<b>La investigación científica no puede
(ni debe) retroceder. Esta es una premisa fundamental. Un país que no investiga
difícilmente puede avanzar. Evidentemente, este progreso sapiencial de las
ciencias debe ir acompañado de un crecimiento en valores éticos, al menos para
sostener un rayo de esperanza en un mundo desilusionado. Sin duda, estamos
obligados a construir dentro del modelo de la sociedad del conocimiento
científico, atmósferas que nos tranquilicen y aproximen unos a otros. </b>
Desde
luego, poco me satisface aquella ciencia que no ha sabido humanizarnos, vivir otras
experiencias más universalistas y de bienestar común, alzarnos a otro pedestal
más constructivo de vida, y llevarnos al humilde saber de uno mismo. Convendría
preguntarse y preguntarnos también nosotros: ¿Por qué se le llama ciencia a lo
que es poder y erudición a lo que es propaganda?.
La ciencia, no solo tiene que
aproximarse a la gente, tiene que darle solución de bienestar. Por algo es la
estética de nuestro intelecto. Sí, a veces pienso que la ciencia somos cada uno de nosotros con la
ilusión convenida. Cuando se pierde ese sueño de análisis todo se desmorona,
haciendo estallar historias terribles (y temibles) que rozan el suicidio
colectivo.
Por eso, una humanidad que no
muestra interés constante por la ciencia (como actitud de conciencia), pierde
hasta su propio concepto humano, y todo se vuelve mediocre, sin sentido,
delante de un infinito mundo de misterio. Estoy convencido de que estamos aquí
para redescubrirnos ante la inmensidad que nos rodea, para admirar tanta
grandeza y ver lo pequeños que somos y lo mucho que podemos hacer todos unidos.
Imagínense, un ser humano, una idea; muchos seres humanos, muchas ideas; y, a
más ideas, mayor gozo o mayor desesperación. Va a depender de la orientación
tomada. Así, pues, es necesario, quizás
hoy más que ayer, acompañar la formación intelectual-científica con una
adecuada educación de mínimos éticos y morales. De lo contrario, la factura a
pagar será tremenda.
Dicho lo cual, y puesto que la
suerte de este mundo está íntimamente unida con el mundo de la ciencia, los
diversos gobiernos han de potenciar una investigación respetuosa con el orden
natural (un derecho de mínimos) a través del camino de la razón. Un raciocinio
que se eleva desde la percepción de las cosas hasta el misterio último de su origen
y razón de ser. De ahí, que la comunidad científica, que lo sea de corazón y
conciencia, merezca todo el respaldo social, porque en todo momento nos
responderá con la fuerza de la verdad, o lo que es lo mismo, con un servicio
incondicional a la vida y a la de sus moradores. En el fondo, todo requiere una
relación armónica, y la ciencia lo es, como generadora de luz sin pretender por
ello sustituir la dimensión espiritual o trascendente del ser humano.
Por ello, es bueno celebrar los
beneficios de la ciencia y no escatimar esfuerzos en activar el intelecto, la
investigación científica y la innovación, puesto que sólo así podremos
construir un mañana más viable ( o sea saludable). Sabedores de este potencial,
cuesta entender que determinados países, hayan restado presupuesto a los
investigadores, mientras se sigue derrochando en otros campos de menos futuro.
Tenemos que huir de la mediocridad, de los falsos dioses vestidos de
salvavidas, que lo único que hacen es atesorar caudales para sí y los suyos (sus
adictos). Debemos poner la ciencia al
servicio de todos, sin exclusiones, y, con urgencia, debemos reiniciar un
cambio. Esto solo se hace desde el saber, desde la conciencia científica para
poder discernir los nuevos problemas y poder afrontarlos de manera efectiva.
Con la multitud de interrogantes que
cada día se plantean en un mundo en continua y perenne creación, hace falta que
los gobiernos, y también las organizaciones internacionales, refuercen el
terreno de la investigación con unos objetivos claros y convincentes. Lo
primero que tenemos que incrementar es el conocimiento científico (y no
político, que siempre es un conocimiento interesado) en favor de los recursos
naturales y del medio ambiente, sabiendo que este conocimiento siempre ha
progresado gracias al intercambio y a la interacción. Otro de los conocimientos
a desarrollar es el de la ciencia aplicada al espíritu curativo de las personas
en el mundo actual, como un proceso intelectual y no como un logro definitivo.
Nosotros mismos somos una sorpresa de acciones y reacciones. Por desgracia hoy
nos entusiasma el mero ejercicio del poder, de la economía, y dejamos atrás el
desarrollo del individuo que debe estar por encima de todo.
Para reestructurar a fondo los
sistemas de valores que sustentan un desarrollo humano, también la
investigación científica ha de aportarnos su estudio, sobre todo de previsión o
predicción, confiando en que la ética del científico sea virtud enraizada a sus
trabajos. Por otra parte, también es cierto que la ciencia no puede dar
resolución a todo, pero sí puede poner en relación a las personas para forjar
un porvenir más creíble en un momento de tantas vacilaciones. Indudablemente,
hay un valor que nos trasciende y que es superior a cualquier método
científico, negarlo sería mezquino. Las cosas suceden a veces de imprevisto. Y,
en otras ocasiones, se subordina todo los beneficios que podamos obtener.
Para que la investigación científica
sea beneficiosa para toda la humanidad, insisto en los valores éticos tan perdidos u olvidados
hoy en día, deben ocupar un lugar mucho más relevante. En consecuencia, la
ciencia misma, debe insertarse en el orden de los valores innatos (o
naturales). Al fin y al cabo, serán la ciencia y la tecnología las que estarán
ahí, en este mundo global y convulso, dándonos indicaciones concretas para nuestra
propia existencia. Con razón la investigación científica es el alma de la
prosperidad del mundo y un manantial de sorpresas cada día. Adelantémonos a los tiempos, y en todos los asuntos importantes
vamos a apuntar alto en sabiduría, empezaremos por la ciencia en lugar de la
ignorancia, por los valores en lugar de por los intereses, por la conciencia en
lugar del instinto, por la vida en lugar de la muerte. Sin evadir que, en el
pensamiento científico, siempre están presentes los más diversos pentagramas de
sonidos. Todos ellos saben a poesía. Sabiendo que la inspiración siempre nos
eleva hacia mundos mejores, no así la superstición, que espigue la ciencia,
¡claro que sí!, como calmante.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
30de junio de 2013.-