Lo que empezó como una simple e
indiferente protesta por el alza en el precio del boleto de ómnibus, ha
obligado a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, a cancelar un viaje de
estado a Japón.
Las protestas se han extendido a más de 100 ciudades de esa
gran nación, y han movilizado a millones de jóvenes, que cuestionan, entre otras cosas, las inmensas inversiones gubernamentales en la
construcción de las infraestructuras
para la celebración en el 2014 del Mundial de Futbol.
Es sintomático que una nación que vive el
futbol, que ha sido mundialista en varias ocasiones, que ha producido estrelles
de la categoría del Rey del Futbol, Pelé, hoy su juventud salga a las calles a
protestar, entre otras cosas, por el
futbol. ¿Qué sucede en la tierra de
Lula?
Un estudio realizado por el Instituto
de Pesquisas Datafolha, de Brasil, de
fecha 18 de junio de los corrientes,
arroja el siguiente resultad el 84% de los manifestantes, no apoya a
ningún partido político. Este dato es
parecido al de los Indignados de España,
al de los cientos de miles de
manifestantes que hace unos días
salieron a las calles de Turquía, a
protestar en contra de las intenciones del gobierno de ese país, de destruir un parque recreativo público para
dar paso a una gigantesca plaza comercial.
Pero también es semejante al de los que a mediados del año pasado en Estados
Unidos, indignados por los desafueros de los que controlan Wall Street,
salieron a las calles de New York bajo
el nombre protagónico de Occupy Wall Street.
Otro dato revelador del estudio de
Datafolha es el que establece que el 77% de los protestantes de Brasil tiene educación superior, es decir, son
profesionales o estudiantes universitarios.
Algunos en el mundo ya han bautizado a este tipo de manifestantes, como los protestantes
privilegiados, debido a que son jóvenes, en su mayoría, que no arrastran
problemas de subsistencia económica, mucho menos de pobreza.
Aunque no son políticos partidaristas
los que en estos días sacuden las calles
de Brasil, las razones que los impulsan a protestar tienen un alto ingrediente
político. Lo que inició como un llamado
a las autoridades municipales para dejar sin efecto el alza en el precio del
transporte público, se ha convertido en una fuerza cohesionada que cuestiona
los privilegios e impunidad de la clase política brasileña. Una muestra de lo
anterior es que el pasado sábado 22 de junio, más de 30,000 manifestantes
salieron a las calles de Sao Paulo a protestar contra la PEC 37. La PEC 37 es el Proyecto de Enmienda
Constitucional que busca limitar los poderes de investigación de la Fiscalía
General de la nación, bajo la presunta sospecha de blindar a los políticos de
aquel país.
“La voz de la calle debe ser
escuchada”, fue la expresión que la presidenta Dilma Rousseff utilizó, en
discurso pronunciado y transmitido al país en cadena nacional, para en un gesto
que la enaltece como gobernante democrática, justificar las razones que han
sacado a las calles de Brasil, a una
parte de los millones de brasileños que el presidente Lula sacó de la pobreza
para convertirlos en pujante clase media.
En esas protestas hay estudiantes de
familias que hace poco tiempo no hubiesen soñado con ver a sus hijos pisar una universidad,
sin embargo, Lula y Dilma, el Partido de los Trabajadores de Brasil, lo
hicieron posible. Hay protestantes de
los que hoy ocupan las calles de Brasil, que por primera vez en su vida han
podido comprar una nevera, una lavadora, un televisor y hasta un vehículo
usado, gracias a las condiciones económicas creadas por Lula y Dilma.
Lo que se percibe es que los pobres
de antes, llegados a la nueva clase media, han tomado conciencia de haber dado
un salto cualitativo en la sociedad, y ahora consumen y quieren más. Quieren
servicios públicos de mejor calidad, enseñanza de calidad, quieren una
universidad no politizada, quieren hospitales dignos, pero sobretodo, quieren,
utilizando una expresión del presidente Lula, “partidos políticos que no sean un
negocio para enriquecerse”. Quieren una
democracia capaz de vigilar el poder.
Lo que sucede hoy en Brasil, ayer
en Turquía, Grecia, New York, España,
etc., tiene que ser objeto de análisis y
estudio de las respectivas clases política de los países donde se escenifican
estas protestas, y por qué no, debe ser estudiado este fenómeno por nuestros
políticos locales, para entender cómo piensa la juventud de hoy y que piensa de
ellos. Si los que gobiernan generan
mayores riquezas en los países, por ende mayor bienestar para la población,
como el caso de Brasil, en el que los gobiernos del PT han sacado de la pobreza
a más de 30 millones de personas para insertarlas a la clase media, cada día
que transcurre tendremos ciudadanos con mayor conciencia de su existencia,
conocedores de sus deberes y derechos, por tanto, menos dados a la sumisión y a
aceptar conductas gubernamentales odiosas y oprobiosas.
Esa clase media que se irrita cuando
ve a un político saltar de la pobreza a la opulencia, es la que se moviliza con pasión en contra de
los políticos. Es la capaz a través de las redes sociales, de sumar voluntades indignadas por los
desaciertos de los políticos. A esto hay
que ponerle atención, “la voz de la calle”, como afirmara la presidenta Dilma,
está haciendo tambalear gobiernos en el mundo, y si los gobernantes se
empecinan en desarrollar sus proyectos sin tomar en cuenta esta voz, pasarán
días amargos en el ejercicio de sus funciones.
Bien hace nuestro presidente Danilo
Medina, un escuchador por excelencia, que cuando los sectores de nuestra
sociedad no van a Palacio Nacional a
exponer sus quejas y puntos de vistas, entonces él se desplaza por el país,
como el presidente sencillo, alcanzable, humano, a escuchar el clamor de los
que no tienen quien hable por ellos.
Solo quien siente amor por su pueblo, muestra la sensibilidad del
presidente Medina, que escucha permanente “la voz de la calle”, y por eso su
popularidad, en la calle, está por las nubes.
Siga así presidente, el pueblo dominicano, y muy especialmente, su clase
media, no lo desampararán.