<b>Las autoridades dominicanas deben asimilar la prohibición de importación de productos avícolas dominicanos, como una nueva travesura, con el propósito de exhibir músculo ante el gobierno nacional.</b>
Pero mal haría el gobierno de Danilo Medina en ofenderse y reaccionar inadecuadamente a una acción obviamente provocadora. Más bien se debe analizar las razones de la prohibición a la luz de los objetivos implícitos en la decisión.
República Dominicana tiene los medios, o debe tenerlos, para identificar rápidamente lo que se traen entre manos las autoridades del vecino país, ya que disponemos de una embajada en Puerto Príncipe, tan numerosa que apenas caben los funcionarios en su local. Debemos reconocer el talento del embajador dominicano en Puerto Príncipe, Rubén Silié, un intelectual acabado y del ministro consejero de la embajada, el señor Pastor Vásquez, un periodista de amplia experiencia y con muchos años de misión en Haití.
Están comenzando a llegar informes de que los brasileños y el llamado “Banco de los Pobres” están definiendo proyectos para impulsar la industria avicola en el vecino país. Los dominicanos debemos felicitar tales iniciativas porque se debe comprender que “todo lo bueno no dura para siempre”.
No le hace daño al país que Haití comience a recibir inversiones en renglones importantes para suplir su Mercado Nacional. Eso es una manera legítima de poner “un paso tras el otro” para enfrentar la improductividad legendaria de ese país.
Lo que sí resulta una travesura es que lo hagan con “malas artes”, sobre la base de una calumnia que nadie puede explicar, ya que no hay resultados de la llamada “gripe aviar”, esgrimida como pretexto para tomar una decision inamistosa contra el país que ha estado supliendo sus deficiencias productivas.
Y si se tiene en cuenta que la malhadada prohibición se produce al otro día de la ceremonia presidida por los mandatarios, el de allá y el de aquí, orientada a conjurar el problema forestal del otro lado de la isla, entonces hay que convenir que la decision no fue del jefe del Estado.
Como el presidente Martelly no ha dicho nada, que uno sepa, sobre el tema avícola esgrimido por su propio gobierno, cabe la posibilidad de que la trastada vaya también contra él y, desde luego, contra la República Dominicana.
A esta altura los dominicanos deben aprender cuáles son las característica del gobierno de “los vecinos”, en donde funciona un regimen parlamentario, en donde el “primer ministro” no es un sello gomígrafo del jefe del Estado e incluso en el pasado reciente los haitianos han sido testigos de una “Guerra Campal” entre el presidente y el primer ministro con consecuencias de inestabilidad que nada bueno le ha producido a los intereses legítimos de ese país.
Determinar el origen de la nueva travesura haitiana y cual es el propósito es la tarea que debe resolver la diplomacia dominicana. Y hasta donde yo creo el pais tiene los mecanismos necesarios para establecerlo. Saber cuáles son los intereses detrás de la prohibición de importación de los pollos y los huevos.
Debe hacerse porque probablemente alguna gente taimadamente esté comenzando a “hilar conjeturas” perjudiciales para el mercado dominicano en ese país.
Ese es un mercado de tres mil millones de dólares que no se puede perder por simples emociones “chovinistas”, que le hacen el juego a los malandrines haitianos resentidos por su atraso y por los éxitos domincanos en su producción. Aqui y allá hay malos de todas clases, pero no debemos dejarnos provocar por esa gente que no son amigos ni de Haití ni de República Dominicana.
Lo que le corresponde al gobierno dominicano es averiguar, sin ninguna duda, dónde y quiénes cocinaron esta majadería y responder con una política apropiada, pero siempre de paz y de mútua colaboración al menos hasta que los políticos haitianos lo permitan.
No hay de otra. Las travesuras se responden, o se desarman con bondad y trasparencia.