiera con iniciativas de corto plazo, ¿por qué
no mejor haber iniciado esto en octubre y que fuese el crecimiento económico el
que hubiese garantizado los mayores niveles de ingresos fiscales, pero al mismo
tiempo generando empleo y aumentando la productividad interna?
¿Por qué agredir el aparato productivo nacional, y la capacidad
de compras e inversión del sector privado con mayores tasas impositivas e
impuestos tan regresivos como el Itbis, para luego repartir de manera alegre e
improvisada estos recursos por la vía de “obras de infraestructura y
escuelitas” que no prometen solucionar ninguno de los problemas fundamentales?
Sobre todo que no van a generar mayo-res niveles de empleos sostenibles.
Si el gobierno cree de manera activa que el empuje debe de
provenir del sector privado, como se deduce de la frase ahora por ellos acuñada
de que el “turismo debe convertirse en el motor de la economía”, pues eso
significa inversión privada, entrenamiento puntual y micro empresas vinculadas.
Se hace obligatorio recordarles la frase de Lincoln, que
Margaret Thatcher tan elocuentemente aplicó en sus 11 años de gobiern “El
Estado no puede fortalecer al débil y debilitar al fuerte. No puede generar
prosperidad desmotivando al sobrio. No puede ayudar al asalariado halando hacia
abajo al que paga los salarios”.
El motor de la
economía no puede depender de un solo sector, depende de la capacidad interna
de generar riquezas para un abanico de consumidores, internos y externos. El
motor somos todos.