Muy mal haría el ex
presidente Leonel Fernández en hacerse cargo de la Organización de los Estados
Americanos (OEA), en caso de que prosperen los esfuerzos de algunos
gobernantes, según el rumor público. Si alguien lo está proyectando para que
asuma esa responsabilidad, es porque tiene algún interés en alejarlo de manera
premeditada de la gesta política, que tan bien le ha ido.
Estoy seguro que esa
propuesta es aplaudida por los adversarios de la oposición y dentro de su
partido. Él no debe caer, jamás, en esa trampa, independientemente de que al
asumir esa posición elevaría su prestigio al grado máximo, pero al mismo tiempo
debe entender que se trata de un bocado envenenado (similar al que se servía a
los invitados notables en las grandes
fiestas del Imperio Romano), que lo elevaría al descrédito internacional.
La OEA es una
organización internacional panamericanista de ámbito regional y continental
creado el 8 de mayo de 1948, con el objetivo de ser un foro político para el
diálogo multilateral, integración y la toma de decisiones de ámbito americano. Los
estatutos de esa entidad precisan que “la misión básica es fortalecer la paz,
seguridad y consolidar la democracia, promover los derechos humanos, apoyar el
desarrollo social y económico y promover el crecimiento sostenible en América”.
Ha fallado en esa misión y por tanto no tiene sentido que siga funcionando.
Nació bajo los
auspicios de Estados Unidos y desde entonces funciona como una especie de isla
de esa nación, situación que ha provocado el alejamiento de los países a los
que dice representar, especialmente de América Latina, que han creado su propio
instrumento de lucha conocido como Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). Es
una franquicia manipulada y dirigida por Norteamérica, de manera que no tiene
ningún sentido que un hombre del calibre de Leonel Fernández cargue con ese
cadáver.
En realidad, este
organismo ya no tiene sentido de ser, en razón de que nadie respeta sus
orientaciones y que ha perdido crédito entre las naciones porque no ha sido
capaz de solucionar conflictos coyunturales. Es tan así que motivado a la
inoperancia, los gobernantes latinoamericanos no lo ven como la vía más idónea
para dirimir conflictos bilaterales.
Hay muchos casos que
fortalecen estos criterios y entre algunos citamos los roces fronterizos y
militares surgidos en el pasado entre las repúblicas de Honduras, Ecuador y
Colombia o las enemistades entre los entonces presidentes Hugo Chávez, de
Venezuela, y Álvaro Uribe, de Colombia.
No hay dudas de que
Fernández tiene sobrada capacidad para dirigir a la OEA y la ONU, inclusive. Su
formación profesional está por encima de muchos gobernantes del mundo. Es
hábil, observador, cauto al expresarse y al actuar, conocedor de la geografía
política universal a todo terreno, profundo analista de la sociología
dominicana, tal como le enseñó su gran maestro, profesor Juan Bosch, respetuoso,
tolerante, estudioso, buen orador, visionario y un nato conciliador. Son
cualidades que pocas veces suelen presentarse en un ser humano.
Su habilidad como
conciliador la demostró durante la celebración en el país, en el año 2008, de la
vigésima cumbre del Grupo de Río, teniendo como principal ingrediente la crisis
diplomática entre Colombia, Ecuador y Venezuela, tras la acción militar que dio
muerte al líder guerrillero Raúl Reyes en territorio ecuatoriano, y a la cual
se sumó Nicaragua con la declaración del presidente Daniel Ortega que también
rompió relaciones diplomáticas con Colombia en solidaridad con Ecuador.
A su llegada a Santo
Domingo, el presidente de Ecuador Rafael Correa pidió a sus colegas que
condenaran al gobierno de Álvaro Uribe Vélez por invadir su territorio y porque
"se corten estos comportamientos belicistas" en el continente; así
mismo, solicitó en su acto de instalación que el primer tema que se trate sea
el "gravísimo problema originado por el Gobierno colombiano".
Leonel Fernández
utilizó su habilidad para lograr la paz entre los presidentes que estaban
involucrados en ese conflicto, hazaña que fue elogiada por el entonces
gobernante hondureño Manuel Zelaya con
la siguiente frase: “Santo Domingo es la capital de la paz del mundo”.
Leonel Fernández, a
quien conozco desde años antes de ser Presidente (y de quien nunca he recibido
nada, que conste), cuando ejercía como abogado de oficio en el Palacio de
Justicia de Ciudad Nueva, de la capital, en los mugrosos años de gobierno de
Joaquín Balaguer, es un hombre sabio que ve el peligro donde otros no se
atreven. Conoce perfectamente cómo se cuecen las habas a nivel de la OEA en el
terreno político, para quién trabaja y cuáles son los verdaderos propósitos que
persigue. Por tanto, estimo, no se metería en ese fango podrido.
Otra razón fundamental
para no caer en esa tentación es que tiene aspiraciones políticas más allá del
excelente trabajo que realizó como gobernante durante doce años, dos de ellos
de manera consecutiva, y no es verdad que dejará ese espacio a otro.
Quienes están vendiendo
públicamente la versión de que podría ser el próximo Secretario General de la OEA, lo hacen con
una doble inteción y es alejarlo de la política dominicana, olvidando que no es
tonto y que no abandonará sus aspiraciones de retornar al poder para desde allí
dar continuidad a los proyectos aún sin concluir.
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